La culpa la tiene el pelo

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Un amigo mío, peluquero de profesión, siempre bromeaba respecto de que su creatividad en el campo de la peluquería se debía a los conflictos sentimentales por los que pasan las mujeres y tras los cuales devienen los cambios de estilo en su imagen. Yo también bromeaba con él tildándolo de exagerado, pero tuve que ceder antes los hechos cuando me sucedió a mí.

Mi cabello siempre fue muy abundante, lo he llegado a usar debajo de la cintura, pero habitualmente trenzado, de manera que no molestara en las jornadas de trabajo o estudio. Aparte no me gusta quedarme quieta mucho tiempo y era imposible que me dedicara a tratamientos de horas en el cuidado del pelo.

Pero he aquí, que mi amigo acertó con sus aseveraciones: 

—Es verdad lo que te digo, cuando una mujer se separa, llora , patalea y después se corta el pelo; cuando se enamora, se siente feliz y se corta el pelo, y con cada cosa que le pasa, aparece en mi negocio y yo me compro una cafetera nueva, voy de vacaciones y cambio el auto.

Las palabras de mi amigo terminaron cumpliéndose. Al romper con quien creí sería mi amor para toda la vida, después de inundar el continente con mis lágrimas hice lo más lógico: era mucho dolor para aceptarlo sin hacer nada y entonces... me corté el pelo.

Mis amigos no podían creer que hubiese mutilado mi abundante melena sin sentir un poco de pena. De todas formas, le indiqué a mi peluquero que cortara de manera que se acomodara con solo un lavado y así quedó sin modificaciones hasta el día de hoy. Mi hija se ríe muchas veces, señalándome que llevo el mismo corte desde la época de la colonia, y sí, ya pasé por mi crisis existencial de juventud y al final el pelo sin comerla ni beberla pagó por ello. Pero mantengo la costumbre y lo sigo  sujetando para cocinar, a nadie le gusta encontrar cabellos en su comida, por más que sean de ángel.

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Where stories live. Discover now