TREINTA Y NUEVE

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...

Después del extenuante viaje a Matanza, May pasó la noche en el amplio loft de William Horvatt. Antes de ir a dormir, cenaron algo rápido que William ordenó a uno de sus restaurantes favoritos, tomaron un largo baño en la amplia tina y retozaron un buen rato en la cama, después de hacer el amor con la televisión encendida en el canal de noticias.

No prestaron atención a lo que decía el notero, pero si lo hubieran hecho habrían descubierto algo interesante. Alguien hablaba de aguas contaminadas en las regiones del sur del país. "Un pequeño cause de color casi púrpura" anunciaba el notero, por debajo de los jadeos y gemidos de May y William.

La nota acabó poco antes de que ellos también lo hicieran, de modo que cuando se volvieron al televisor, este transmitía una aburrida tanda de comerciales. Se abrazaron, a pesar del leve sudor que perlaba sus cuerpos y, aunque sus intenciones eran las de darse otra ducha, terminaron por quedarse dormidos. Despertaron el domingo a eso de las once de la mañana.

William abrió los ojos primero que ella. May se despabiló al poco rato, volviéndose hacia él con una sonrisa perezosa en los labios.

— Buenos días — saludó, frotándose los ojos.

William extendió una mano hacia ella y le apartó un mechón pelirrojo de la cara.

— ¿Tienes hambre?

— Mucha — dijo ella, frotándose el estómago.

Él sonrió de medio lado y se incorporó. Cogió el teléfono, pinchó la aplicación de pedidos a domicilio y ordenó un desayuno digno de un rey. Luego, se quedó viendo su teléfono un momento más, sin saber muy bien qué pensar sobre el hecho de que no tenía ninguna llamada perdida de nadie de su familia. Ni siquiera de Franz, quien, supuestamente, no tenía nada que ver en los asuntos oscuros de Benjamin Horvatt. ¿O sí? La verdad era que a esas alturas no le sorprendería descubrir que todos estaban confabulados con Enric Wester, incluida su madre, quien hasta entonces parecía no inmiscuirse en asunto alguno.

Dejó escapar un suspiro. Al mismo tiempo, lanzó el teléfono descuidadamente sobre la cama. May, que permanecía tendida a su lado, se levantó de medio cuerpo y lo miró, preocupada.

— ¿Pasó algo?

William se encogió de hombros.

— No tengo noticias de ellos, ¿sabes? Es como si... no lo sé, ni siquiera quiero pensarlo.

— ¿Tu familia?

— Sí.

May se acercó un poco más hacia él.

— Eh, tranquilo. No pienses más de la cuenta.

Pero William ya tenía la cabeza llena de ideas perturbadoras. Se frotó los ojos con los puños de las manos y suspiró. Deseaba que todo eso fuera un sueño. No lo de su historia con May, por supuesto, sino lo de su padre. E incluso lo de Elena. La forma abrupta en que habían acabado. La actitud veleidosa con que ella había actuado, a pesar de que había dicho amarlo. Si de él dependiera, las cosas habrían sido de otra manera y jamás, pero jamás, habría deseado tener que enfrentar a su padre, por muchos traumas emocionales que este le hubiera hecho pasar.

Pero las cosas eran así, de ahora en adelante. Había descubierto sus emociones y ganado un amor que lo tenía dichoso, no obstante, al mismo tiempo había descubierto la verdad de su familia y no parecía que pudiera ser completamente feliz algún día si resultaba ser cierto que la firma de su padre había sido cómplice de los crímenes de Enric Wester. Llevarlo a los tribunales no le hacía feliz, aunque la rabia le dijese lo contrario.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora