Capítulo 11: El hombre de las dos caras

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- DESPUÉS-

El año siguió su curso normalmente, pero aún así, muchas cosas de las que estaban sucediendo colmaban mi mente con preocupación. Desde el episodio con Quirrell en el partido de Quidditch, no le había quitado los ojos de encima, porque temía que, en su afán por conseguir la Piedra Filosofal, algo que probablemente ha sido impulsado por la codicia y alentado por los rumores que corrían al respecto, dañase a Harry, si no era ese su objetivo principal. Mi mente vagaba entre aquellas posibilidades, amenazando con llevarme a la locura, y pensé en recurrir a Dumbledore. El viejo sabio tendría todas las respuestas que buscaba, pero, por alguna razón, no quería molestarlo ni perturbarlo con mis paranoicas ideas, por lo que descarté completamente la idea de comentarle mis sospechas. Además, y aunque siendo un ex-mortífago con olfato para las situaciones poco convencionales y hasta peligrosas, dudaba que el anciano de cabello cano tomase en cuenta mis sospechas, alegando probablemente a que confiaba completamente en los profesores que había asignado. Por esta razón decidí hacer caso omiso a lo que mi instinto protector me decía, y controlar la situación con mis propias manos. Intenté seguir al misterioso sujeto con turbante a sol y a sombra, aunque eso resultaba prácticamente imposible ya que se escabullía de mí cada oportunidad posible. Solo dos veces pude seguirle la pista. En ambas ocasiones lo vi acechando cautelosamente el Tercer Piso, mostrando un fingido y forzado interés por las esculturas que cubrían los pilares del castillo. Ni siquiera Peeves, el travieso fantasma que habitaba en Hogwarts, había conseguido que el misterioso profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras se inmutase con su fastidioso comportamiento. Nada parecía distraer a ese hombre de lo que sea que estuviese haciendo. La segunda vez, decidí acercarme a él, a fin de intimidarlo con mis incómodas preguntas respecto a su comportamiento en los últimos días. Lo tomé por sorpresa en el pequeño pasillo que separaba un aula abandonada de la habitación donde estaba Fluffy, el gigantesco perro de tres cabezas. Sentí su respiración agitada y, en cuanto lo miré a los ojos, noté un brillo especial, que no había visto antes, o al menos, que no había tenido oportunidad de ver de cerca: el brillo del temor. Trastabilló al intentar escapar y me obligó a acorralarlo, amenazándolo con mi varita.

-          Cuidado con lo que haces, no querrás meterte en problemas en tu primer año, ¿no, Quirinus? – pregunté, usando mi voz más firme y potente, esperando al menos una respuesta por parte de mi interlocutor.

-          Yo-o n-no, n-o estoy ha-a-cien-do-do na-nada, Se-severus – sonaba como un niño al que acababan de regañar sus padres.

-          Yo no estaría tan seguro de eso – le aseguré, presionando mi varita en su túnica, señalando que solo un maleficio me bastaba para acabar con todo aquello, y que no me molestaba utilizarlo si era necesario. Lo amenacé de nuevo: – Como vuelva a verte en una actitud sospechosa, pagarás el precio, Quirrell, lo juro. No me importa lo que estés haciendo, ni por qué, ni a quién sirvas.

No obtuve respuesta. Quirrell se soltó de mi agarre deslizándose como un gusano. ¡Maldito cobarde! Maldije por lo bajo y me prometí que no dejaría que ese sujeto cumpliese su cometido.

Mientras tanto, debía mantener un ojo en Harry, a pesar de que se esforzara al máximo por odiarme (y no lo culpaba después de mi comportamiento injusto con él en las clases). Sabía incluso, porque por alguna razón a Hagrid se le había escapado en una conversación casual sobre ingredientes para pociones, que creían que yo quería robar la Piedra Filosofal. Reí con ironía cuando escuché aquella tontería... ¿Yo? ¿Intentar robar un objeto que tanto empeño había puesto en proteger? Por supuesto que Harry no lo sabía, pero me resultaba extraño pensar que había considerado siquiera esa posibilidad como casi una afirmación. ¿Creerían también sus amigos que había intentado embrujarlo durante el partido de Quidditch, cuando en realidad estaba salvándolo? Quizás, y no me resultaría sorprendente. Algunas veces llegaba a molestarme que tuviesen ese concepto de mí mismo, a pesar de haber sido fomentado inevitablemente por mi comportamiento, y empeñaba todas mis fuerzas en cambiar lo que la gente pensaba de mí, a pesar de que mucho tiempo atrás, en mi época de alumno, había dejado de importarme aquello.

El lamento del príncipe - Severus SnapeTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang