DEVANEOS DE SEXO EN UNA ISLA SOLITARIA

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No sé si se percataba de que mi mirada siempre se clavaba en su rostro, se hundía en sus ojos profundos, recorría sus pechos y sus torneados muslos una y otra vez en una secuencia interminable e incansable, algo que no parecía molestarle sino todo lo contrario. Estando conmigo con aire confianzudo, como que coqueteaba con un joven bisoño y algo salido, me pidió un papel y comenzó a escribir algo, yo quedé intrigado sin saber de que se trataba hasta que me lo entregó y con una sonrisa cautivadora me preguntó si le podía ayudar con eso, se trataba de suministrarles unos cuantos refrescos y unas que otras bebidas. Acepté gustoso el encargo y le prometí que a la mayor brevedad que me permitiera mi trabajo se lo llevaría a la cabaña donde se estaban alojando. Ella frunció el ceño sorprendida como diciendo "¿y éste como sabe donde vivimos?", pero sin darle mas importancia, se marchó agradeciéndome por todo.

En la mañana del día siguiente, ya con su pedido completo, me dirigí deprisa a su cabaña, donde con el paquete entre manos hice el esfuerzo de llamar a la puerta, apareció Lucía frente a mi lo más excitante que he visto en mi vida, con el cabello completamente mojado, haciéndola lucir aún más sexy, y con un pareo atado a su costado, que le cubría desde los pechos hasta las rodillas, marcando sus bonitas curvas. Mi impresión fue tal, que si no hubiera sido por la caja que llevaba, habría visto en primer plano como despertaba mi polla bajo mi bermuda, pero me hizo pasar, me dirigió hasta la cocina y dejé la carga que llevaba, luego, con un movimiento rápido y distraído acomodé mi verga al cinto del pantalón de baño, para que disimulara algo, mientras ella se estaba ocupando en hablarme y en aplicarse algo cremoso sobre su cuerpo; luego de flirtear un poco con su mirada y su sonrisa, me dijo que estaba sola en casa porque su amiga andaba de parranda con su amigo a lo que yo agregué que la habían visto con el tal Match. Yo me sentía tan a gusto en su presencia que no encontraba la forma de cortar la conversación y marcharme, así se me ocurrió algo absurdo para prolongar la situación y viendo que intentaba ponerse la leche protectora en la espalda sin conseguirlo del todo, me ofrecí a untarle yo, con ninguna esperanza en que aceptaría pero con el morbo misterioso de su reacción a mi ofrecimiento ventajista y así probar hasta donde quería llegar su coqueteo conmigo. Me parecía entender en su actitud, que estaba jugando conmigo como un animal poderoso que lo hace con uno indefenso e inexperto, pero a mi me deslumbraba su fuerte atractivo y me agradaba verme en sus redes, la consideraba como una diosa que me manejaba. Yo, pobre de mí, aunque era muy calentón, todavía no había practicado el acto sexual con mujer alguna y aunque había visto muchas películas sobre sexo y pornografía, era consciente que no era lo mismo ver los toros desde la barrera que bajar al ruedo y enfrentarse. Por eso, sentía un temblorcillo interior y una sensación de zozobra e inseguridad terroríficos.

Sin embargo, le suerte estaba echada y con sorpresa para mi, Lucía me extendió el tubo de leche con un gesto de aprobación, ofreciéndome la parte de la espalda que tenía que recubrir, mientras se sentaba en un sofá del salón. Comencé a embadurnarle la espalda y los hombros, ampliando poco a poco mi área de recorrido manual, luego se tornó en un masaje intencionado y audaz por mi parte, de ahí me había calentado tanto el contacto con su cuerpo, que noté que también ella estaba disfrutando de mi manoseo. El untado de la leche protectora se hizo largo, ya mi mano bajaba hasta las inmediaciones de su preciosa colita, cambié el trayecto de mi mano y sus acciones iban dispersas de un lado a otro, luego ya sus senos recibían complacidos mis paseos manuales por debajo de la sedosa tela del pareo, a poco ya totalmente lanzado, me aventuré a desatarle el pareo, dejándolo caer sobre su cintura conforme estaba sentada y viendo que no protestaba, si no más bien se mostraba permisiva, gozosa y sumisa bajo el efecto relajante y placentero de mi vendaval de tocamientos. A estas alturas, ya mi polla estaba más que candente, super tiesa, mi cuerpo en un arrechucho incontenible se adosaba al suyo, como para poder accionar mejor los movimientos. El contacto de mi abultado miembro sobre su costado, provocó que ella se volteara a comprobar si aquello era lo que pensaba, mientras yo, disimulando, continuaba sobándole la piel sensible de sus pechos, que por efecto de su excitación se inflaban y desinflaban al compás de su respiración penosa y profunda. Sentí que se había puesto tan cachonda como yo lo estaba y así era pues mirándome a los ojos como nunca lo había visto en una mujer, realizó un movimiento reflejo de su mano y la posó sobre mi polla por encima de la bermuda, exprimiéndola y masajeándole con fruición. Si me hubieran dicho unas horas antes que aquello que estaba sucediendo era real, no lo hubiera creído, pero estaba tan turbado por el calentón, que todas mis neuronas estaban al servicio de una sola causa y lo demás no contaba para mí. Sintiendo que se había producido un infierno de deseo entre los dos, me eché descaradamente sobre ella, besando y chupoteando su cuello y sus labios, al tiempo que mi mano acariciaba codiciosamente sus tetas en todo su contorno. Así estuvimos retozando unos minutos sobre el sofá. Lucía, toda entregada, me susurró al oído la pregunta de si había estado alguna vez con una mujer, puesto que mi descontrol y poca definición en mi asedio eran evidentes. No pude contestarle otra cosa que la verdad, que era la primera. Ella sonrió con un gesto y protector, que destilaba deseo y ternura a la vez. Yo, entusiasmado por aquel don del cielo tan impensado, me bajé la bermuda hasta los tobillos, quedando junto a ella con mi verga lívida apuntando hacia su cuerpo, como invitándola a hacer uso de ella; no tardó ni segundos en empuñarla con firmeza y frotarla con sus dedos, lo cual me producía una sensación tan intensa que me provocó un fuerte estremecimiento, seguido de una descarga abrupta de leche que le llenó la mano y le salpicó parte del pecho y la cara. Me sentí culpable y abochornado por aquella inoportuna eyaculación y le pedí disculpas acongojado por ello, pero ella, por suerte, no le dio demasiada importancia y siguió ensimismada viendo que mi herramienta no se había resentido y continuaba erguida y pujante. Después de quitarse el semen de su piel con una toallita, procedió a limpiarme la pija, con tanto mimo y esmero, que debido al contacto cálido y amoroso de su mano me había recrecido y se empalmó de forma imponente. No pudiendo contenerme más, me abracé a su cuerpo desnudo, la besé en la boca como mejor supe, con ganas y ardor, doblegué su cuerpo para tumbarla sobre el sofá, consiguiendo que se quedara sentada y al abalanzarme sobre ella, me agarró por la verga y jaló de mí para sentarme a su lado. Entonces, sin darme tregua, desbordada por una tremenda excitación, se sentó sobre mí a horcajadas, se envainó toda la polla en su raja y comenzó a galopar frenéticamente sobre mi sexo, haciéndome sentir lo indecible, un gusto febril cercano al paroxismo, cada vez que sus genitales chocaban contra los míos. Así, estuvimos unos minutos, yo alucinado de lo que estaba gozando, aguantando mi dureza dentro de su coño ardiente, mientras Lucía se movía con destreza abrazada a mi; a cada saltito de su cuerpo sus pechos se balaceaban al mismo ritmo. Me sentí más seguro, y confiado en culminar una cogida digna de la mujer que tenía en mis manos. Estando en este trance, escuchamos el ruido de una moto que se detenía frente a la puerta y en medio de la agitación que nos invadía, Lucy se estiró, sacando el pene que le tenía ensartado hasta los topes, se puso en pie, dejándome con la polla al aire, toda congestionada, a punto de correrme, lleno de estupor, ya que no entendía que estaba pasando.

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