Escena 20

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Escena 20, toma primera

—¿Alguna vez has matado a un hombre?

Las lámparas de colores que colgaban en el rincón iluminaban tenuemente la sala. El gato había decidido quedarse hecho un ovillo junto a la ventana cerrada, abriendo los ojos de vez en cuando para mirar el exterior. Las fotos que le había hecho a Ariel estaban alineadas sobre la mesa; yo tenía los dedos puestos sobre ellas. Negué con la cabeza, levantando la mirada hacia Lot.

—Bueno, en realidad sí —vacilé—. Supongo que lo que hago ha matado a mucha gente antes pero... nunca ha sido a sangre fría.

—La primera vez que maté a alguien tenía 15 años. —Dio una calada al cigarro. Se había remangado la camisa por encima de los codos, el tatuaje del lagarto naranja estaba sobre uno de sus antebrazos, inmóvil—. Fue en Wounded Knee, durante el desarme de los indios lakota.

Sobre las fotografías, allí donde había puesto mis dedos, se extendían una especie de membranas gelatinosas, parecidas a diminutos tentáculos de medusa. Cada uno de aquellos pólipos brillaba en un tono rojizo y palpitaba a medida que absorbían la energía.

—¿Me estás hablando del siglo dieciocho?

—Diecinueve, casi veinte —aclaró.

Asentí con naturalidad. Ya conocía a Lot lo suficiente como para estar habituado a lo increíble.

—¿Y qué ocurrió? ¿No era un desarme?

—Sí, pacífico. Eso se suponía. Pero las cosas se salieron de madre.

Un soplo de aire fresco pareció irrumpir en la habitación cuando Liam salió del cuarto de baño, arreglándose la corbata. Llevaba los cabellos húmedos y peinados hacia atrás. El chaleco se ajustaba a su cintura con elegancia y al igual que Lot, llevaba las mangas enrolladas sobre los codos. Comenzó a bajarlas cuidadosamente.

—El coronel James Forshyt estaba al mando —dijo, interviniendo en la conversación—. Un hombre bastante sencillo, o así me lo pareció.

—Era un idiota —apostilló Lot—. Un idiota anodino.

Liam no respondió a la provocación. Parecía acostumbrado a sus salidas de tono.

—Hacía un frío glacial y el arroyo estaba parcialmente congelado. Éramos muchos. Muchos más que ellos. Había incluso unos cuantos cañones. Los indios eran muy cautelosos. Los lakota eran cazadores, pertenecían a la familia tribal de los sioux y estaban sufriendo el acoso de los blancos de forma muy intensa. Perdían tierras día a día, a pesar de que en su momento habían demostrado ser rivales formidables. —Liam hizo una pausa. Me había quedado un poco embobado mirándole, escuchando su voz hipnótica y agradable. Al darme cuenta, volví rápidamente la mirada hacia las fotografías, apartando las manos y dejando que los pólipos hicieran su trabajo. Luego pasé al siguiente grupo de imágenes y coloqué las yemas pegajosas sobre ellas—. Aquel desarme no debería haber causado bajas. Todo iba bien, no estábamos teniendo problemas. Todos entregaban las armas con rapidez y sin oponer resistencia, había algunos hombres y un gran número de mujeres, niños y ancianos. Pero entonces llegó el turno de Coyote Negro.

Las membranas se extendían con rapidez sobre las fotografías, cubriendo el rostro de Ariel, sus ojos, su boca, sus hombros, su cuerpo. Una vez, un médico con gafas oscuras y una mascarilla me había explicado que mis manos y mis pies podían dejar pequeños parásitos allá donde quisiera. Diminutas partes de mí que succionaban y vibraban y tragaban, y me enviaban la energía en ondas suaves, como un cosquilleo.

«Te ayudarán a alimentarte. Puedes parasitar a cualquier durmiente que desees, no se darán cuenta.»

Cuanto más recordaba de mí mismo, más asco me daba. Haberme olvidado de quién era no me parecía tan malo en ese momento. Escuché con atención, dispuesto a sumergirme en los recuerdos de los ilusionistas para huir de los míos.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora