3. Rompiendo las reglas

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Luego de llegar de clase subí inmediatamente a mi habitación. Necesitaba desahogarme, y nada mejor que hacerlo con mi batería.

Dejé la mochila y el abrigo sobre la cama y fui en busca de mis baquetas.

Camino a mi pequeño rincón me crucé con mi madre, con quién compartí una leve sonrisa. No estaba de ánimos para hablar.

Me encerré en la habitación del fondo de la planta baja, y me senté frente a mi preciada batería.

Comencé con pequeños golpes de percusión, suaves. Pero cuando la frustración se fusionaba con el enojo y la rabia, la sensación de calor y ansiedad aumentando por cada fibra nerviosa de mi ser, los golpes contra los tambores eran cada vez más fuertes, más firmes y más liberadores. El sonido de los platillos comenzó a retumbar entre las paredes del pequeño cuarto, el sudor comenzaba a bajar por mi frente y aunque sabía que me había descargado bastante, aún no era lo suficiente para volver a salir.

Estaba tan concentrado en demostrar que, en cada golpe y movimiento que hacía, el dolor que apretujaba mi pecho se transmitiera vorazmente, que no me di cuenta de que ella estaba parada justo frente a mi.

—Has mejorado mucho, bien hecho Basti —sonrió orgullosa.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a proponerte de hacer algo. Pero veo que estás muy ocupado.

—¿Qué es? —indagué curioso.

—Vamos y verás.

—¿No es nada malo, cierto? Te conozco Tyra —enfatizé con severidad.

—¿Acaso Bastian Alvarado tiene miedo de romper las reglas? —canturreó alzando las cejas—. Porque el Basti que yo conozco no se niega a nada.

Me miró burlonamente y supe que ya estaba perdido.

—Eres una mala influencia para mí.

—Lo sé —aseguró, mirándose las uñas.

—Me pueden castigar si se enteran —avisé.

—También lo sé. Ahora levanta tu trasero de esa silla y muévete, ¿quieres?. No se debe hacer tarde al volver, porque ahí sí estarás castigado.

—Sí, de acuerdo.

—No te olvides de llevar un aerosol —susurró.

Subí en silencio la escalera y fui por mi abrigo. Tomé de debajo de mi cama una de las tantas latas de aerosol que tenía. Volví al cuarto donde Tyra me esperaba y decidí salir por la ventana ya que mi madre aún se encontraba en casa.

Al menos tendría algunas horas antes de que se dé cuenta que no estoy.

—Andando, no es lejos.

Tras varios minutos caminando, llegamos a un viejo ferrocarril abandonado.

—¿Y esto? —interrogué, confundido.

—¿Ves aquellos grafitis? —señaló a mí izquierda y asentí—. Bueno, allí es donde dejarás algo que necesites decir, pero no en voz alta —explicó.

—¿Cómo?, ¿qué quieres decir?

—Eso mismo. Escribirás allí algo que necesites recordar, algo que sientas, lo que sea, pero solo lo harás porque no puedes decirlo en voz alta, porque no puedes admitirlo aún.

—Es algo que nunca se me habría ocurrido. Suena como una buena manera de soltar —admití.

—Pues claro que no se te habría ocurrido, porque eso es algo que haría yo en tu lugar. Sabes que siempre tengo buenas ideas, Basti.

—Siempre tienes razón.

—Pues sí, no lo voy a negar —carcajeó.

Saqué el aerosol de mi bolsillo una vez que estuve cara al ladrillo viejo de la estación y lo sacudí.

—Es hora de gritar a través del arte. Desahógate Basti —gritó Tyra—. Rompe las reglas, como en los viejos tiempos.

Por Siempre, Tyra ©Where stories live. Discover now