Capítulo 26: El sacro pacto de silencio

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Tadashi Kurida se compuso mucho más rápido que Claire Jillian Davenport, lo que le permitió ponerse en pie, ignorando el dolor que el roce tan asfixiante con la soga le había causado, y tomó a la psiquiatra por su cabello rubio y la haló con ferocidad hasta obligarla a ponerse en pie.

—Ahora verás como todo tu esfuerzo se va por el caño, porque terminaste sola, sin tu esposo, al que por cierto no merecías, y también sin lo que te propusiste. Quizá este sea tu primer verdadero fracasó en la vida, Jill, porque todos fracasamos, al igual que todos elegimos.

Tadashi dirigió su mano al bolsillo, para luego revisar en el otro, sin encontrar lo que buscaba y en un momento de desespero, bajó la guardia. Claire no perdió la oportunidad y lo mordió en el cuello ferozmente, haciéndolo retorcerse de dolor.

—Hoy no revelarás los secretos de nadie, maldito enfermo —afirmó ella, extrayendo el USB desde el liguero donde solía ocultar los pasaportes.

—¡Devuélvemela! —gritó Tadashi.

—Ve por ella —dijo Claire y arrojó la memoria, que cayó a unos centímetros del borde del balcón.

Tadashi Kurida corrió como una pantera para recuperar su preciado tesoro que era lo único que lo hacía sentirse superior a los demás, por encima de los otros mortales, pero en aquel momento de desespero y adrenalina, olvidó la cautela y el ingenio del que siempre había hecho alarde.

Cuando estuvo a punto de tomar el USB, Claire avanzó con velocidad desde el otro rincón de la torre y le propinó una patada tan contundente que no pudo ni siquiera pensar antes de caer al vacío, igual a como lo había hecho Pietro solo unos minutos antes.

La puerta que aparentaba la entrada a un calabozo se desprendió y las bisagras salieron a volar. Por el umbral desnudo entraron a la torre uno a uno todos los huéspedes y el gerente, muy atentos para lograr comprender lo que había sucedido.

El silencio se mantuvo inmaculado por unos segundos que Claire invirtió en permanecer en el balcón, inerte, de espaldas, observando a ningún lugar, justo como las estatuas griegas que estaban por todo el hotel.

La primera en decir palabra fue sor María Paz, que no pudo contener sus malos pensamientos al solo encontrar a la psiquiatra sin la compañía de su esposo que se las había arreglado para escalar por el techo, desde una ventana cercana, e irrumpir en la torre.

—¡Dios tenga piedad!

—No la tuvo en toda la noche, ni con Pietro, ni con Tadashi, ni con el señor Blackwood, así que no veo porque habría de tenerla con alguno de nosotros —dijo Claire, girándose para verlos a todos —. No importa quienes seamos, buenos o malos, ricos o pobres, empresarios o políticos, ateos o creyentes, siempre seremos vulnerables a los deseos y pretensiones de otros humanos, más no de Dios. Y mi pretensión actual es que esta noche termine de una vez por todas y que con ella sus secretos regresen a ser solo de la propiedad de sus dueños originales.

Claire dejó caer el USB al suelo y luego lo aplastó con el largo tacón de su zapato, poniendo en aquella acción todo el empeño y fuerza que le quedaban, pero como vio que no había sido suficiente para destruilo, lo pateó hasta el centro de la torre. Los demás observaron callados y se dirigieron algunas miradas, hasta que el gerente tomó la iniciativa y le propinó otro pisotón al USB, seguido de la estudiante, el empresario, la heredera, el coronel, la actriz, el profesor, la monja, la diputada y, por último, pero no menos importante, la viuda.

Y ante el USB destartalado y maltrecho, el sol brilló por primera vez desde que aquella pesadilla había iniciado, marcando así su final. Las caras de todos los presentes, que habían pasado de ser completos extraños a los cómplices más acérrimos atados a un pacto de silencio que nadie había conjurado en voz alta pero que todos tenían muy presente en sus mentes, se alumbró con el primer rayo del sol.

Todos se tenían miradas confusas, alegres, tranquilas, pero sobre todo cómplices, porque ahora poseían un secreto que los uniría de por vida, un secreto que nadie más que ellos once podía saber, un secreto más que añadir a la larga lista que ya los condenaba, un secreto más que los haría tomar decisiones y quizá terminar en una playa del Caribe felizmente retirados de sus obligaciones o asesinados a sangre fría en un invierno en las montañas.

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Olympo en PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora