Capítulo 7: Selin Akkuş, la heredera

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Claire no conocía el cambio de liras turcas a dólares estadounidenses, pero tampoco se preocupó en saberlo, no deseaba sentirse pobre frente a la fortuna de sus compañeros de hotel y más cuando estaba segura de estar lejos de ser pobre.

—¿Y jamás se preocupó por saber algo sobre su madre? —. A la hora de la verdad, Claire tampoco quería conocer aquella respuesta, pero percibió que a Selin le encantaba que le preguntaran por su vida. Sus largas respuestas daban cuenta de ello. Era una oportunidad para investigar en ella tanto como pudiese. Tenía el sentimiento de que los demás huéspedes serían más reservados.

—No. Alguna vez lo pensé y se lo comenté a mi padre. Solo recibí un castigo. Tendría unos doce años, creo. Él me recordó que ella no era nada más que una vil prostituta barata y callejera y que si osaba desobedecerlo me echaría de patitas a la calle a vivir con ella. Tenía un odio especial por esa realidad que no le gustaba aceptar.

—¿Podría decirme a que se refiere con esa "realidad"? —Selin asintió.

—Sus matrimonios jamás duraron porque sus aventuras con prostitutas y mujeres de dudosa reputación abundaban. Como se lo dije, una de ellas era mi madre. Compartía aquella pasión por los amoríos y el sexo con ciertos amigos igual de millonarios que él. Siempre trató de esconder esa parte de su vida de mí. Nunca lo vi en esas andanzas o con mujeres. Luego de mi nacimiento no se volvió a casar.

—¿Cómo falleció su padre, señorita Akkuş? Y disculpe de antemano si mi pregunta es muy insensible o inoportuna.

—No se disculpe. Me sé la historia de memoria y jamás me canso de contarla —dijo Selin, sonriente —. Pero la verdad es que es un verdadero misterio. Creo que será de lo único que no le podré hablar a ciencia cierta. Murió en nuestra mansión de Estambul. Yo lo encontré tirado en el suelo de su habitación. Las autoridades dijeron que había sido un suicidio... ¡Jamás escuché semejante mentira! Mi padre amaba su vida demasiado. Nunca se habría suicidado. Estoy segura de que no se mató. Alguien lo asesinó. El arma con la que lo hizo fue un cuchillo que nunca había pisado nuestra mansión. Se cortó la garganta de lado a lado. Toda la alfombra turquesa del suelo estaba roja. Fue un desastre.

—Quizá su padre padecía alguna enfermedad mental y eso lo llevó a acabar con su vida. Las personas que padecen depresión suelen recluirse y no contar a nadie su asunto. En sociedad se perciben felices y más con sus seres queridos para no causarles daño.

—¡¿Depresión?! —exclamó Selin Akkuş —. Mi padre era un hombre demasiado ocupado, doctora Davenport, no tenía tiempo para la depresión, se lo aseguro.

—Como usted diga. Ahora le haré la pregunta más importante... ¿Conocía usted al señor Blackwood o a alguno de los huéspedes con anterioridad?

—Sin duda conocía al señor Blackwood, pero no tuve ninguna relación con él. No lo veía desde la muerte de mi padre que sucedió hace tres años. Eran grandes amigos. El señor y la señora Blackwood siempre usan nuestros hoteles para hospedarse. A veces creo que es en honor a la memoria de mi padre, pero también lo hacían antes de su muerte. Probablemente solo les agrade mucho nuestra cadena hotelera, que por cierto fue nombrada la mejor del mundo por una de esas revistas de viajes estadounidenses.

¡Eureka! Al fin tenía un hilo del que halar. Allí si podía haber algo. Contrario a la señora Blackwood, que era su esposa y en largos años de matrimonio no había hecho nada por defenderse o vengarse, y a Tadashi Kurida a quien el asesinado no conocía, la relación de Henry Preston Blackwood con el padre de Selin Akkuş podría ser más dada a altibajos. Los negocios siempre eran un buen motivo para asesinar a alguien. Tan solo había un garrafal error en su hipótesis. El señor Akkuş había muerto hacía tres años, y a menos que validara la opción de un fantasma no podía ser el culpable, pero su hija quizá sí, aunque no pareciese una asesina.

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now