79. Criadero de anfibios

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La adrenalina se activó y se hizo cargo de mis acciones; me invadía con mayor intensidad tras cada golpe. Yo no pensaba con claridad, solo quería desquitarme de algún modo con esa persona a quien considero basura, pero eso acabó cuando vi a Arya retroceder hacia atrás con su mano en la mejilla porque él la había lastimado.

Todo pasó a segundo lugar en ese instante, la adrenalina y noradrenalima me hicieron desquitarme con más furia y solo pensé en desahogarme. No era capaz de razonar para entonces, pero ahora solo me siento culpable. Hacía minutos yo le había pedido a Arya que se calmara y yo no fui capaz de hacerlo, al contrario, yo inicié esa pelea física, y por eso me atribuyo la responsabilidad de que ella también haya sido salpicada de mi odio hacia el chico, porque no lo merece.

Aun así, aunque yo sabía que era también mi culpa y pese a que pudo verse como un accidente, no me importó. No me interesó entender si él lo había hecho o no con intención y quizá solo era una excusa para desquitarme con saña, pero no me arrepiento.

—¿Cómo que casi lo mata? ¿Por qué? —habla esta vez Caleb, con una mezcla de confusión, sorpresa y decepción en su voz—. ¿Qué es lo que les pasa? Los dejamos solos un par de horas y... ¿Qué habría pasado si demoramos el tiempo estipulado, los encontraríamos a los cuatro despedazados en la sala? —inquiere en un tono elevado que jamás le oí soltar. Está enojado y no puedo culparlo.

Todavía rodeando a Arya con mi brazo, bajo la cabeza con vergüenza y sin decir nada, aunque habría muchas cosas que querría decir con respecto a las actitudes del chico. Pero entiendo que eso me dejaría como a un cobarde y me abstengo de contestar, solo veo que Amy y Ruggero caminan hacia nosotros con apremio y examinan a la castaña, que todavía tiembla alterada por la escena que acaba de presenciar y aún sostiene su mejilla lastimada, taciturna.

Caleb me lanza una mirada inquisidora y todavía serio, deja caer las bolsas del mercado al suelo para caminar en dirección a su hija.

Me aparto con disimulo y todavía pasmado, me permito pensar en que nuevamente la he cagado con Arya, pero esa actividad no dura mucho, porque Amy se angustia por la situación de su hija e insiste en llevarla al hospital casi a gritos y bastante alterada, lo cual me extrae de mis cavilaciones para ahora preocuparme. Arya se niega perseverante y sus padres tampoco insisten más al comprender que su condición no es grave, tranquilizándonos de cierto modo.

Ambos dejan a su hija junto a Ruggero tras asegurarse de que ella está bien y la mujer se acerca hasta mí para dedicarse a examinar con excesivo cuidado las heridas de mi rostro, mientras Caleb lo hace con Mateo.

—¿Qué fue lo que pasó, Liam? —pregunta apenada y con esa habitual candidez, luego de escudriñarme con una expresión que me da a entender que estoy hecho mierda.

La verdad no me sorprende, porque tengo un poco de ardor en la ceja izquierda, los pálpitos en el pómulo derecho ya han empezado a molestar al igual que el dolor en los costados de mi torso y el asqueroso sabor a metal aún se hace sentir en la boca que sé, tengo rota, pero ni siquiera tengo ganas de lamentarme ahora, porque todavía sigo enojado. Y aunque sé que en un rato el dolor en cada zona golpeada aumentará, no le pongo mucha atención.

Ahora solo puedo pensar en que de algún modo me descargué al ver que la situación del italiano está peor que la mía y regodearme de complacencia.

Él no solo tiene la nariz, la boca o las cejas rotas, sus pómulos también recibieron las descargas de mi ira y sé que se pondrán bastante mal. Además, recuerdo que yo no recibí ningún golpe directo en el abdomen y costillas a diferencia de él, y sé que le di con fuerza, porque lo vi retorcerse como rata envenenada.

Y no me importa.

Suspiro con pesadez y regreso mi atención a Amy, que me mira preocupada.

Canela ©Where stories live. Discover now