Liam asiente. Ha visto su fuego desde el principio, la llama que le consume y le impulsa. Y ama ese fuego, que le deslumbra y le rejuvenece. Elliot le ha devuelto la vida y el entusiasmo. A pesar de la culpabilidad, jamás podrá agradecerle eso lo suficiente.

Atraviesan el parque en silencio, hasta llegar a un grupo de olmos que se balancean con placidez en la brisa. Liam deja el trípode a un lado y le hace un gesto, invitándole a sentarse. El joven se acomoda con la espalda contra el tronco y apoya la cabeza en la corteza blanquecina, suspirando. Sus facciones se han afilado, se han vuelto un poco más adultas. Se afeita a diario y se peina con raya al lado, dejando que el cabello le caiga ante los ojos por la izquierda y cuelgue hasta la barbilla. Eso le da un aire atemporal, de joven bribón, que hace sonreír con picardía a las chicas y regocijarse a su maestro.

Liam le está mirando con el rabillo del ojo mientras deposita la cámara en el suelo cuidadosamente. Luego se sienta junto a él, rebuscando en su bolsillo. Saca un trocito de papel y realiza varios pliegues hasta formar una figura. Elliot le observa con atención. Cuando termina, pone la figura en la palma de su mano. Es un lagarto.

—Eres muy rápido y tienes tesón. Pero algún día, cuando hayas obtenido eso a lo que tú llamas “don”, ya no tendrás ninguna prisa. Y puede que, poco a poco, los paisajes gloriosos que habías imaginado en tu mente, se marchiten a tu alrededor. Entonces desearás tener más recuerdos a los que aferrarte, salamandra.

Elliot le mira, frunciendo un poco el ceño.

—No sé si entiendo lo que quieres decir.

—Todas tus creaciones serán como tú. —Liam quiere explicárselo. Quiere que lo entienda, y pone su empeño en buscar las palabras. Un haz de sol pálido atraviesa las nubes, la brisa hace danzar las briznas de hierba. Huele a césped y a margaritas, y el aire trae trazas de humedad. Pero todo es mentira, y a Liam le duele ese conocimiento—. Tendrás poder sobre ellas, consciente e inconsciente. Si las abandonas, se derrumbarán. Si las mimas y las cuidas, serán cada vez más hermosas. Pero si alguna vez pierdes la inspiración, si pierdes la fe y tu alma se ennegrece, entonces dejarás de ver la belleza. Y todo cuanto has creado se convertirá en sombras grotescas de lo que ideaste una vez.

Elliot traga saliva, impresionado. Liam se pregunta si se ha excedido. Quizá le está asustando.

—¿Te ha pasado a ti? —pregunta el aprendiz.

Liam niega con la cabeza, y luego sonríe.

—Yo siempre tengo fe. Pero debes aprender a ser paciente. Si no, tus creaciones serán inestables, quebradizas y siempre estarán amenazadas por el derrumbamiento.

Elliot asiente, frunciendo el ceño. Luego se queda pensativo y mira al cielo gris, buscando qué demonios le resulta tan interesante a su maestro ahí arriba mientras otras reflexiones mucho más profundas le ocupan.

—¿Y cómo puedo aprender a ser paciente? Creo que no sé hacerlo.

—Yendo paso a paso. No pienses en el futuro, solo en lo inmediato. ¿Qué es lo próximo que tienes que hacer?

—Transcribir el sistema de vigas y sujeciones del Crystal Palace —dice Elliot, elevando la comisura con cierto hastío.

Liam sonríe al ver su gesto.

—¿Y cuánto tiempo tienes?

—No lo sé. ¿Cuánto tiempo tengo?

—Todo.

Las golondrinas viajan de vuelta a través del firmamento encapotado. Un grajo está escarbando con el pico en un montoncillo de tierra. Varios pájaros se refugian en las ramas de los olmos. Va a llover. Pero es mentira.

—Tú eres paciente porque tienes fe. Tienes un dios eterno, una vida después de esta, tienes cosas inamovibles y puras enraizadas en tu corazón. —Las palabras de Elliot suenan amargas, le hacen volver a mirarle. Hay rencor en los ojos anaranjados—. No tienes la necesidad de aferrarte desesperadamente a nada, ni el miedo a que todo se desmorone.

—¿Y tú sí?

—No he dicho eso —replica el joven a la defensiva. Pero después, como si fuera consciente de lo estúpido de su reacción, suspira y aparta la mirada—. Todo lo que tenía desapareció. No puedo tener confianza en el futuro, por eso no puedo ser paciente.

Liam se queda mirándole, angustiado. Entiende lo que le está diciendo, porque ha visto de él lo que nadie verá. Estaba en Wounded Knee, disparando, aterrado, con apenas quince años. Estaba en Nueva York, él solo. Le ha visto en los ojos la vejez, la amargura. Sabe lo suficiente como para saber que ha perdido a su familia y que por el camino ha deseado perderse a sí mismo. Y se le enciende una llama dentro, un fuego blanco que solo puede provenir de Dios, eso piensa él, que es cristiano y católico, y además irlandés.

—Ten confianza en el futuro, salamandra —le dice entonces, moviéndose para quedar frente a él y mirarle a los ojos. En ellos brilla una determinación tan honda como las raíces de un árbol sagrado, y eso es lo que quiere ser para Elliot. Quiere ser su piedra, quiere ser su roble—. Quizá tengas que pasar por algunas pruebas, puede que no. Quizá sean terribles. Quizá sean muchas. Y pierdas aún más por el camino. Pero hay cosas que nunca perderás, te lo prometo.

No se atreve a expresarlo claramente. Es un pudor absurdo el que le hace contenerse. Así que guarda silencio. Necesita, al menos, darle un símbolo. Pone su mano bajo el dorso de la mano de Elliot y luego pasa los dedos de la otra sobre la figura de papel que él retiene. La criatura se vuelve viscosa y fría al tacto y se remueve en la palma del aprendiz. Una salamandra anaranjada, tan brillante que es casi luminosa, del tamaño de su índice, agita la cola y la cabeza, preguntándose dónde está. Elliot da un respingo y atraviesa la mirada de Liam con ojos sedientos. El maestro se estremece por dentro. Dios mío, cuánto le necesita ese joven. No importa que ya haya sobrepasado la mayoría de edad, sigue siendo un niño, y le necesita tanto como a él le agrada y le conmueve esa necesidad.

—Dímelo.

No le bastan los símbolos. Liam sabe que está hundiéndose cada vez más en el fango cálido del compromiso, que está atándose a él y atándole a sí. Habría que ser idiota para no verlo venir, y Liam es muchas cosas, pero no se considera idiota. Claro que lo sabía. Esto no era más que cuestión de tiempo… y él tenía todo el tiempo del mundo. Ahora, Elliot le está pidiendo que le dé lo que él se muere por darle. Entonces, ¿cuál es la traba?

La culpa. La condena implícita. Siempre estará ahí, y sin embargo, el destino también empuja en esa dirección.

Dios tiene que tener algún plan. Las señales son muy claras, ¿por qué no ser honesto de una vez?

Y se lo dice.

—A mí no vas a perderme nunca, Elliot. Te lo prometo.

Eso es lo que ambos querían oír. El joven aparta la mirada cuando la emoción comienza a pintarse en ella y la baja hacia el pequeño reptil que se contrae en su mano. Con la otra, se agarra a la mano de Liam y la estrecha con una fuerza casi febril. Liam le corresponde con un apretón firme.

Un relámpago quiebra el firmamento. Después se oye el trueno y comienza a llover. Pero es mentira.

Ahora, el mundo es la única mentira.


©Hendelie & Neith

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Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now