Prólogo: Algo tan simple

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Algo tan simple y tan complejo a la vez como la vida; algo que nunca hemos pedido ni exigido pero que no queremos perder, aunque algunos sí.
Para la mayoría de la gente, la vida es el bien más preciado que tenemos. Dinero, amor, familia, amistades, viajes... ¿de qué nos sirve todo eso si no tenemos la certeza de que en el próximo amanecer vayamos a volver a despertar? No sirve de nada. Cosas como el dinero o el amor se ven como algo imprescindible cuando tú menor preocupación es la vida; cuando crees que eres eterno, o al menos tratas de convencerte a ti mismo de que lo eres, pero nadie es eterno.
Es triste, por otra parte, que haya gente que detesten tener ese bien tan preciado. Personas que desean acabar con sus vidas con métodos de suicidio realmente sádicos, y lo peor de esto es que, habitualmente, quieren acabar con sus vidas por culpa del rumbo de las vidas de otros.
Tomar la decisión de acabar con tu propia vida debe de ser la paradoja más difícil con la que te puedes encontrar a lo largo de toda tu vida. ¿Hasta qué punto de desesperación debe llegar una persona para hacer algo así? ¿Cómo alguien puede llegar a ser capaz de acabar con su propia vida; su bien más preciado?
Ojalá fuésemos eternos, la de preocupaciones que nos quitaríamos de la cabeza. Si nuestra vida fuese ilimitada no correríamos para coger el bus, ni nos preocuparíamos porque se ha quemado el bizcocho que tanto rato nos ha costado hacer, tampoco nos molestaría perder el tiempo con cosas de poca importancia, ya que sabríamos que tenemos una infinitud de días en los que arreglar esos pequeños errores. Nada es así; la vida es sufrimiento y preocupación por uno mismo y por los demás. Sufrimiento por la incertidumbre de no saber cuando se nos van a acabar los días, aunque, ¿valdría la pena saberlo?

𝐌𝐢 𝐯𝐢𝐝𝐚 [𝟏] (✍️)Where stories live. Discover now