65. No puedo seguir engañando a ambos

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Me quito también los calcetines que dejo dentro de mis converse blancas y con su ayuda me pongo de pie, luego caminamos algunos metros, todavía tomados de la mano.

Ambos estamos descalzos y no nos preocupamos porque el suelo debajo nuestros pies está cubierto de grama y el camino se encuentra despejado de rocas, pero cuando finalmente llegamos a la orilla del río, nos encontramos con que el césped no llega hasta aquí y debo caminar con más cuidado para no lastimar mis pies con las piedras de diferentes tamaños que se esparcen en todo el lugar creando una bonita vista.

Liam no suelta mi mano en ningún momento y de ese modo intenta ayudarme a estabilizar mis pasos aunque no es necesario, y cuando estamos más cerca, me encamino con él a mi lado hasta la orilla de la cascada y me siento sobre la raíz de un gran sauce. El castaño forma un puchero al comprender mis intenciones y pretende continuar persistiendo, pero cuando vuelvo a negar, se aleja derrotado para sumergirse dentro del agua sin pensárselo dos veces.

Desde mi posición, veo que no se introduce por completo, sino hasta la cintura, y de ese modo moja su cara y cabello con sus manos. Fácilmente se distrae con el agua como un niño y es un tiempo que yo aprovecho para examinarlo descaradamente.

No tiene músculos exageradamente marcados ni mucho menos sus bíceps o tríceps, no al punto de verse asqueroso. Pero, a pesar de ser un poco delgado, sí tiene bastante forma y sé que se debe principalmente al ejercicio. Tiene una contextura más o menos promedio, es alto y, además, sus nalgas y piernas están bien formadas como es típico en los futbolistas.

El cuerpo es lo que menos importancia tiene, pero no puedo negar que me gusta como está, más aún cuando viste de negro, azul, vino tinto o verde olivo. Siento que esos colores resaltan mucho más sus atributos y su castaño cabello, ese que ahora deja caer gotas de agua sobre su pecho desnudo y me distrae más de lo que debería.

Luego de unos segundos en los que continúo viéndolo, él vuelve a mirarme para invitarme al agua, pero me niego otra vez. No tengo más ropa y pasará mucho tiempo hasta que esta pueda secarse porque es tela jeans y demorará mucho más. Bañarme en ropa interior no es una opción. Además, está prohibido en el parque.

Después de unos minutos en los que no he podido dejar de verlo y en los que él ve hacia el frente como perdido en sus pensamientos, se pone de pie todavía dentro del agua y vuelve a invitarme, esta vez acompaña su petición con un baile sensual que me hace reír a carcajadas, pero que no logra convencerme. También une sus manos como señal de suplica y al ver que mi convicción es mayor, rueda los ojos antes de sacarme la lengua infantilmente para volver a sumergirse de un chapuzón.

Mientras él se concentra en nadar, ahora sí con el cuerpo completamente cubierto por el agua, yo me dedico a observar cada detalle del lugar sin dejar de lado mi sonrisa por lo bien que me siento aquí. Nunca antes había venido a pesar de que no está muy lejos de casa.

Estuvimos en carretera cerca de cuarentena minutos y sé que de haberlo conocido antes, habría convencido a mis padres de venir al menos una vez cada mes. Estas caídas de agua me encantan porque siempre son limpias y más tranquilas a diferencia de la playa.

No odio la playa, ese no es el término que utilizaría para hablar del lugar, pero mientras menos tenga que ir, mucho mejor. La mayoría de las veces que he ido con mi familia, que no son más de diez, he permanecido el día entero sentada en la arena bajo la sombra del paraguas, leyendo, observando a las personas que siempre se ven felices en aquellos espacios o conversando con quien me haga compañía por momentos. Muy pocas veces me he bañado y cuando lo hago, no demoro más de ocho minutos sumergida dentro del agua.

Juliana dice que estoy loca por eso, pero como no es una novedad, le resto importancia.

Todavía en medio de mi escrutinio, vislumbro que dentro del río se encuentra una pequeña familia de tres personas. Son dos chicos, jóvenes adultos, con un niño que no parece superar los cuatro años de edad. Los dos hombres están sentados a la orilla sobre las pequeñas rocas y desde su lugar, observan al pequeño bañarse con un flotador en esa área donde la corriente es mansa, pero cada tanto se miran y sonríen genuinamente, comunicando su amor a través de sus ojos.

Canela ©Where stories live. Discover now