CAPITULO XXIX

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El frío invierno abandonó las highlands tiempo después, cuando los rayos de sol volvieron a tocar los suelos de aquel terreno montañoso, deshaciendo la blanca y espesa capa de nieve que había cubierto los caminos por largos meses, dando esto paso a la primavera.

A medida que pasaron los días, luego de la última nevada, el paisaje empezó a retomar aquellos hermosos y característicos colores que Liona adoraba admirar desde su ventana o en un pequeño y simple paseo por los alrededores de su hogar.

Así mismo, las labores en el castillo y en todo el clan se normalizaron, dejando a la esposa del futuro Laird un tanto lamentosa por no poder pasar tanto tiempo al lado de su esposo, como hicieron en el invierno y que tanto habían disfrutado.

Después de todo el dolor y sufrimientos pasados, los días que estuvieron privados de libertad, debido al clima, ellos se concentraron en demostrarse de todas las maneras posibles, el amor que tenían, el uno por el otro. Compartieron risas, juegos, besos, caricias y suma pasión. Terminaron acercándose aún más, hablando de todo aquello que guardaron en sus corazones en los horribles días pasados. Se sinceraron, abriéndose por completo, quedando sus pechos llenos solo del amor inmensurable que se tenían al liberarse de cualquier carga negativa que pudiesen llevar aun encima.

Amaron aquellos momentos y aunque permanecieron encerrados entre las paredes del castillo, jamás se sintieron atrapados, al contrario, se sintieron más libres que nunca.

Para aquellos últimos días, Dante llegaba devastado, exhausto y dolorido debido al arduo trabajo que se había dedicado a desempeñar desde que los caminos estuvieron transitables, asistiendo junto a sus guerreros cualquier necesidad o tempestad que haya podido pasar su gente en aquel largo y gélido invierno que les azotó.

Afortunadamente para todos, los daños no fueron tantos y solo unas pocas personas fueron afectadas, sin embargo, no de gravedad, y poco a poco él pudo satisfacer las necesidades de estos, ganándose aún más el respeto y lealtad de los habitantes que estaban bajo la protección suya y de su padre.

Aunque Liona particularmente no ejercía trabajos tan pesados como los de su marido, también terminaba exhausta después de organizar el castillo, junto a varias criadas más, para que este estuviera presentable y acogedor.

Para aquel momento, ella se encontraba sentada en la cocina, engullendo con gusto los panecillos que más temprano había horneado en compañía de Ruth y Aili, a quien solo pocos días atrás pudo volver a mirar a la cara luego de que esta le encontrara junto a Dante, en el gran salón, aquel día que terminó sucumbiendo ante los deseos de su esposo. Y los de ella, claro.

—Estos están aún más deliciosos que los de la última vez, mi señora —afirmó Ruth y Aili le secundó.

—Lo dicen porque aún no han probado mi receta de panes con manteca... —sonrió, al tiempo que tomó uno más de la mesa, haciendo que tanto Aili como Ruth se miraran con complicidad.

La pelirroja había estado famélica aquellos últimos días, luego de haber pasado una temporada enferma del estómago, rechazando cualquier comida que se le preparase, odiando los olores que invadían el castillo cuando se preparaban los alimentos del día. Hecho totalmente extraño para todos los que le conocía pues, cada uno estaba al tanto de lo mucho que a ella le gustaba comer.

Estuvieron a punto de mencionar el asunto cuando el viejo Duncan entró a la estancia, guiado por el delicioso aroma que salía de aquel apartado.

—Espero no se hayan comido todo —bromeó, saludando a las tres mujeres.

—Ha llegado justo a tiempo, mi señor —respondió la morena, entregándole dos panecillos que él degustó encantado por el sabor de los mismos.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Where stories live. Discover now