Amígdalas

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A los seis años, mis repetidos cuadros de angina nos llevaron a consultar a un especialista que recomendó la operación de amígdalas, para que no se volvieran a  inflamar.

"Es algo tan simple que ni te darás cuenta y podrás comer mucho helado"—había asegurado el doctor.

Las cirugías actuales han ido cambiando y los procedimientos son menos cruentos, pero en mi caso, la experiencia fue una verdadera tortura:

Llegamos con mamá y le indicaron que esperara fuera del consultorio, —un lugar común, nada que ver con un quirófano— y tras pasar la puerta, una enorme mujer vestida de ambo blanco, quizás una enfermera, me sujetó con fuerza y se sentó en un sillón, me puso en su falda y me aprisionó con sus piernas y brazos para inmovilizarme sin decir una palabra; luego, el médico que me atendiera, me inyectó en el brazo izquierdo el  líquido de una jeringa de vidrio. Me sentía mareada pero estaba despierta, así que pude ver con claridad la especie de cuchara doble con la que me arrancaron las amígdalas, para arrojarlas dentro de un balde de plástico amarillo que estaba en el piso a un costado del sillón, y como ya pasaran varios niños antes de mí, tenía casi la mitad de su capacidad con sangre oscura y espesa. Ver esa imagen fue espantoso. Luego me limpiaron y devolvieron con mamá hasta que me despejara y pudiera irme. 

La indicación del postoperatorio : muchas toallas para el sangrado y helados para acelerar la coagulación. Gracias a Dios, la práctica de la medicina se ha ido humanizando desde esas épocas. Ahora los niños tendrán una mejor experiencia y con suerte les parezca "algo tan simple que ni se den cuenta".

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum