Así que Manuel intenta mantener el clóset cerrado, doblando las bufandas, pensando inmediatamente en otra cosa para no tener que sentarse a pensar, a añorar, porque se siente humillante hacerlo, pero ya es un adulto, y no le gusta mentirse.



MARTÍN RECUERDA que Manuel y él se dieron el primer beso en agosto, unos meses después de conocerse y cuando el frío ya estaba pasando. Empezaron a andar en ese entonces, y en septiembre, cuando Manuel había cumplido dieciséis, Martín le pidió pololeo en una plaza, la plaza frente a la pandereta que había sido profanada y ahora se sentaba de un gris oscuro y los cobijaba cuando se besaban. Martín sabía y recuerda, también, que en esos momentos Manuel le gustaba cada día más, que era algo abrumador lo mucho que le gustaba con el pasar de los días, que Sebastián le pedía que se callase y que ahora ni siquiera las modelos de la tele lo hacían sentir tanto calor, tanta emoción como Manuel cuando se veían y se besaban fuerte, intenso, cuando Martín le pasaba la lengua por los labios y Manuel le tomaba el rostro con fuerza pero suavidad al mismo tiempo (algo que, increíblemente, solo Manuel había podido hacer hasta el día de hoy, la presión perfecta y la ternura exacta); que nadie, en dieciocho años lo había hecho sentir así, que nadie lo ponía tan inquieto pero al mismo tiempo le calmaba el pulso cuando cerraba los ojos. Le gustaba tanto que Sebastián le había insinuado que tal vez, solo tal vez, podía estar enamorado, pero Martín no podía creer eso, enamorado qué crees Sebastián cómo voy a estar enamorado, sabés lo importante que es decir que amas a alguien, no loco, yo no estoy enamorado, eso es gigante.

(Y a veces el Martín adulto se ríe del Martín adolescente porque en ese momento parecía algo tan gigante y abrumador pero era obvio se susurra a sí mismo en el oído era tan obvio que es casi tonto que no te dieras cuenta que lo ibas a amar la primera vez que lo miraste a los ojos, tarado)

Así que a Martín le cuesta un poco, le toma un poco de tiempo, pero no es algo pesado porque cada día que se sientan a tomarse de las manos y hablar de las formas de las flores es algo que lo hace inexplicablemente feliz, que lo hace querer llorar y pintar, es algo que lo hace tan feliz que en realidad se enoja un poco cuando su mamá le insinúa que así es estar enamorado en la adolescencia, que no mamá, que esto no es porque yo soy joven, esto es porque es Manuel, porque nadie más me podría hacer así de feliz. Y esos días saben a miel y a galletas de limón, que nada lo puedo hacer tan feliz en el mundo como esos días.

Martín termina por darse cuenta un día en diciembre, poco después de que todos hayan salido de vacaciones, un poco antes de los resultados de la PSU, cuando uno de sus compañeros hace un carrete en su casa y Martín le pregunta a Manuel si lo quiere acompañar. Manuel es mucho más hogareño que Martín, y aunque definitivamente respiran el uno del otro y tienen días y momentos en los que salen solos, Martín quiere salir con Manuel ese día porque justo es cuando cumplen cuatro meses juntos, y quiere estar con él lo más que pueda, quiere besarlo y abrazarlo en la oscuridad mientras sus compañeros se acaban las botellas del tequila barato que compraron en la botillería del frente, que estén demasiado concentrados en la música y Martín pueda rozarle las orejas a Manuel y ambos se sienten muertos de cansancio luego de bailar demasiado y empiecen a burlarse de las personas que a ambos les caen mal. Manuel le dice que sí, porque también quiere besar a Martín pegados a una pared, escuchando el reguetón de fondo y que alguien ebrio se cruce con ellos y les pida disculpas antes de sentarse en el piso y quedarse dormido. Quiere sentir el calor y que ambos terminen por sentir aún más calor mientras se besen escondidos, lejos de la gente que los puede juzgar, demasiado metidos en su propio mundo como han estado desde que se conocieron.

La historia va más o menos como se la imaginaron. Sebastián es uno de los que beben tanto y tan rápido que termina vomitando en el baño, acompañado por un Luciano más sobrio, más amable (y cuando Sebastián vuelva un poco a sus sentidos y Luciano los pierda un poco más, quedando en el mismo estado, es ese mismo baño el que los ve mientras se dan sus primeros besos), Daniel también está ahí y lo pasa bien alejado de sus amigos y hermano (y se enteran meses después que Daniel se la pasó entre dos personas toda la noche). Hay gente vomitando en el baño y en la cocina, demasiado hielo, botellas vacías, vasos de plástico aplastados en el piso y Manuel y Martín, más sobrios que el resto pero no al cien por ciento en sus sentidos, se sientan reírse cuando escuchan a alguien hablar cosas sin sentido y otra persona caerse en el pasto. Se besan como quieren, se tocan las espaldas y un poco más, pero lo toman lento, no tienen prisa, sobre todo cuando el baño es ocupado por personas que no conocen y tienen prisa. Se toman de las manos, más que nada, y cuando alguien pone una canción que a Martín le gusta mucho, se paran a bailar.

Writer in the Dark |ARGCHI|Where stories live. Discover now