TREINTA

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William llegó a su apartamento sintiéndose liviano, como si le hubieran quitado un pesado saco de plomo que llevaba cargando hace años.

Se preparó un whisky con dos hielos y se sentó en su sofá, con los ojos cerrados y una leve sonrisa en los labios. Sí, se sentía pleno, liviano como una pluma y despreocupado de lo que pasaba a su alrededor, al menos durante lo que quedaba del día. Sabía que pronto tendría que volver a la realidad y enfrentar a su padre, a Elena y a todo lo que había dejado atrás cuando se entregó a los brazos de May Lehner.

El sueño lo atacó allí mismo. Con el vaso de whisky a medio tomar sobre la mesa, comenzó a dar cabeceos, preso del adormecimiento y al cabo de un rato, se quedó completamente dormido. Despertó a las dos de la mañana, medio desorientado, pero con la sonrisa aun en sus labios.

...

May volvió a toparse a William Horvatt en los asesores, pero esta vez ya estaba advertida y no intentó ningún acercamiento fuera de lo estrictamente profesional. Se ubicó a su lado y lo saludó con suma formalidad.

— Señor Horvatt.

William apenas le dedicó una mirada de reconocimiento. Sin embargo, en sus labios había una ínfima, casi inexistente, sonrisa de complicidad.

— Señorita Lehner.

— Puntal, como a usted le gusta.

William asintió con la cabeza y le dedicó una mirada. Por un segundo ella pensó que él se echaría sobre ella para besarla, pero el brillo canicular en sus ojos duró apenas un segundo y se esfumó en cuanto él volvió a mirar hacia delante.

— Esperemos que perdure en el tiempo.

May sonrió un poco.

— Es lo que más deseo — dijo y no estaba hablando de la puntualidad exactamente. William la miró de reojo, comprendiendo. De inmediato volvió a su pose impávida y no hubo más contacto visual con ella hasta ingresaron al ascensor y arribaron al piso cuarto.

William se hizo a un lado para permitirle pesar. May aspiró la fragancia de su perfume, la que ahora impregnaba también su apartamento y la alfombra donde habían hecho el amor.

De camino al aula, no se dijeron nada, pero intercambiaron miradas llenas de significados. William volvió a ubicarse a un lado para permitirle ingresar al salón de clase. May cuidó de pasar muy cerca, todo lo que le permitiera el protocolo.

La clase transcurrió entre miradas intermitentes. William quería asegurarse de que nadie sospechara, así que la atacó con preguntas, pero fue más benévolo con sus respuestas. A veces le dio la razón y a veces no. Antes del término de la clase, May le envió un mensaje a su teléfono celular.

"¿Podemos encontrarnos en tu oficina a las dos?"

Se quedó viéndolo mientras este cogía su teléfono y revisaba el mensaje. Siguió mirándolo mientras respondía.

"Aquí no es seguro"

May no se conformó con la respuesta porque no le daba alternativas.

"¿Entonces dónde?"

William guardaba sus cosas en su maletín, por lo que no respondió el mensaje de inmediato. La mayoría de los estudiantes ya estaba fuera. Solo quedaba Wade y un par de chicos más.

— ¿Vamos a la cafetería por un café? — preguntó él, echándose la mochila al hombro.

— Ve tú, yo te alcanzo.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora