7. CONFESIONES

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La vista panorámica cortaba la respiración. Habían subido a la Torre Montparnasse y desde su piso cincuenta y nueve observaban todo París a sus pies. Los ojos de Hermione brillaban de emoción. No había contemplado visitar ese lugar y le agradecía a Draco el haberla llevado ahí. Él señaló los diferentes sitios de interés y le comentó sobre los maravillosos atardeceres; le ponía tanto entusiasmo a sus palabras que la tenían completamente impresionada. No dejaba de preguntarse dónde había estado este jovial, apasionado y caballeroso Malfoy de sus once a los diecisiete años, y no pudo evitar cuestionárselo una vez que llegaron al restaurante Le Ciel de Paris para almorzar y Draco había retirado su silla para ella sentarse.

—¿Dónde lo tenías escondido?

—¿A quién? —preguntó con asombro.

—A este Draco Malfoy —inmediatamente él se ruborizó y desordenándose el cabello en un gesto que denotaba lo mucho que esa pregunta lo había sorprendido, con algo de vergüenza, respondió.

—Siempre estuvo ahí, pero prefería comportarse como el arrogante e insoportable centro del universo —confesó con nerviosismo—. Este Draco es el verdadero... tiene cuatro años conmigo y le encanta París.

—Eso lo tengo más que claro. No has dejado de sorprenderme desde la mañana. Tu personalidad es encantadora.

—¿Me estás haciendo un cumplido, Granger? —sonrió de medio lado—. Pues te equivocas. Yo siempre he sido encantador. Eso no ha cambiado —él le guiñó un ojo, y ambos empezaron a reír—. Si les preguntas a todas las chicas del colegio, coincidirán conmigo.

—¡Vaya!, ¿la modestia también es parte de tus cualidades? —siguió riendo.

—¡Por supuesto! Niños soberbios y mimados, ¿quién los quiere? —era curioso ver a Draco riéndose de sí mismo.

—¿Cómo están tus padres? —preguntó cuando llegó el plato principal.

—¿Cómo están tus padres? —preguntó cuando llegó el plato principal

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—Están bien. Viven en Normandía, en el Valle del Orne, eso está al norte del país. Después de la guerra, era urgente salir de Malfoy Manor. Eran demasiados los malos recuerdos que nos atormentaban y mi padre sugirió cambiar de aires. Casi me voy de espaldas cuando lo mencionó. Antes de todos los acontecimientos por nada del mundo hubiera abandonado la casa que lo vio nacer, pero mi madre lo apoyó inmediatamente y por supuesto, yo los seguí. Era eso o volver a Hogwarts, lo que para nada me parecía una buena idea. El château en el que viven no es tan grande como la mansión de Wiltshire, pero está en un lugar precioso, y, sobre todo, muy tranquilo. Viví un año ahí, pero era difícil convivir con ellos después de lo que pasó. Ocupaba tomar las riendas de mi vida, lejos de todas aquellas malditas ideas que nos arruinaron la existencia, pero mi madre insistía en sobreprotegerme más que nunca, lo que era agobiante; y mi padre quería que me casara pronto para asegurar la descendencia, lo que estaba empezando a enfermarme, como si yo fuera mercancía a la venta, como si me importara si la familia Malfoy termina conmigo —bufó—. Por eso me mudé a París. Amo esta ciudad. He conocido buenas personas, he tenido la oportunidad de conocerme a mí mismo, lejos de la influencia de mis padres, y como has mencionado, el real y más humano Draco Lucius Malfoy ha logrado enterrar, por fin, al egoísta y malcriado que solía ser. En una reunión de amigos, coincidí con Belmont Tynaire; compartimos ideas y surgió una bonita amistad. Cuando fue nombrado para el puesto de Ministro de Magia, me nombró su consultor de confianza. Ya viste que me tiene en alta estima. Conoce mi pasado y aún así, y a pesar de mi juventud e inexperiencia, me dio la oportunidad de reivindicarme y me ha ido involucrando en diferentes proyectos de la comunidad mágica y, la verdad, lo he disfrutado mucho. Luchar por una mejor relación entre muggles y magos o brujas. Creo que es precisamente por mi pasado que sabe que conozco de primera mano lo que pasa cuando se siguen a locos como Voldemort; acá muchos aún recuerdan a Grindelwald; ambos con sus estúpidas ideas de que los magos somos mejores que los muggles y por eso debemos dominarlos, o que sólo los puros merecemos la magia —Hermione había abierto su boca con asombro ante tal confesión—. Sí, lo sé, no fue eso lo que me enseñaron, pero tampoco me dieron la oportunidad de tener mis propias opiniones. Tuve que pasar por mucho dolor y sufrimiento para llegar a estas conclusiones. Mis padres no aprueban lo que hago, pero ya soy un adulto independiente y no me importa si me apoyan o no. Soy diferente ahora, me siento orgulloso de mí mismo y eso me hace feliz.

—Has madurado mucho.

—A punta de crucio, ¿quién no? —respondió con sarcasmo—. No quiero que nadie vuelva a pasar por algo similar, nunca más.

—De verdad que estoy sorprendida, Malfoy. Pero también orgullosa de ti. No sé si eso suena raro o te incomoda, pero, es lo que siento. Y no sabes cuánto nos ayudaría tener a alguien como tú en el ministerio británico. ¿Has considerado volver a Inglaterra?

—¿A un lugar donde no soy bien recibido? ¡No! Acá he ido abriendo mi propio camino, son pocos los que me recuerdan como mortífago. Allá no podría escapar de esa etiqueta —inconscientemente se tocó su antebrazo izquierdo, donde era ya imperceptible la marca tenebrosa, pero que a veces, aún temía que volviera a arder.

—Yo te apoyaría. Sé que Harry también.

—El niño que vivió, murió y volvió a vivir. ¡Claro! Todo un héroe —frunció el ceño—. Lo que él diga tiene que hacerse. Pues, ¡no! No quiero que él ni nadie más abogue de nuevo por mí. No he ocupado de eso en este país. Poco a poco he ido haciéndome de un buen nombre, por mis propios méritos. Y eso se siente muy bien. Soy respetado, mi opinión tiene valor. Allá soy un exmortífago, acá sólo soy un mago más y así quiero seguir.

—Entiendo tu punto.

—Sé que todavía hay mucho odio contra mi familia.

—Quizá es hora de que cambie la imagen que tienen de los Malfoy. Más bien, me extraña que tus intervenciones en el ministerio francés no hayan llegado a oídos de todos en Londres.

—Me he encargado de que se maneje con discreción. No es la idea figurar, al menos no por ahora. Se podrían malinterpretar mis intereses. Una vez escuché que se me catalogaba como un posible mago oscuro, y que, desde la posición política adecuada, podría lograrlo aún más fácil; y nada más lejos de la realidad. Quiero cambiar el mundo, pero para bien.

—Prométeme que lo pensarás y más adelante te decidirás a ayudarnos —insistió Hermione—. Definitivamente te ocupamos entre nuestros colaboradores. Podríamos manejarlo con un bajo perfil, igual que lo has manejado acá en Francia. Pero es por tu país por el que debes luchar.

—Vamos, Granger, creo que es mejor que sigamos con el tour —sonrió con desenfado—. Este tema no nos va a llevar a ningún lado y el tiempo apremia.

Draco se levantó de la mesa y ofreció su brazo a Hermione para salir del lugar. Ella le dio un suave codazo tratando de no reírse ante el gesto fingido de dolor, pero aceptó la cortesía. Se sentía extraño ir tan cerca de su antiguo rival de estudios, pero ella ya había sacado sus propias conclusiones. Este Draco no era para nada el Draco que había conocido en Hogwarts.

Fin de semana en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora