Capítulo 6: El sello y la carta

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—¡Lo sabía! —exclamó Claire, inflando el pecho y muy orgullosa porque su predicción había resultado acertada —. Es alguno de nosotros. Después de las entrevistas que compartí con la señora Blackwood y el señor Kurida se despejaron todas mis dudas, si es que aún me quedaba alguna.

—¿El culpable entonces es alguno de ellos dos? —preguntó el señor Ming inquisitivo, mientras buscaba en su mente argumentos para inculpar aún más a quien sea que fuese el asesino.

—Aun no lo sé —aclaró Claire —. Sin embargo, es claro que el Señor Mundo tiene el poder y el dinero suficientes para alimentar su personalidad egocéntrica. Y la mayoría de los presentes cumplen con esas características. —Al ver que muchos se preparaban para debatir sus palabras se apresuró a continuar para que nadie la interrumpiera —. Pero no podemos dejar que el Señor Mundo infunda pánico en nosotros, estaríamos acabados si lo logra.

—¿Entonces qué propone, doctora? —preguntó la señorita Komarova —. ¿Sentarnos a esperar que alguien de estos sea el asesino y termine por matarnos a todos?

—Por supuesto que no, pero la anarquía no nos llevará a ningún lugar. Sabemos que el Señor Mundo está entre nosotros y que escucha nuestras conversaciones. Bueno, será aún más sencillo descubrirlo. Separémonos todos y...

—No, Jill, eso no servirá. En caso de que vuelva a comunicarse simplemente suprimirá toda la información que lo pueda delatar y le estaríamos dando lo que desea, más anonimato.

—Tienes razón, pero entonces...

—El Señor Mundo debió haber tenido tiempo para escribir las cartas —aseguró la señorita Bruna Palmeiro.

—¿Alguien ha dejado el gran salón? —preguntó Claire al gerente.

—Pues... pues algunas personas... personas han ido... ido al baño... sí, al baño.

—¡Maldita sea! —refunfuñó Claire —. No lo podremos descubrir tampoco de esa forma. Que nadie vuelva a ir al baño, no importa si es imperante. Provean de tazones a todos y pongan un biombo para que hagan sus necesidades tras él. —El gerente asintió y los ayudantes revolotearon para cumplir la orden —. Señor Mhaiskar, si me concede un minuto... ¿Podemos ir a su despacho?

Segundos después Claire Davenport y Hasin Mhaiskar salieron del gran salón; se deslizaron por el vestíbulo junto a la escultura de los dioses griegos; subieron las escaleras, rodeando al cadáver; y solo cuando pisó el rellano la doctora se percató de algo cuando todo quedó en silencio, tan solo las gotas de lluvia incesantes se escuchaban distantes a través de los cristales del ventanal que cubría el salón del segundo piso.

—Señor Mhaiskar...

—Sí, dígame —dijo el gerente, deteniéndose también algunos pasos más allá del rellano.

—¿Su despacho está en el segundo piso?

—Sí, señora Davenport —respondió el gerente —. Justo tras esa... esa puerta. —Señaló hacía una puerta de ébano, como todas las demás, que se escondía entre las decoraciones del salón.

Claire batió la cabeza, sin olvidar que había descubierto. Hasin Mhaiskar, quien ejercía como gerente del Hotel Olympo, acababa de entrar en su lista de sospechosos. Si las cámaras del segundo piso estaban apagadas al momento del asesinato y solo las personas que estaban allí podían ser los culpables, Hasin podría haber estado en su despacho y cometido el crimen sin temor a ser grabado por las cámaras que ya había desactivado con anterioridad. Al fin y al cabo, era el gerente y podía disponer de la sala de computaciones y de todo el hotel como quisiese y, si tan solo él vio las cámaras, nadie podría contradecirlo al decir que se encontraba en el primer piso al momento del asesinato.

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