Luces apagadas, monstruos a la cama

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Y esa noche se quebró
Aunque había pequeños astros de color negruzco,
Sus partes reventaron contra el suelo cerámico
Y sonaron como disparos dentro de un pozo profundo.

Aún daba miedo verla sufrir.
Agonía en sus nudillos ahora por no poderse repetir.
Antes no quería apagar la luz al dormir
Pero ahora le daba igual estar allí.

"¡Qué vengan a buscarme y me lleven con ellos!
¡No soporto este cuarto! ¡La vida es un infierno!".

Parecía de esas confesiones que se vuelven pesadillas.
Ella no lo pensó dos veces, y se quedó sobre la cama bocarriba.

Entonces sintió un peso al lado del torso descubierto,
Una mano sostuvo la suya y besó su cabello revuelto.
Olía a azufre y pastelillos. A la plastilina del jardín de niños.
La garra pisaba sus brazos, y de pronto el monstruo se sentó en su regazo.

La atraparon. Lo sabía.
Con las luces apagadas, se la llevarían.

Hubo golpes en el cuello, el monstruo estaba ardiendo.
También le sangraban los dedos por la fuerza que ejercía al repelerlo
Y treparon los tentáculos, como dedos apestosos, a su cuello diminuto,
Pretendía robarle el aire y comerse su carne.
Sentía pedazos de su piel reventándose.

La voz no le salía,
Las lágrimas corrían.
El dolor se expandía y aunque el sonido no existía, la garganta le dolía
Y ella pensaba, aun con la pesadilla saltando en su barriga:

"¡Ay, hermana mía, si aún estuvieras viva
Enfrentarías este monstruo desde arriba
Y me lo quitarías de encima!".

Pero el ataque no se detuvo hasta que hubo llanto,
Gritos y pataleos, pegaba la gemela ahora sin reflejo.
Alentaron a los otros monstruos, esos que vivían en el techo
Y fueron hasta su alcoba para ser testigos del momento.

Y fue uno solo de ellos el que encendió la linterna.
Para revelarle a la niña pequeña
Que no era otra más que ella misma
La fiera que quería comérsela.




Monstruos en el techoWhere stories live. Discover now