Escena 11

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Escena 11, toma primera

No recordaba haber estado nunca allí, y me preguntaba por qué. Sin duda debía ser uno de los lugares que Alex habría adorado fotografiar. ¿No lo había hecho? Quizá fue antes de conocerme. Tal vez yo no sabía buscar aquel recuerdo. Fuera como fuese, al salir de la estación me encontré con el saludo de los árboles, árboles urbanos, pequeños y algo raquíticos pero de copas frondosas, que agitaban sus ramas y aplaudían con las hojas, dándonos la bienvenida. Estaban diseminados en una pequeña plaza cuadrada, peatonal, en cuya esquina había un teatro moderno. En las dos calles transversales, los bares habían superpoblado las aceras con mesas y sillas de metal y plástico para que la gente tomara el aperitivo al aire libre. Por decir algo. Los edificios tenían una arquitectura anticuada, posiblemente de los años treinta, con molduras de escayola y portales con grandes lámparas árabes de vidrio que se veían a través de las puertas. Y al otro lado de la plaza había un gran mercado con el tejado hecho de tejas de cerámica con mil colores. Éste se sostenía en altas columnas, con vigas de acero pintadas de rojo, y en el interior bullía la actividad. Olía a fruta, a verdura y a especias.

—Es precioso —murmuré, embobado.

Lot me miró de reojo y en lugar de seguir nuestro camino por alguna de las dos calles que se abrían a ambos lados de la construcción, me guió hacia el enorme mercado. Le sonreí, agradecido. Cruzamos bajo los arcos, mezclándonos con el gentío. En las bóvedas se hacían eco las voces de los comerciantes y los compradores, las grandes ventanas acristaladas mostraban al otro lado una ciudad lechosa y emborronada. Las baldosas del suelo eran enormes hexágonos de colores arcillosos que se alternaban, y por cada grupo de seis había una de ellas decorada con motivos geométricos y coloridos. Mis ojos se lo bebían todo.

—¿Lo has hecho tú?

—No —dijo él— aunque me halagas. Esto lo hizo nuestro Maestro, el jefe de los ilusionistas.

Asentí. Al principio había creído que aquel lugar era el sitio que Lot quería mostrarme, pero ahora que sabía que no era así, no me parecía tan magnífico. Sin embargo, seguía siendo una obra increíble. Me dejé maravillar por los detalles, acepté un saquito de azafrán que me ofreció una vendedora y compré un cartucho de papel lleno de nueces con miel. Cuando salimos del mercado, yo estaba ya encantado de la vida y totalmente receptivo para cualquier cosa. Viramos en una calle ancha y la recorrimos hasta llegar a un espacio abierto en el que había una rotonda con una fuente y, a la derecha, un antiguo complejo cerrado con una verja. Al principio pensé que era un solar abandonado, pero el buen estado de esta última y el verdor de las hierbas que crecían detrás de la cancela de hierro forjado me hicieron pensar en algo así como una mansión.

Lot se detuvo.

—¿Es aquí? —pregunté.

—Sí. ¿Quieres espiar un poco?

Me sonrió traviesamente y yo asentí, asomándome entre los barrotes. Vi parterres algo descuidados y un camino de grava, ancho, con algunas columnas de escayola a los lados sobre las cuales había candiles apagados. El camino llevaba a una fábrica antigua con tejados de metal y cristal, hecha de ladrillo rojo, con jardines alrededor, y muchas, muchas ventanas. Era hermosa de un modo muy peculiar: parecía una mezcla entre el art déco americano y el art nouveau francés, con toques de modernismo europeo y formas limpias, casi neoclásicas. Aunque tenía detalles ornamentales, en general presentaba un aspecto de sencillez. Eran las líneas, las formas propias de la estructura, levemente onduladas, alargadas, como tallos delicados y hojas rizadas, era la belleza del conjunto, llena de espacios donde la mirada se relajaba, sin decoraciones abigarradas, lo que lo hacía especial. Lot pareció pensárselo antes de empujar la puerta de la verja con el bastón. Le brillaron los ojos con fuerza y la puerta se abrió con un suave chirrido, desplegando sus dos alas como si un mecanismo eléctrico las hubiera activado.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora