Capítulo 19: Amelia Elizabeth Wilde, la actriz

Почніть із самого початку
                                    

—Está bien. Disculpe mi interrupción. Puede continuar, pero le pido se dé prisa.

Dame Amelia Elizabeth Wilde dejó el centro del escenario y se acercó al borde, buscando que Claire la pudiese escuchar con claridad e intentando eliminar el molesto eco que producía su voz.

—Dos años antes de terminar el colegio me escapé de casa rumbo a Londres. Sabía que allí era a donde pertenecía. Una ciudad repleta de gente, teatros, productoras cinematográficas, agentes. Mi futuro estaba ahí y yo solo tenía que atraparlo, y eso hice. A los 18 años tuve mis primeros protagónicos en los afamados teatros del West End y a los 20 fui la actriz secundaria en una película inglesa. Para entonces ya conocía bien el mundo del espectáculo y sabía que la fama, la fortuna y el éxito estaban al otro lado del atlántico, en Estados Unidos De América, la tierra de las oportunidades, como se le solían llamar en el siglo pasado. Intenté de todas formas hacerme con un papel en el país americano, pero me fue imposible. Había pocos papeles para ingleses y había tenido problemas suprimiendo mi acento e imitando el americano. Entonces, cuando creía que me pudriría en los teatros del West End y en Europa, apareció mi salvación en forma de director de cine. Su nombre era James Wilde, director de películas con los presupuestos más altos de la época y con contactos en todo Hollywood y Broadway. Él era mi única oportunidad, y no la dejé escapar. Luego de conocerlo en una fiesta nos comprometimos a los dos meses y a los cuatro ya estábamos casados y yo tenía mis maletas listas para salir de Europa y conquistar Estados Unidos.

—¿Entonces se mudó a los 20 a Estados Unidos?

—Sí, una historia para contar. Imagíneme usted, doctora Davenport, aún era una niña, pero ya estaba casada, poseía el apellido Wilde, más que renombrado en la industria y que mantengo hasta ahora, y los papeles protagónicos me llovían, igual que el dinero, las campañas de modelaje y las portadas de las revistas, y aunque siempre me consideré como una actriz excepcional, era consciente de que todo había sido gracias a mi matrimonio... Tuve a mi primera hija a los 21, una bella señorita que también es actriz, usted la debe conocer —. Claire asintió —, y a los 22 me divorcié. James Wilde me fue infiel, pero no me dolió porque no cabía duda de que en verdad no lo amaba y esa fue la excusa perfecta para deshacerme de él para siempre. Me quedé con la mitad de su emporio y ahora no solo era bella, joven y exitosa, sino también a pocos dólares de ser billonaria. Sé que en cierta medida mi primer matrimonio pudo ser un acto atroz, pero fue un mal necesario.

—Y si Wilde no es su apellido de soltera, ¿cuál era?

—Es un apellido para olvidar, nada especial y demasiado común, hasta decirlo me cuesta. Mi apellido de soltera era Thompson.

—Ya veo... Puede continuar con su historia.

—En Estados Unidos De América todo era diferente. Todo se hacía a lo grande en ese entonces. Fiestas inmensas llenas de empresarios, celebridades de todas las artes, políticos, billonarios, herederos... ni siquiera el Gran Gatsby hacía fiestas tan fabulosas como las que arrasaron las calles de Los Ángeles y New York por aquel entonces. En medio de esas fiestas conocí varios actores hermosos y tuve cierta intimidad con ellos, el único problema era que me gustaban físicamente, como algo de una sola noche, nada más. Pero cuando ya había perdido la esperanza de encontrar el amor verdadero, Cupido flechó mi corazón. Esta vez fue un empresario, ya fallecido, ni siquiera vale la pena nombrarlo. De él me quedaron muchas desilusiones y un corazón quebrado. Por entonces ya tenía 25 y mi carrera actoral no había hecho sino acelerarse. Cobraba millones y trabajaba sin descanso. Fue una buena época. Luego del divorcio con mi segundo esposo, volví a casarme por última vez, pero mucho tiempo después, esta vez con un empresario asiático. Las dinámicas eran muy diferentes con él, y como empezó a restringir mi posibilidad de aparecer en películas valiéndose de sus contactos, mi carrera se detuvo por primera vez desde que había empezado. A veces lograba escabullirme fuera de aquella mansión aburridora en Hong Kong y en medio de uno de mis escapes a New York fue donde lo conocí, en esa metrópoli luminosa donde los ricos podían mover montañas y vaciar océanos. Henry Preston Blackwood... nunca supe lo que me atrajo de él, pero claramente no era su físico, era más esa actitud de poder. Todos estaban a punto de arrodillarse cuando aparecía en escena y eso me encantaba. Fue una movida semana aquella. Tuvimos relaciones en uno de sus pent-house todas las noches y de repente estuve de vuelta en Hong Kong, y un mes después me enteré de que estaba embarazada por segunda vez. Corrí como loca e hice mis papeleos para separarme de mi esposo y lo logré antes de que se diera cuenta de que otra hija estaba en camino.

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now