Aterrizaje

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"A los ponchazos", como decía mi abuela, conseguí terminar la escuela primaria y empezar el nuevo mundo de la secundaria.  El colegio ya no estaba al cruzar la calle, la parada del colectivo se encontraba frente a la plaza y nos dejaba a los chicos en la estación del tren, dónde bajábamos, cruzábamos una amplia escalera de cemento y luego caminábamos por la calle principal seis cuadras hasta la escuela. 

Zulma era mi compañera y nos habíamos tenido que separar cuando yo cambié de turno, ahora nos reencontramos y viajábamos juntas. Mi timidez y yo estábamos muy contentas con tener al menos alguien conocido en el nuevo sitio, porque muchas veces pasa que las personas ven a alguien callado y lo toman como distante o engreído, en lugar de pensar que solo es vergonzoso. El primer mes todo iba sobre rieles, pero un día Zulma faltó a clase, porque tuvo que acompañar a su mamá a algún lado, y fue mi primer día de viajar sin ella. 

En  la estación coincidían todas las líneas de colectivo y bajaban los escolares que de allí se distribuían a los distintos centros educativos. Era un mundo de chicos de todas las edades corriendo para no llegar tarde a clases y en medio de toda esa marea: el galán del colegio donde yo cursaba. Mi natural torpeza y el nerviosismo que me provocó ver que caminaba unos pasos delante de mí me jugaron en contra, me tropecé y fui rebotando desde la parte superior de la escalera, pasando por todos los escalones y terminé elegantemente desparramada en el piso justo frente al chico, quien se esforzaba por recoger todos mis útiles y hacer una pila para luego colocarlos en mis manos y seguir tranquilamente su camino. Luego de unos minutos, cuando no se veía a nadie más pasar corriendo, me levanté despacito y muy dignamente empecé a caminar hacia la escuela.

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Where stories live. Discover now