3. La aparición divina

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—Bueno, Calderón, deje las idioteces. Vamos a la Sala de juntas.

—Antes de que su mujer nos estrangule.—Río.

—¡Qué le pasa, cretino!

—Es la verdad, Armando.

—Is virdid, Irmindi.—Me imita.

Ruedo los ojos.—Vámonos, Armando.

—Sí, vamos

Tomamos las cosas necesarias para una junta y nos retiramos para dirigirnos a esta.

—Buenos días, Betty.—Sonrío.

—Buen día, Doctor Calderón.—Me devuelve la sonrisa.

—Buenos días, Gutiérrez.—Aquel hombre hace una reverencia.—Buenos días, Nicolás.—El mencionado me devuelve el saludo.—Buenos días, Hugo.

—Buenos días, Mario.—Se dirige hacia mí y me espero lo peor.—¡Esa corbata te queda bombi!, ya te había dicho que el blanco te queda de ututuy.—Toma mi corbata entre su mano.

—Quite sus sucias manos, Hugo, antes de que se las tuerza.—Las quito de mi corbata y me limpio.

—¡Bueno, Mario! No te hagas el difícil.

—¿Cuál difícil, Hugo?—Me encamino hacia uno de los asientos al lado de Armando.

—De acuerdo, compañeros.—Hace una pequeña pausa.—Hoy les venía a comunicar que las telas ya están en producción. Eso quiere decir, que están empezando a hacer los diseños.—Sonríe.—Don Hugo, ¿cuándo desea realizar su ensayo general?

—Doctora, Pinzón, yo lo haré el día anterior. Ó sea, veinticuatro horas antes.

—Perfecto.—Asiente repetidamente.—Doña Catalina vendrá a las doce del mediodía para hablar sobre lo que nos tiene listo.—La esposa de mi mejor amigo dirige su mirada hacia nosotros.—Armando y Don Mario, si desean luego pueden ir a producción para observar las telas con mejor detalle.

—Gracias, Betty. Luego iremos a revisar.

—Listo, nos vemos a las doce del mediodía para charlar con Doña Catalina.—Toma su carpeta.—Gracias a todos por venir. —Sonríe y hace una reverencia antes de pasar a su oficina.

—Hasta luego.—Todos nos despedimos mutuamente.

Pov. Sandra.

El Doctor Calderón se encontraba en sala de juntas con toda la junta directiva.

De pronto, se abrieron las puertas del ascensor. De ahí salió un hombre alto, atractivo, con ojos azules y cabello negro. Prácticamente, ¡era una aparición divina! ¡estaba más guapo que el alemán de 2 metros que siempre deseé!

En ese momento, tenía expectativas de poder casarme con alguien tal cual. Sin embargo, ahora todo es diferente... Me gustan otro tipo de hombres, como Mario Calderón.

—Buenos días, ¿cómo les va?—Me observó con esos bellísimos ojos azules.

—Buen día, ¿Qué necesita?—Sonreí.

—Vengo a hablar con Armando Mendoza, es un amigo mío.—Respondió a mi pregunta con amabilidad.—Disculpa, no me presenté... Un gusto, Franco Mikeri.—Estrecha su mano con la mía.

—El gusto es mío, Sandra Patiño.

No quitó su mirada de mí.

—El Doctor Mendoza en este momento se encuentra en una junta, ¿quiere esperar?

—Sí, claro... Yo espero.—Se sentó en una de las sillas, no había más opción.

—¿Quiere algo? ¿Un café, agua, gaseosa?

Sé que fue un error • MandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora