CAPITULO X

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Saqueadores.

Aquellas malditas sabandijas querían saquearlos y acabar con ellos en el proceso, pero eso no pasaría. Dante se apresuró en tomar a su esposa del brazo y sacarla de allí antes de que empezara la verdadera pelea.

—¡Tienes que resguardarte! —gritó mientras el choque de las espadas y los gritos de guerra empezaban a engrandecerse.

—Sé luchar —rebatió ella y se posicionó para la pelea, tomando su arco, pero este se lo impidió.

—No es el momento, Liona —dijo, pero al ver que no hacía caso le gritó—. ¡Haz caso de una maldita vez, mujer!

¿Es que no se percataba del peligro que corría? Pensó, colérico.

Quizás era cierto que había mostrado su habilidad con las armas pero que ella luchara no estaba en cuestión, mucho menos cuando aún no había podido comprobar que tan buena era en un combate cuerpo a cuerpo.

Liona estaba enfurecida con Dante, pero se dejó arrastrar de él mientras la llevarla hasta unos arbustos lo suficientemente grandes como para poder esconderla.

—Quédate aquí —le ordenó y antes de que ella se revelara contra su mandato, salió nuevamente a la batalla.

Se enfrentó contra uno, contra dos, contra todos los que osaron darle pelea y cada uno cayó. Sus hombres demostraron su valor enfrentándose a aquellos rufianes con valía, sin embargo, eran demasiados.

Dante nunca había visto algo igual, mientras más derrotaban, más llegaban. Estaban dándolo todo en la batalla y eso le hizo dudar de si realmente eran bandidos o aquello había sido un atentado por parte de su rival más antiguo, Dougal.

Los saqueadores tenían un patrón: tomaban lo que querían, se defendían y escapaban como podían. Pero nunca daban tanta pelea, mucho menos utilizando a cada uno de los de sus filas.

El sonido de sus espadas chocando con el acero de sus enemigos llenaba todo el lugar y Dante se colocó en posición para terminar de una vez por todas la pelea. Hizo equipo con Alistar y juntos se encargaron de los que quedaban.

Poco a poco el montón de enemigos fue cayendo, hasta que ningún otro osó enfrentarse a ellos pues, los que quedaron en pie y apreciaban un poco su existencia, decidieron huir por sus vidas. O eso creyó, pues en un momento de descuido al pensar que todo había acabado, un enorme hombre intentó cortarle la cabeza con su hacha.

Y casi lo logra, de no haber sido por una flecha que surcó el viento y cruzó bastante cerca de su rostro para terminar acabando con la vida de su atacante.


[...]


Ese hombre terco... Pensó Liona, malhumorada, sintiendo el picor de aquellos malditos arbustos.

Tan solo habían pasado unos momentos desde que pensó que el realmente apreciaba sus habilidades para combatir, pero no, aquello no había ocurrido y en ese momento se partía la cabeza pensando en Jazmín, en si se encontraba a salvo.

No se perdonaría que algo le pasare.

A pesar de la negativa de su esposo, ella saldría a luchar y quizás así él pudiera apreciar su valía, sin embargo, las cosas no salieron como había pensado. Su salida no fue voluntaria, sino que fue tomada del cabello por un enorme hombre, sacando su cuerpo sin esfuerzo de los arbustos.

—Mira nada más... —habló el más fornido de ambos— Te dije que había algo entre los arbustos. Nos ha tocado el premio gordo —relamió sus labios con lascivia y una dura risa salió de su garganta.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Where stories live. Discover now