CAPITULO XIX

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Gemidos.

Sonidos que evidenciaban el placer que se propinaban aquellos cuerpos, mientras se sometían a la unión de sus sexos... y era seguro, que si el lugar hubiese contenido alguna sustancia inflamable, habría terminado ardiendo en llamas, explotando por completo, dejando todo destrozado, debido a la candente escena que era llevada a cabo en aquellos establos.

La morena era sometida por el fornido hombre, quien la empotraba con ímpetu contra la pared. Él se encontraba extasiado, sumergido entre la humedad de esta y no dejaba de pensar en lo mucho que había extrañado aquello... a ella.

Una relación sin compromiso, celos o desamor. Solo placer.

Siguió con sus movimientos, rápidos y fuertes, mientras la joven se removía contra sí.

— ¡Ah! —gritó y él sonrió, satisfecho, al verle así, deshecha por sus atenciones.

La pelinegra se aferró más a su cuello, chocando sus pechos contra el suyo desnudo y aquello excitó más al hombre, quien se dedicó a embestirla de forma enérgica, aferrando sus largos dedos en sus carnosos muslos, lamiendo su cuello, mientras ella enterraba sus uñas en su musculosa espalda. Estaba embriagado por las sensaciones, su miembro demasiado sensible, por lo que aquella húmeda cueva le provocaba...

Varias estocadas más tarde se sintió al borde y estuvo muy próximo a alcanzar el éxtasis, la gloria, sin embargo, cuando volteó un poco su rostro, en busca de aire, y encontró a su hermano allí, cada gramo de excitación en su cuerpo desapareció por completo.

Maldijo por lo bajo.

—Tiene que ser una broma —se lamentó Gustaf, molesto, saliendo de tan paradisíaco lugar. ¿Qué diablos hacia él allí? Pensó, verdaderamente confundido.

Dante se encontraba de pie, impasible, a unos pasos de dónde ellos se encontraban.

Minutos atrás se había despertado escuchando aquellos gemidos, pensando erróneamente que eran causados por él a su esposa, a su fiera, sin embargo, al abrir los ojos, descubrió que no era así y lo agradeció, justo cuando recordó lo pasado entre ellos, la revelación de su pasado, de su engaño.

Y nuevamente se sumergió en su nueva realidad, recibiendo el dolor que se había adueñado de su pecho desde que aquella confirmación llegó.

Luego de recaer en aquel hecho, se había levantado del heno en que había pasado la noche, tambaleándose un poco, su cabeza a punto de estallar por haber tomado de más, y salió de aquel apartado de los establos, para encontrarse casi al instante con aquella escena entre su hermano y la mujer con la que habitualmente este solía pasar el tiempo. Calmar sus deseos.

Gustaf acomodó su kilt y ayudó a la muchacha a arreglar su falda y la parte superior de su vestido.

—Los siento mucho, hermosa, más tarde continuaremos —prometió y está se marchó de allí, un tanto avergonzada por haber sido vista en tal acto—. ¿Esta es tu forma de vengarte de mí, por la interrupción de aquel día? —preguntó, realmente molesto por la intromisión.

Dante solo gruñó, acercándose a él, con el rostro engurruñado. No tenía ánimos de molestar a su hermano, no aquel día, demasiadas cosas surcaban su mente como para hacerlo y, debido a su falta de respuesta, Gustaf notó casi de inmediato que algo le molestaba.

Además, estaba el hecho de que estuviera allí a tan tempranas horas, pareciendo haber dormido entre el heno de un establo. ¿Será que...? Pensó, esperando que la respuesta fuera negativa, pues su cuñada no merecía aquello. Era muy buena mujer, ¡Le había salvado la vida!

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Where stories live. Discover now