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"SI ESTO ES AMOR

entonces quiero mi dinero de vuelta

porque podría usar el cheque para gastarlo en

un mejor corazón para llevar bajo mi manga

[...]
pero si crees que esto es amor,

lo es"

King Princess – If you think this is love



Cuando la rutina se hubo establecido y las lluvias se hicieron cada vez más comunes, Martín y Manuel se acostumbraron a establecer silenciosos patrones de contacto las veces que se veían en el departamento del otro. Fueron cosas pequeñas, mínimas, sencillas, que Manuel llevaba demasiadas cajas de té y no se tomaba todas las bolsas entonces se quedaban escondidas en el estante de Martín, el té que no tocaba para Daniel ni Luciano porque era de Manuel; o que a Martín se le olvidaba siempre la bufanda en el departamento de Manuel así que Manuel terminaba por lavarlas, doblarlas y guardarlas en un lugar específico para solo las bufandas de Martín, que las veía cuando buscaba entre su propia ropa para vestirse y salir, pero siempre estaban ahí, lisas, bien estiradas esperando el sábado o el viernes en que Martín llegaría a verlo y se sentarían a discutir, cada vez menos, el pasado.

Julio, el amigo de la infancia de Manuel, encontraba extraña la situación. Por qué cada vez tienes más bufandas pero nunca las ocupas ah es que no son mías se le quedaron a un amigo la última vez y fin de la conversación pero Julio siempre se queda mirando la repisa blanca del clóset de Manuel y se pregunta de quién son, a qué amigo, a qué andante o a qué ex le pertenecen todos esos pedazos de tela tibia, porqué de repente aparecen frente a él y se quedan ahí, cada vez más bufandas. Manuel nunca le responde directamente, siempre le niega que esté viendo a alguien, que no está interesado en volver a meter a un hombre en su vida y que simplemente se le quedaron a un amigo del trabajo, que las guarda porque al muy pavo se le quedan siempre que viene, y yo no se las voy a dejar tiradas en el living po', Julio. Ya, bueno, no se las vas a dejar tiradas en el living, pero por qué siempre hay más, por qué no se lleva ninguna. Manuel se encoge de hombros, no le responde, solo se ríe porque Manuel así responde a las cosas que no quiere responder, y Manuel no le diría a Julio que las primeras tres o cuatro veces se le olvidó decirle al amigo misterioso que había doblado y lavado sus bufandas, pero desde la quinta o sexta vez ya se acostumbró a verlas apiladas en su clóset, que en realidad le daba risa pensar que el hombre tenía tantas bufandas distintas como para llegar con una distinta cada vez, que tampoco preguntaba por la bufanda anterior, que las dejaba ir nada más como si no importara y que a Manuel ahora le gustaba sentir que esas bufandas se habían quedado con él, aún si no las tocaba después de lavarlas y doblarlas, aún si solo las miraba cuando estaba echado en la cama y se le olvidaba cerrar el clóset y las contemplaba, en silencio, recordando sus encuentros de cada fin de semana que cada vez se hacían más y más ligeros, más amenos, más alegres, que cada vez esperaba más porque este era un hombre que, a pesar de todo, le agradaba, le agradaba porque era distinto a lo que pensó que era y le hacía sonreír aunque fuera a punta de tontera, porque era un hombre simpático y divertido y sin importar nada, siempre le haría reír.

Manuel se preocupa a veces mientras mira las bufandas, porque una parte de él quiere sentarse frente al clóset, de rodillas, y tocar la tela con la punta de los dedos y recitarle algún poema europeo (¿es mejor hablar o morir?) mientras una canción se susurra en el fondo de su cabeza, rozando su estabilidad, rozando las cajas de recuerdos selladas que guarda en el fondo, lejos de todo lo visible y palpable. Que quiere tocarlas y ponerlas en su cuello y cerrar los ojos y pensar por un momento en Martín, en Martín que, al principio, se aparece ante él joven, de pelo largo, ojos vivaces, más arrogancia que nada, pero ahora se derrite, se transforma en ese Martín de chaquetas gruesas, de fumadera casual más que diaria como en la adolescencia; en el Martín que tiene la nuca pelada, que se sienta de maneras raras frente a él y le cuenta historias que el Martín adolescente no sabía, que le habla de su trabajo y de sus ex parejas y de los problemas con las cañerías del edificio y le dice que cada invierno se siente más viejo y que no cree poder pasar agosto ningún año. El Martín adulto que olvida sus bufandas en su departamento y no se las pide de vuelta y casi, casi se siente como si le estuviera regalando esto, como si le estuviera dando este pequeño segundo de soledad y añoranza y de fantasía, como si le dijera bueno aquí está vuelve a tenerme aunque sea por cinco minutos aunque sea distinto aunque no sea cierto vuelve a tenerme y Manuel lo acepta, lo acepta mientras mira las bufandas y piensa en la forma en que rozaron la piel de Martín que él no roza hace años y ahora implora silenciosamente, avergonzado, tímido, un poco confundido porque no puede creer que tiene veinticinco años, que este año cumple veintiséis, y que aún así se siente como un adolescente hormonal con el mismísimo primer hombre que le provocó sentirse así, aunque ahora sea distinto, aunque ahora se vea distinto y en general todo sea distinto, porque las ganas de ponerle una mano en los pómulos se sienten realmente parecidas a las de la adolescencia, y no puede mentirse, se odia un poco por eso.

Writer in the Dark |ARGCHI|Where stories live. Discover now