Cuando volví a ser consciente de la situación, estaba tumbado en la cama de la habitación de invitados de Vivian completamente solo. La luz entraba por las ventanas. Era de día. Y... Dios, cómo me dolía la cabeza. Y tenía mucha sed.

Aliviado, comprobé que la bolsita de mi bolsillo seguía intacta y la dejé en la mesita antes de ponerme de pie y bajar torpemente a la cocina, donde me llené varios vasos de agua. Nunca parecía suficiente.

—Oh, no.

Me di la vuelta, sorprendido, y vi que Dimitri, el chófer de Vivian, estaba ahí de pie mirándome como si fuera un animal salvaje y, si no se movía, para mí sería como si no existiera.

Sinceramente, no sé qué se esperaba, pero yo solo volví a darme la vuelta y a centrarme en mi vaso.

—Hola —murmuré con voz arrastrada.

Él se quedó en silencio unos segundos, pasmado.

—¿Hola? ¿Ya está? —preguntó—. ¿No habrá historias eternas sobre su exnovia?

—No, Dorian.

Él pareció extrañamente decepcionado cuando me miró unos segundos más, como si se hubiera acostumbrado a mis historias.

—¿Quiere que lo lleve a algún lado? —preguntó al final.

—No puedo. Tengo el coche por aquí.

—Yo se lo llevaré a casa, señor Ross.

Lo consideré un momento, pero... no quería volver a casa. No quería enfrentarme a la situación.

—¿Tienes hambre? —pregunté.

Un rato más tarde, estábamos los dos sentados en la hamburgueseria-barra-cafetería a la que siempre me llevaba mi abuela de pequeño. Y a la que había ido con Jen un año antes, cuando la había encontrado en su habitación con todas sus cosas destrozadas.

Dylan estaba sentado al otro lado de la mesa, mirando la carta. Parecía encantado con que lo invitara a comer. Y la verdad es que se lo había ganado. El pobre hombre nunca me pedía nada a cambio de escuchar mis monólogos eternos y llevarme a todas partes.

Debería contratarlo.

Casi me había dormido cuando una camarera pelirroja muy guapa —ese detalle Jen no necesitaba saberlo, ejem— se acercó a nosotros con una libreta en la mano.

—Bienvenidos —nos saludó, preparándose para escribir—, ¿ya saben lo que van a pedir o necesitan más tiempo?

Dimitri, que todavía miraba la carta como si fuera a descubrir el secreto de su vida en ella, no dijo nada. Suspiré y se la quité, dándosela a la camarera.

—¿Qué nos recomiendas?

—Casi todo el mundo que viene a comer se pide una hamburguesa completa —me aseguró, señalando a su alrededor.

Y era cierto. Era lo que tenía casi todo el mundo.

—Pues... eso mismo para los dos —concluí—. Y agua, por favor. Mucha agua. Te lo suplico.

Ella sonrió, recogió las cartas y se volvió a la barra. Cuando vi que Dorian lo seguía con la mirada, sonreí un poco y le chasqueé los dedos delante de la cara.

—¡Que estás casado! ¿Te parece bonito mirarle el culo a las camareras, Dominic?

Él se puso rojo como un tomate.

—Bueno... no... eh... en realidad estoy divorciado.

—Pero si me dijiste que vives con tu mujer.

Tres mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora