DEVANEOS DE SEXO EN UNA ISLA SOLITARIA

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De nuevo verano, la estación que más me gusta, no solo porque ya salgo de la monotonía de mis estudios luego de un arduo año con los libros y toda la cosa, sino más bien porque puedo regresar a mi tierra natal, una pequeña isla del Mediterráneo que si bien no aparece en los catálogos de turismo ofertada como un paraíso, tiene un encanto que solamente las personas que saben lo que es bueno en esta vida y los que buscan algo distinto que la diversión al máximo, conocen de la existencia de este lugar y lo dibujan en su mapa vacacional.
Y claro está, este no es el único aliciente para sentirme más que a gusto, también está el volver a ver a mi familia y a mis amigos, además de que siempre puedo juntar un dinerillo extra ayudando en el negocio familiar que instalaron mis padres junto a la playa, desde antes de comenzar mi adolescencia. Nunca está de más mencionar que mi mayor motivación es que por estos parajes mediterráneos siempre merodeaban unas tías fabulosas, que venían envueltas en empaques con calidad de exportación, mujeres que, en su gran mayoría, se gastaban unos cuerpos que dejarían abochornado al más lujurioso de los hombres.

El pequeño bar de mi familia, conocido como "El Chiringuito", está ubicado en una posición un tanto estratégica, ya que es paso obligado hacia un sector de la playa que está en reserva para el público nudista, y no es que todos los días podía ver tías en cueros, -pues solo en el momento de estar allá se quitaban la ropa-, pero siempre al regreso de su jornada de baño y sol se sentaban en alguna de las pocas mesas que había o se acodaban en la barra para tomar algún refresco o bebida, aunque a pesar de estas circunstancias, nunca tuve oportunidad de llegar siquiera a conversar con alguna de las bellezas que se contorneaban en los asientos del bar, por diversos los inconvenientes, pues la mayoría estaban acompañadas por algún tipo, y las que estaban solas o en grupo, me daban la impresión de que no tenían interés en un adolescente que se dedicaba a servir bebidas a la clientela y a limpiar las mesas del local, agregando que a mis padres no les gustaba que confraternizara demasiado con los clientes. Así, entre todas las vivencias y las inevitables erecciones que me provocaban las estilizadas siluetas de todas las tías, iba sobrellevando los días con la ayuda de alguna que otra paja en honor de la última que me había despertado fantasías sexuales, a la que yo proclamaba imaginariamente mi musa del día.

Todo tomó un giro radical cuando cumplí mis 18 años, obviamente un joven mucho más responsable que comenzaba a saborear las verdaderas obligaciones de la vida, mis padres a confiarme tardes enteras en el bar e incluso algunos días completos entre semana. Esta fue la oportunidad ideal que tuve para expansionar mi radio de acción y observar el sector nudista de la playa con más libertad, aunque la distancia y la incandescencia del sol no me permitían ver ningún detalle en particular, pero la imaginación es un arma fuerte y no pasaban un par de minutos antes de que me traicionara el impulso libidinoso propio de mi edad y comenzara a empalmarme; entonces alternaba las miradas a la playa con las tareas de limpieza de las mesas, como un intento para apaciguar mis ánimos.

Había días en que ya no sabía como calmarme, sobre todo aquellos en que por alguna cuestión tenía que pasar por el sector de la playa nudista; de hecho no me gustaba transitar mucho por ese lugar, ya que es avergonzante pasar viendo algunas tías con sus atributos al aire, que comienzan a reír al ver mis ojos desorbitados y como se arma la carpa de circo debajo de mi ropa de baño. Por eso, trataba de hacer el recorrido lo más brevemente posible y mirando al horizonte, sin mencionar que estar vestido entre toda la gente desnuda te saca bastante de onda, te sientes como un lunar. Aún recuerdo cuando me ofrecí para colaborar en labores comunitarias de la isla y me mandaron a realizar limpieza precisamente en esa parte de la playa, no se si calificarlo como el mejor o el peor día de mi vida, el peor por la vergüenza tan sofocante que sentí ese día, o el mejor porque ese día me corrí el mejor pajazo de mi vida; como no sabía ya qué hacer con tanta presión en mis pantalones y mi casa quedaba lejos para desfogarme en mi habitación con las imágenes frescas de bellas mujeres con enormes senos al aire, se me vino la idea de ir hacia la parte de atrás donde hay unos arbustos y allá descargar toda la tensión dolorosa del semen que tenía dentro, así que, sin pensarlo, me dirigí con rumbo al lugar planificado, sorteando algunos obstáculos que me dificultaban el trayecto, avancé hasta colocarme detrás de una especie de duna de arena, donde pensé que me perdería de vista del resto del mundo. Apenas estuve ahí, me desabotoné los pantalones y removiendo hacia un lado mi interior, pude con dificultad liberar mi pija que estaba completamente tiesa como el acero y roja como un tomate, dando la sensación de que iba a estallar, y de hecho, así fue, no tuve que hacer demasiados esfuerzos para que ésta soltara toda su carga en una poderosa eyaculación, esparciendo mi leche a un par de metros de mí. Una vez apagado el incendio, procedí a poner de nuevo todo en su lugar, cuando pude oír una risa entrecortada que provenía de muy cerca de mí, volteé a ver y pude observar a una mujer completamente desnuda un tanto agazapada junto a un matorral, que había a pocos pasos de mí, sin saber desde cuando estaba allí, pero por la risita sardónica que se dibujaba en sus labios me imaginé que había presenciado todo el acto, por lo que no sé de cuantos colores me había puesto; lo único que pude atinar a hacer fue salir por piernas a toda prisa, dejando a aquella mujer atrás en lo que parecía gritarme que esperase, pero mi vergüenza era tanta que no di marcha atrás, llegué exaltado al bar, cogí el teléfono y llamé a mi casa, hablé con mi mama y le dije que me sentía mal y quería irme para allá, lo cual aceptó un tanto interrogativa. Hablé con "El Bolón" -un señor regordete que nos ayuda en el local- y le pedí que se encargara del negocio hasta que llegara mi madre, alegando que yo tenía que ir a casa porque tenía cierto malestar; así que sin esperar más, cogí mi motoneta y manejando maquinalmente porque mi mente iba concentrada en el reciente incidente, me fui a casa. Sabía que eso podía tener repercusiones, me preocupaba que se esparciera el chisme de que pillaron al chico del chiringuito haciéndose una paja en los matorrales, por lo que pasé toda la tarde pensando en esa posibilidad, pero luego de varias reflexiones comencé a restarle importancia.

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