20. No guardes silencio

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Mars

Respira.

A veces tengo que recordármelo. Inconscientemente contengo el aliento, al doblar una esquina, cuando camino por una calle que no he pisado antes, esperando algo. Lo cierto es que anticipo un encuentro en esta ciudad extraña de ladrillos anaranjados y construcciones distantes. Todo es diferente aquí, se me hace curioso encontrar flores en las veredas, personas en camiseta, en Silvius no cae la nieve y mis ojos se han tenido que ajustar a la diferencia en el paisaje, mucho más verde, colorido, menos frío y aun así solitario.

Nunca pensé que estaría solo.

Cuando imaginé mi experiencia en la universidad no creí que caminaría en alerta en caso de que apareciera un muchacho de piel tostada, aun cuando sabía que probablemente no tenía motivos para ir a mi universidad (no tiene la edad). Nunca imaginé que Adhara no se juntaría conmigo a conversar de sus clases entre risas, nunca imaginé que no estaría mi hermano diciéndome que almorcemos juntos. Era doloroso el silencio en que me sumergía y, al mismo tiempo, liberador. En casa mis padres estarían criticando cada acción o movimiento, sentiría el peso de la silueta de Ignis sobre mí, aun si no era él quien lo ponía en ese pedestal. Aquí nadie me conocía, nadie sabía quién era yo o mi familia. Podía asistir a clases, dedicarme a mi estudio. En mi promoción de medicina había además tres alfa, dos hombres (incluyéndome) y una mujer, así que la atención no se centraba solo en mí, mis compañeros eran mucho más comunicativos que yo, por lo que podía pasar relativamente desapercibido. Era extraño, nunca antes había pasado desapercibido en un grupo de humanos.

Sí hice un amigo, Tomás Macías, un muchacho beta no muy alto, de cabello oscuro, barba, un rostro en forma de diamante, ojos café muy grandes y luminosos, me agradaba por su sonrisa fácil y porque no le importaba para nada que yo fuera un alfa, además era muy estudioso y, lo más importante, quería ser médico sin fronteras cuando termináramos de estudiar. Fue extraño relacionarme con alguien distinto de Adhara o mi familia, pero de ningún modo me pareció malo, él venía de una cultura distinta a la mía y me encontraba tan curioso como yo a él. Nos juntamos solo en la universidad, pero se siente bien tener con quien hablar mientras estudias.

No nos vemos. Rhea y yo. Pasan las semanas y no lo encuentro, parte de mí se relaja, la cercanía sí ha ayudado a disminuir la ansiedad que me jala hacia él, pero se me hace extraño y difícil de entender aquella idea tan marcada de destino, cuando vivimos en la misma ciudad, sin cruzarnos. A medida que pasan los días me concentro en mis estudios, me ayudan a no obsesionarme con lo que no puedo cambiar.

O con Adhara.

A veces la extraño demasiado, a veces me pongo a leer el mismo libro muchísimas veces solo para no pensar en ella, para no repetir su risa y su rostro en mi cabeza como la película de un video en mal estado, la pienso tanto que me olvido de comer, pero tengo alarmas que suenan en mi celular, recordándomelo, muy seguido quiero ignorarlas, pero es como si el rostro de Ignis apareciera frente a mí, mirándome, suplicándome que no lo haga, que coma. Así que me siento y engullo lo que sea que hubiese preparado con anticipación.

La rutina me atrapa, pasa un mes, dos y no me doy cuenta, las clases son difíciles y exigen mucho de mí, me gusta que lo hagan, porque me permite envolverme en la vorágine de aprender y no sentir. No es como si algunas noches no me tirara la necesidad, pero mayoritariamente puedo hundirme en conocimiento científico y olvidarme de todo. Es entonces cuando Ignis me avisa que vendrá de visita. Sé que mis padres no lo han enviado, es cosa de él, que está preocupado por mí. Voy por mi hermano al aeropuerto y cuando me abraza encuentro una sensación de seguridad que no tenía idea que había perdido. Me siento cobijado en él.

En mi oasis siempre hay Luna llena (Spin-off. Fauces II)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon