Capitulo 2

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Capítulo 2

Después de salir del cuarto de mi madre me dirigí al mío, fui directo al baño, me duché en menos de 5 minutos. Comencé a buscar que ropa utilizar. Me decidí por un jean rasgado de las rodillas y una camisa manga larga azul con escote en v, mis zapatillas negras, el cabello lo acomodé en una trenza que llegaba un poco más debajo de los omóplatos.

Me observé al espejo ya lista, mi cabello rojizo opaco en la larga trenza con mechones traviesos que salían de ella, mis grandes ojos verdes cubiertos por mis largas pestañas, mis labios gruesos sin ser excesivos, piel pálida como muestra de que nunca había recibido rayos del sol, era alta, mis largas piernas me daban un sutil toque de elegancia, mi cuerpo no era delgado, pero tampoco grueso, era un punto medio, pronunciadas caderas que se enfundaban a la perfección con el pantalón. Era la versión joven de mi madre.

Bajé corriendo la escalera, me paré frente a la puerta, el corazón me latía a mil por hora, la respiración era acelerada, me di la vuelta y observé la sala sin tan solo una fotografía, se supone que los hogares debían ser cálidos, pero éste era frío.

Tenía todo de mi lado: mamá no vendría hasta las 7 de la noche y apenas eran la 1:20, lo cual me deja mucho tiempo, tenía las llaves, pero había algo dentro de mí, un temor que mi madre plantó y fue regando poco a poco todos estos años, hasta convertirla en una horrible enredadera que mataba todas mis ilusiones.

Estuve parada meditando hasta que pude tomar una decisión. No permitiría nunca más que alguien decidiera por mí, aunque ese alguien fuera la que me dio la vida, todos tenemos derecho a tomar decisiones, y si estas traen consecuencias malas será una forma de crecer, pues, cómo levantarnos si no nos caemos, de eso se trata la vida: ensayo y error.

Sonreí instintivamente, y eso fue suficiente, tomé el manojo de llaves y procedí a meter la primera: nada, y la segunda nada, cuando iba por la 6 la bendita puerta cedió. Había dos gradas, las cual bajé con piernas temblorosas, caminé al portón grande de color café, metí la llave en la cerradura y esta cedió.

Estuve ahí parada dos minutos, cuando al fin tomé valentía abrí el portón y di un paso afuera.

Una fría briza me dio la bienvenida, el oxígeno se sentía más limpio, frente a mí se extendían filas de casas de madera de tanto colores vivos y enfrente, como si fuera un reglamento vital, cada una tenía grades árboles de cerezo, la vista era perfecta para ser pintada.
Escuché ladridos provenientes de mi derecha, y si, venían unos lindos caninos amarrados a un lazo, que una chica castaña de piel morena sostenía.

-Hola- Musitó pasando a mi lado.

-Hola- respondí, pues sería muy mal educación no hacerlo.
Comencé a caminar sin rumbo alguno, solo intentado disfrutar de aquello que se me había privado. La mayoría de las casas tenían jardín con hermosas flores de todo tipo que olían delicioso, las personas me sonreían de manera cordial desde sus hogares, y las que pasaban a mi lado saludaban formalmente.

Me sentía normal caminado entre ellos, viéndolos sonreír, gozando de una libertad que yo nunca tendría, ese pensamiento me hizo sentir melancolía.

-Vamos el parque está cerca- esas palabras lograron devolver mi ánimo.

Según mis cortos conocimiento los parques son lugares muy bonitos.

Seguí a los niños que corrían muy contentos al mayor, el cual dijo que se dirigían a un parque.

Caminamos un rato en el cual los pequeños ni notaron mi presencia.

El parque era maravilloso: arbustos con pequeñas flores rojas lo decoraban, muchas personas se encontraban ahí, desde adolescente platicando animadamente o leyendo un libro, hasta madres vigilando a sus hijos que jugaban tranquilamente.

Observé que en el centro del parque había una pequeña fuente con la estatua de una mujer, que a pesar de estar muy sucia era hermosa y extrañamente llamativa, me acerqué y pude notar que muchas monedas se encontraban en el fondo de esta.

-Sabes, dicen que, si lanzas una moneda y pides un deseo, este se cumple- pegué un pequeño brinco al escuchar la voz de una chica casi tan alta como yo, largo cabello rubio ondulado, ojos de miel claro, piel de un leve bronceado, su cara fina, cualquiera podría decir que era la versión humana de Barbie.

- Tranquila, no era mi intención asustarte- continuó hablando- ¿Vas a pedir algo? - volvió a preguntar.

Miré a mis lados para confirmar que era conmigo.

-Hola- susurré con desconfianza.

-Hola- dijo sonriendo – Y ¿si lanzaras una moneda?.

-No creo que una fuente pueda ayudar a cumplir mis deseos- Solté con amargura.

Ella levantó las cejas, sorprendida por mis palabras.

-Sabes, porque no podamos ver algo no significa que no exista- argumentó dejándome sin palabras- Los sueños son algo que nadie puede quitarnos, es tal vez lo único nuestro, no podemos perder la esperanza de que se cumplirán.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, después de un rato en silencio ella habló.

-Si gustas puedo darte una- habló, sacando una moneda de los bolsillos de su abrigo y extendiéndola hacia mí.

-No, cómo crees- dije, asombrada por su gesto.

-Solo es una moneda- yo negué con la cabeza- Anda, tengo muchas- insistió.

-Gracias- dije.

Deseo ser libre- pensé.

Lancé la moneda a la fuente.

-No eres de por aquí ¿cierto? - dijo viéndome de pies a cabeza.

-No- Murmuré.

- ¿Vienes con alguien? -miro atrás de mí.

-No- repetí.

-No eres muy conversadora ¿Cierto? - frunció su seño.

-No- contesté.

-Mi nombre es Milena Trumbull- extendió la mano.

La miré a sus ojos miel, dudosa de si decirle o no mi nombre verdadero, no lucía peligrosa, sólo una chica común y corriente, extrañamente bonita, pero sólo eso.

-Annica Mikhailov- murmuré.

-Mikhailov- dijo saboreando cada letra, lo cual me pareció extraño- ¿Quieres sentarte? – dijo, señalando los columpios vacíos a lo lejos.

-No sé si sea correcto –musité dudosa- No te conozco.

-Pero podríamos platicar, y así conocernos- propuso sonriendo.
-Pero- comencé a decir.

- ¿Tienes algo mejor que hacer? –negué-  Entonces vamos- me hizo una seña de que la siguiera y lo hice.

Nos sentamos en los columpios con vista a los niños que juegan y gritan, sus risas de alguna manera me calmaban.

-Y ¿no eres de aquí? - pronunció alargando la y.

-No, bueno si, pero no salgo mucho- dije aún con la vista en los niños

-Oh ya.

Luego de eso nos quedamos en un largo silencio incómodo.

- ¿Y con quién vives?
Su pregunta me hizo verla con el ceño fruncido.

- ¿Por qué? - dije a la defensiva.

-Hey tranquila, solo quiero sacar plática- alzó las manos como si le apuntara con un arma- Bueno empiezo yo- se acomodó en el columpio de forma que me quedó viendo de frente- Yo soy de Inglaterra, vengo de paseo con mi mamá y hermana menor, mi padre murió cuando era pequeña.

-Lo siento- musité con pesar.

-No te preocupes, lo superé hace mucho- dijo, pero sus ojos demostraban tristeza- Ahora cuéntame sobre ti.

-Yo- balbuceé algo que ni yo entendí- Vivo con mi madre, Virginia.

En cuanto mencioné el nombre de mi madre ella se puso rígida, me miró con los ojos entornados, luego recuperó la postura y sonrío nerviosa, sólo la vi con una ceja arqueada.

-Entonces eres hija única ¿Cierto? –musitó, intentando recuperar el hilo de la conversación, yo solo pude asentir- ¿Y dónde estudias?

-En casa- dije, aún extrañada por su reacción- Mi madre cree que es mejor.

Luego de eso conversamos tranquilamente, olvidando así su extraño comportamiento, entre más hablamos más la conocía, era una chica muy dulce y un poco superficial, ama a su madre, extraña a su padre y estudia en un instituto privado donde los chicos no son tan gentiles, sus palabras.

Así pasaron las horas, platicando con una completa desconocida, pero por extraño que sonara, hacía que me sintiera normal.

-Anni- miré a Lena, que pasaba una mano frente a mi rostro- Te perdiste.

- ¿Anni? - Cuestioné.

-Sí, es un diminutivo, a mí me gusta, ¿A ti no? - dijo con preocupación.

-Está bien- me encogí de hombros.

-Pues ya que estamos de acuerdo, se queda- musitó sonriente.

-Nadie me había puesto ningún diminutivo o apodo.

-No, siquiera tu novio- levantó sus cejas de forma graciosa, solté pequeñas carcajadas.

-Ya te dije que no tengo- lo había repetido cuatro veces y ella seguía insistiendo.

-Me parece verdaderamente increíble que siendo tan bonita no tengas- un sonido la interrumpió, ella planeo las bolsas de su chaqueta y sacó un teléfono.

-Es un mensaje de mi madre- gruñó, arrugando la cara- Está preocupada porque llevo mucho tiempo fuera- comenzó a escribir en su teléfono.

Pero yo dejé de prestar atención, las palabras -mucho tiempo- se repitieron en mi cabeza como eco, logrando que sintiera un escalofrío en mi espina dorsal.

-Hey, ¿qué te pasa? te has puesto pálida- Milena tocaba mi brazo, pero yo solo podía pensar en una cosa.

Mi madre

Me puse de pie de un brinco, logrando que Barbie humana se sobresaltara.

- ¿Adónde vas? -me tomó del antebrazo, deteniendo mi partida.

-Tengo que irme- dije, intentando soltar su agarre, que extrañamente era muy fuerte.

-Pero mírate, estas pálida y tiemblas, es como si fueras a desmayarte- musitó mirándome con preocupación.

-Estoy bien, pero debo irme- me soltó, poco convencida

- ¿Nos vemos aquí mañana? -gritó, mientras yo corría, sólo levanté mi dedo pulgar.

Corría todo lo que mis piernas me daban, sentía que el aire me faltaba, mi corazón parecía que en cualquier momento se saldría de mi pecho, mechones de cabello que se soltaron de la trenza se metían en la boca, mis piernas comenzaban a arder. Casi boto a un muchacho que iba con libros, grité un “lo siento” y continúe corriendo.

Miré la casa como quien mira un vaso de agua en el desierto ardiente, cuando estuve parada en la acera que estaba enfrente, puse mis manos en mis rodillas para descansar y tratar de calmar mi corazón, que daba latidos furiosos, después de un rato me enderecé, quité mechones de cabello pegados a mi cara por el sudor. Cuando alcé la mirada sentí que mi alma dejaba mi cuerpo, el mundo se volvió gris, no había ruido, sólo el de mi corazón volviendo a acelerarse, ahí estaba el carro de mi madre mal parqueado en la acera.

Escuché el sonido del portón siendo abierto de forma brusca, con el corazón en la mano, giré el rostro, ahí estaba con su común traje color gris, sólo que, sin la chaqueta, el cabello rojo sangre moviéndose tras su espalda, los ojos verde esmeralda ardiendo en rabia, su cara roja y sus manos en puños, en los que ejercía tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

-Annica- gruñó furiosa.

Hijos de la Luna ( Terminado)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें