Escena 7

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Escena 7, toma primera.

 Zumbidos, zumbidos, zumbidos en mi cabeza. Cuidado, cuidado, peligro, peligro. Eso gritaba un coro de voces en mi mente, en una polifonía de histerismo digna de sanatorio mental. Era el espanto en estado puro, mierda que sí. Espero que nunca hayáis vivido algo como eso: el pánico irracional, el miedo atroz a algo que no sabes lo que es pero sabes con certeza que te destruirá. Y será doloroso. «Alex, ¡Alex! ¡Reacciona!», me dije a mí mismo. No sabía qué demonios estaba pasando. Pero tenía que escapar.

 Alcé la mirada y vi que algo oscuro, envuelto en brumas tan negras como la noche, atravesaba la puerta sin dañarla. Luego desaparecía en el aire y volvía a materializarse al otro lado de la ventana, sin siquiera quebrar la celosía, haciendo ese espantoso ruido metálico y rasposo, enviando vibraciones lentas al girar, pesado, en el aire.

 —Hijo de puta —dijo una voz de mujer tras la puerta.

 Di un respingo. Escuché golpes rabiosos contra la cerradura, que tembló. Luego, un rápido taconeo escaleras abajo.

 —Mierda, mierda, mierda…

 ¡Querían entrar! ¡Venían a por mí!

 Me puse en pie a toda prisa y eché a correr hacia la ventana. Ni siquiera me paré a ponerme los zapatos. Abrí la celosía, tiré frenéticamente del picaporte de la ventana y salí a la escalera de incendios. Hacía fresco, pero yo estaba ardiendo de adrenalina. Empecé a bajar los escalones a toda prisa, agarrándome a la barandilla. «¿Y dónde voy? Dios, dios, dios». Oía sus tacones, aún lejos, pero los estaba escuchando. Ella había bajado delante de mí. ¿Dónde diablos estaba? ¿Por qué no la veía?

 Llegué al suelo y salí disparado hacia el final de la calle. Me paré en seco al verla ahí. Estaba de espaldas, pero se giró al escucharme. Y me quedé helado.

 Era una mujer alta, con una larga y frondosa melena teñida de azul eléctrico. Llevaba unas gafas de piloto sobre la frente, apartándole el cabello del rostro y estaba enfundada en un traje de cuero negro con hebillas por todas partes que destellaban bajo la farola. «Mierda», me decía yo, a cada latido de mi corazón. «Mierda. Mierda. Mierda». Debía rondar mi edad y su rostro era casi divino, de una belleza sorprendente y dulce. Esa dulzura contrastaba con los horribles ojos con los que me miraba y con la mueca abrupta y furiosa que le contraía los rasgos. Y en la mano llevaba una barra de metal muy alta, llena de llaves y tubos, que acababa en algo negro, curvo y espantoso, envuelto en niebla. Era la misma mierda que había cruzado la habitación antes. «Corre. Corre. Corre», me decía la voz en mi cabeza, la única que se mantenía cuerda en aquella espiral de pánico irracional.

 Y corrí. Me di la vuelta y salí por patas en la otra dirección, seguido por el taconeo de la horrible mujer.

 —¡Ven aquí, joder!

 Un nuevo zumbido. La cosa oscura y curva vibró, surcando el aire y oscilando como una enorme luna hecha en el mismísimo infierno. Pasó girando a mi lado, haciéndome gritar de miedo, y luego se desvaneció en el aire. Apreté el paso, con el corazón desbocado. Creí que iba a salírseme por la boca. Los pulmones me empezaron a doler, pero aguantaba mejor la carrera que cuando tuve que huir del puente. Las calles estaban oscuras y vacías. Casi tropecé con una alcantarilla, me agarré a una farola rota para usarla como pivote y giré estrechamente en una esquina. «Tengo que intentar perderla como sea».

 —¡Para de una vez!

 Cerré los ojos al escucharla gritar. Los tacones se acercaban, rápidos, constantes, cada vez más veloces. ¿Cómo podía correr tanto con tacones, la muy zorra? Intenté buscar con la mirada alguna referencia para dirigirme a las calles más anchas, en las que seguramente habría gente y aquella locura de mierda se detendría… pero de pronto no me sonaba ninguno de los edificios. Apreté los dientes y agrupé mis fuerzas para acelerar en mi alocada carrera. Cuando al fin vi una señal de stop abollada y la tienda de ultramarinos me di cuenta de que estaba callejeando en la dirección opuesta a las vías principales. «Joder. Joder, joder. Genial».

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora