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— ¿Vas a matarme? — le preguntó en un susurro, con sus ojos desorbitados y el rostro pálido. El miedo y el pánico  lo venció, y entonces, se lanzó hacia el desconocido de cabellos rojos y lo presionó contra lo primero que vio —. Porque no voy a dejarte hacerlo.

El desconocido no puso resistencia, sólo lo miró a través de sus largas pestañas con esos ojos dorados suyos.

De pronto Jungkook era demasiado consciente de cómo chocaban sus respiraciones juntas y sus rodillas y muslos se tocaban.

Miró fijamente al chico, intentando intimidarlo. Intentando desaparecerlo con una mirada. Pero no funcionó, pues tan relajado y desinteresado como se había mostrado desde el inicio, le sostuvo la mirada de tal manera intensa, que el que se sintió intimidado fue él.

— No voy a matarte, inútil. — le susurró de regreso el desconocido, y de un sólo empujón, lo mandó lejos suyo —. Al menos no si prometes irte de aquí ahora mismo, no volver y nunca hablar de este lugar con nadie.

Jungkook retrocedió, abrumado.

— Tienes mucho que perder, chico. — el de cabellos rojos lo miró amenazante, alzando el mentón y cruzándose de brazos.

Y fue entonces que Jungkook se dio cuenta de algo.

Ese chico tenía el escudo del reino de el país de las maravillas en sus ropas.

Y en cuestión de segundos, el cabello rojo y los ojos dorados hicieron sentido. Él era el príncipe rojo del que tantos hablaban, incluso en su reino, asegurando que no tenía corazón.

La mirada del príncipe Jungkook ganó un brillo de sorpresa que el príncipe rojo no entendió, y entonces el príncipe Jungkook empezó a examinarlo con la mirada y encontró que no había una sola cosa que lo relacionara con su hermano. Podía saberlo con sólo mirarlo a los ojos, porque sentía que de alguna manera podía leerlo y no tenía nada de igual al príncipe blanco. Así como él no tenía nada de igual a su hermano Taehyung.

— No puedo irme sin antes saber más de este lugar, específicamente qué es este lugar. — anunció Jungkook, esta vez más seguro de sí mismo —. Si me lo cuentas yo prometo no decirle a nadie que el príncipe rojo...

Jimin lo interrumpió, de golpe.

— ¿Cómo me has llamado? — frunció el ceño, esperando habérselo imaginado.

— Príncipe rojo.

Jimin lo estudió con la mirada.

— ¿Cómo lo sabes?

Jungkook sonrió, levemente burlón.

— Tus ropas. Tu cabello. Todo tú lo grita, eres él.

Jimin resopló.

Es tan obvio. — murmuró con cierta amargura. Como si no quisiera ser él.

— Además, yo soy el príncipe Jungkook. Vine desde mi reino a...

Jimin lo interrumpió una vez más.

— Eres tú. — susurró el príncipe rojo con los ojos muy abiertos —. Eres el prometido de mi hermano.

Jungkook asintió, de pronto sintiéndose muy miserable al recordar eso.

— Parece que tú y yo estábamos destinados a encontrarnos de una manera u otra. — le dijo Jungkook sin pensar. Sin ni siquiera deber por qué lo decía.

Para su sorpresa, el príncipe rojo sonrió.

Y Jungkook se sintió morir porque tenía la sonrisa más estremecedora, inspiradora, preciosa y sincera de todas.

— ¿Me vas a contar sobre este lugar? — insistió Jungkook.

— Si te digo lo que hay detrás de esas puertas, no me creerás. — suspiró Jimin, señalando las grandes puertas detrás suyo.

Hasta entonces, Jungkook no las había notado. Casi se ahoga de la sorpresa.

— La única opción que me queda, es mostrarte. — anunció Jimin, mirándolo con cierta incertidumbre.

El sonido de un reloj marcar la hora llamó la atención de Jungkook. Eso tampoco lo había notado.

— Se me hace tarde, príncipe Jungkook. Tengo que llegar. — indeciso, el príncipe rojo extendió su brazo hacia él —. ¿Vendrás conmigo?

Su mirada, por alguna razón, no hacía más que transmitirle confianza.

Así que Jungkook tomó la mano de Jimin fuertemente en la suya.

Y la mirada de Jungkook también le transmitía confianza a Jimin, porque de lo contrario jamás le mostraría lo que había detrás de esas puertas.

Esas puertas. 

A Jungkook no le importaba que detrás de ellas se encontrara el mismísimo infierno.

No le importaba que todo lo vivido hasta ahora fuera un sueño.

No le importaba estar delirando por su golpe en la cabeza.

No le importaba haber muerto por la caída.

No le importaba, porque si era sincero, sentía que era mejor estar ahí que en la cena de anunciamiento de un compromiso que no tenía su consentimiento.

Y el consentimiento era un básico derecho humano.

(...)

SIN CORAZÓN 無情: KOOKMINWhere stories live. Discover now