CAPITULO XVII

6.2K 661 65
                                    

Había sido un largo día y Dante no deseaba nada más que terminar los deberes que le eran acometidos para así poder volver pronto al castillo y descansar en los brazos de su amada beldad.

En el tiempo que llevaban juntos el joven no dejaba de maravillarse con Liona. La mujer sí que era una caja de sorpresas y cada día se encontraba descubriendo cosas nuevas de ella, cosas que le fascinaban. Se había estado encargando de lleno de todas las cuestiones que ameritaba el castillo para estar impecable y ciertamente le dio aquel toque que no sabían necesitaba, hasta que ella puso sus manos en él.

Era una mujer trabajadora, no le gustaba mantenerse sin hacer nada, alegando que odiaba sentirse inútil y, por ello, él decidió encargarle la organización de las provisiones para el invierno del castillo, lo cual hasta el momento llevó de maravillas.

Y qué decir de sus noches, eran realmente candentes. Aquellos momentos en soledad eran los preferidos de su día pues, desinhibidos, se entregaban el uno al otro, demostrando con palabras y caricias lo mucho que se extrañaron en el día.

Dante sacudió la cabeza, alejando aquel hilo de pensamientos, pues si daba rienda suelta a estos y empezaba a imaginar cada una de aquellas noches maravillosas y llenas de pasión, posiblemente llegaría a la aldea muy, pero muy, empalmado y definitivamente no quería eso.

Decidió concentrarse en el camino y en lo poco que faltaba para llegar a su destino.

Junto a cinco más de sus guerreros se dirigía a una de las aldeas más alejadas del castillo, una que lastimosamente había perdido la mitad de su cosecha, debido a una plaga, y que, con el invierno acercándose, habían abogado a la bondad de su padre para que este les ayudase a obtener, al menos, un poco de lo que necesitarían para mantener los estómagos de sus pequeños y ancianos, saciados.

El Laird Duncan, por supuesto, acudió a su llamado y envió a sus hijos a las otras aldeas de su territorio, en busca de pequeñas porciones de sus provisiones para ayudar a esas familias necesitadas. Como las buenas personas que eran, cada aldeano estuvo de acuerdo en ayudar, lo que ellos agradecieron en demasía, y por fin, ya se dirigían con todo el cargamento hacia allí.

Llegaron unos pocos minutos después y fueron recibidos con júbilo, por los aldeanos, al ver que el Laird Duncan había cumplido lo prometido.

—Los dioses los bendigan —dijo una anciana, dejándose caer temblorosamente al suelo para inclinarse ante ellos a modo de agradecimiento.

Dante, de inmediato, desmontó de su caballo y llegó hasta ella, levantándole del suelo con cuidado y hablándole con seriedad y respeto.

—No tiene por qué hacerlo, es nuestro deber ayudarles, están bajo nuestra protección y su lealtad a nosotros siempre ha sido probada —dijo este, robándose los suspiros de las jovencitas y algunas no tan jóvenes que estaban presentes.

Curiosamente, la mayoría de ellas estaban más emocionadas por ver a los fornidos hijos del Laird, que por lo que traían, aunque ciertamente la decepción de que el mayor ya estuviese tomado también estuvo presente en ellas.

Dante se encargó de supervisar que todo estuviese yendo bien, que los muchachos almacenaran las provisiones en su lugar para que luego los mismos aldeanos se encargaran de repartir equitativamente a cada casa lo que les tocaba.

Y así pasó un tiempo, conversando junto a su hermano, con los aldeanos más adultos mientras los guerreros se encargaban de dejarles todo listo, hasta que un movimiento a lo lejos llamó su atención.

Un jinete, a lomos de su caballo blanco se acercaba de forma apresurada a la aldea y Dante lo reconoció de inmediato, era Alistar.

Su corazón dio un vuelco, pensando que algo podría haberle ocurrido a su mujer o a su padre, pues la simple vista de la urgencia con la que espoleaba al animal le decía que algo andaba mal. Realmente mal.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang