Capítulo 12: Cartas que nunca envié

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- DESPUÉS -  

Vagaba por el castillo una mañana de julio. Las clases habían llegado a su fin pero algunos profesores, sin lugar a donde ir, permaneceríamos entre esos fuertes muros que nos aislaban del mundo exterior. Las luces de la cálida mañana se mezclaban en las ventanas, que permitían una hermosa visión del día soleado que sucedía justo afuera. Ajeno a aquella bella escena, y puesto que no me apetecía estar afuera, decidí poner orden a mi despacho, al que le hacía falta una buena limpieza. Pese a poder arreglarlo con un simple movimiento de varita, elegí hacerlo de la manera convencional, para así huir de los pensamientos que atormentaban mi mente durante ese último tiempo. Comencé a separar los papeles que habían invadido la pequeña habitación en la que pasaba los días, seleccionando las cosas que me resultarían útiles en el nuevo periodo de enseñanza, tales como los libros que atesoraba desde que era joven y algunos instructivos para preparar pociones que yo mismo había escrito. Entre tanto papeleo, advertí una serie de papeles amarillentos que estaban perfectamente ordenados en un destartalado cajón. Todos ellos, doblados de una forma casi perfecta, tenían su respectiva fecha, que me remitía hasta más de veinte años atrás, y una palabra escrita apresurada pero prolijamente en la esquina superior, en una caligrafía que automáticamente reconocí como mía. Ese sencillo garabato rezaba un nombre, que me descolocó al principio pero luego me llevó a recordar el motivo por el que las había conservado por tantos años. Todas ellas decían lo mismo, el nombre de su destinataria, que nunca las recibió: “Para Lily”.

Comencé a pasar los dedos a través de ellas. Mi escritura delicada aunque algo difícil de entender, llenaba páginas enteras de promesas, de secretos, de cosas que nunca dije. Decidí sentarme cuando un nudo se formó en mi garganta y una lágrima mojó la hoja de papel que mis manos temblorosas casi no podían sostener. A pesar de que no era la mejor idea, me dispuse a leerlas, una por una. Recorrer mi vista por esas palabras desordenadas me causaba un profundo dolor por aquello que nunca fue pronunciado, aunque un extraño sentimiento reconfortante, quizás producido por la nostalgia de recordar viejos tiempos, tiempos mejores, felices. Recordé el momento en que las escribí, a todas ellas. En la primera, tenía solamente once años y acababa de entrar con ella a Hogwarts. Le describía lo triste que me hacía sentir que estuviese en Gryffindor, tan lejos de mí, y los celos que me provocaba saber que estaba más cerca de Potter al compartir casa con él. Era una carta simple, corta, de la misma forma que me expresaba cotidianamente, pero era suficiente para rememorar como me sentía en aquél momento. Seguí pasando mi vista por las demás cartas. Todas ellas habían salido de mi corazón, el mismo que no había tenido el valor suficiente de entregárselas, el mismo que la había dejado partir sin siquiera dar batalla. Eran momentos como aquellos en los que odiaba mi cobardía, mi miedo de perderlo todo por arriesgarme a tenerla por siempre conmigo. Y de todas formas lo había perdido todo. Su amor, su compañía, y principalmente, y lo que más me dolía y pesaba en mi conciencia, a ella.

A través de las cartas, experimenté una serie de sensaciones mezcladas, tan diversas entre sí que casi no podía contenerlas. Sentía principalmente vacío, como si algo faltase, cuando me faltaba todo, cuando me faltaba ella.

La última carta la había escrito cuando  habíamos dejado Hogwarts. La Guerra Mágica en progreso, aunque ella aún no estaba en peligro. La había escrito para felicitarla por el nacimiento de su hijo, Harry. Esta carta, a diferencia de las anteriores, sí había sido enviada. Lo que conservaba era un borrador de ella. Junto a ese pedazo de papel gastado, había otro, más pequeño y menos arrugado, con una letra más pulcra y ordenada. Aún tantos años después, reconocí esa letra y mi pulso volvió a temblar. Su respuesta mantenía su esencia, e incluso su perfume se conservaba en ese trozo de papel que parecía no conocer del paso del tiempo. Sus palabras, esas expresiones que no había olvidado ni olvidaría, permanecían ahí, en ese delicado papel, cuya existencia acrecentó mi pesar, y reafirmó mi cobardía, puesto que no fui lo suficientemente valiente como para cumplir con lo que Lily había pedido en su simple carta.

El lamento del príncipe - Severus SnapeWhere stories live. Discover now