Capítulo 1: Caras vemos intenciones no sabemos.

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Una, dos, tres

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Una, dos, tres...decenas de gotas de lluvia creaban una melodía gratificante al estrellarse contra la ventana. ¡Plop, plop, plop...cantaban! Yo, por mi parte, permanecía sentada en el borde, dentro de mi cuarto, contemplando cómo cada una se convertía en un mini río de agua de lluvia que, atraídas por la gravedad, se abrían paso para resbalar sobre la superficie hasta llegar al suelo. ¡Toc, toc, toc! Alguien tocó la puerta.

—Adelante. — anuncié.

Un muchacho de melena negra se asomó por la puerta, mientras una gota traviesa resbaló por la piel morena de su frente, misma que posteriormente, limpió con el dorso de su mano.

—¿Qué sucede? — pregunté con tranquilidad.

Sus ojos negros me miraron con diversión.

—¿Adivina quién tiene un nuevo integrante en la familia?

«Cielo.» pensé.

La emoción se disolvió en mi cuerpo, como cuando le vacías un poco de crema al café, lo cual hizo que me levantara como un rayo del borde de la ventana, para sacar de mi armario la frazada de lana color azul que compré ayer. Me vitoreé mentalmente por eso.

—Ay, hermanita. — dijo aquel joven moreno, que me miraba desde la puerta. Puso los ojos en blanco al mismo tiempo que sonreía.

Nos dirigimos a la puerta trasera de la casa. Mi hermano se puso su impermeable amarillo antes de salir y me entregó el mío, era color rojo oscuro, como la sangre a punto de coagularse, aunque él siempre decía que parecía un caramelo brillante.

Afuera, el viento fresco soplaba con la intensidad suficiente para revolver mi cabello y para hacer que las gotas de lluvia cayeran en forma diagonal. El sol ya estaba casi oculto y el mundo parecía estar cubriéndose con un manto oscuro, no obstante, el granero rojo que se alzaba frente a nosotros le daba un tono más alegre al paisaje tan tétrico.

Me gustaba la lluvia, era un fenómeno que me gustaba observar, pero cuando llovía de esta manera, me sentía pequeña y vulnerable ante el poder y la salvajez de la madre naturaleza. No importaba lo que hiciésemos, estaba segura de que, de alguna u otra manera, ella terminaría ganando.

La gravilla hacia ruido bajo nuestros pies a cada paso que dábamos, y la frazada que sostenía en mi pecho empezaba a darme calor. Una luz amarilla nacía desde dentro del granero, en cuanto estuvimos bajo la puerta, divisé a mi madre sosteniendo algo entre sus brazos. La emoción se apoderó de mí y no pude evitar correr hacia ella.

En cuanto mi madre me vio, se dibujó una sonrisa en su rostro, extendí mi frazada y ella depositó a la criatura entre mis brazos.

—¿Qué nombre le pondrás? — quiso saber mi hermano, una vez que había llegado a donde nosotras.

—¡Beeee! — chilló Cielo.

—¡Beeee! —chilló su cría, pero en un tono más agudo que lo hacía tierno.

El recuerdo de Danielle ©Where stories live. Discover now