Qué día tan largo.

Pasé la vista distraídamente por las cristaleras reforzadas. Estaba en la sección de anillos. Los precios eran ridículos. Y ni siquiera estaba seguro de en qué ocasión alguien podría ponerse un anillo de ese calibre sin parecer ostentoso.

Puse una mueca y pasé a la siguiente vitrina. Y... oh, oh.

Anillos de compromiso.

Por algún motivo, me quedé mirando esa parte un poco más de lo que debería.

Ejem, ejem.

Vale, quizá fue mucho más de lo que debería.

EJEM, EJEM.

¡VALE! Estuve ahí diez minutos.

De hecho, pasé ahí tanto tiempo que Joey ya había comprado el collar cuando se acercó a mí con una ceja enarcada, curiosa.

—¿Anillos de compromiso? —preguntó, sorprendida—. ¿Vas a proponerle matrimonio a tu novia?

—Claro que no —fruncí el ceño—. Todavía somos dos críos.

—Ajá.

—He dicho que no.

—Ajá.

—No me...

—Ajaaaá.

—Eres odiosa, ¿lo sabías?

—¿Te he contado alguna vez que yo me casé?

Me detuve un momento, mirándola de reojo.

—¿Sí? —pregunté, fingiendo desinterés, aunque escuchaba atentamente.

—Sí —sonrió—. Me casé a los dieciocho. Con mi novio del instituto. Habíamos estado juntos cuatro años. Cuando me lo pidió, no pude negarme.

—Y salió mal —deduje, viendo que ahora compraba cosas para su novia.

—Bueno, el primer año fue maravilloso, pero después nos dimos cuenta de que nunca nos veíamos, de que ya no nos apetecía pasar el tiempo juntos... técnicamente, sigo casada con él, pero hace unos cuantos años que no nos vemos.

—¿Y todo esto me lo dices para que no me case nunca?

—No —empezó a reírse—. Nosotros no funcionamos, pero mi mejor amiga se casó a los veinte y sigue casada a día de hoy. Solo quiero decir que no hay una edad exacta para empezar a pensar en estas cosas. Y, si no funciona... solo hay que divorciarse. Tampoco es para tanto.

Puse una mueca y me quedé mirando la vitrina de nuevo.

—Yo creo que a mi novia le daría un infarto si me presento con un anillo.

—No lo creo —sonrió, divertida—. Esa chica ha estado contigo cuando te desintoxicabas, Ross. Y se preocupa por ti. Te quiere más de lo que tú crees.

—No sabes lo que creo —enarqué una ceja.

—Claro que lo sé, me paso el día contigo —puso los ojos en blanco—. Ahora, ¿vas a comprar algo o vamos a reunirnos con los demás?

Miré de nuevo la vitrina, mordiéndome el labio inferior. Joey me sonrió como si supiera que no iba a salir con las manos vacías.

Al final, suspiré y me giré hacia la trabajadora que había hablado con ella. Se acercó a mí casi con dos billetes grabados en la mirada cuando vio que señalaba la vitrina con anillos de compromiso.

—¿Quiere ver los otros modelos que tenemos? —preguntó enseguida.

—Eh... —dudé un momento antes de tragar saliva—. Sí.

Tres mesesWhere stories live. Discover now