Son los mejores

727 63 0
                                    

  Gustabo se levantó con dificultad y se acercó al nuevo. Se arrodilló junto a él, que, al notarlo, intentó moverse, asustado.

  —No te preocupes, yo no te haré daño. —dijo Gustabo en un susurro—. Horacio, ven, vamos a intentar sentarle.

  Horacio se levantó también, se tambaleó un momento y casi cae al suelo, pero pudo estabilizarse y llegar junto a su amigo sin problema. Sus manos se encontraban pegadas a la espalda, por lo que no las podían usar. Decidieron emplear la cabeza para moverle. Al principio parecía imposible, pero el pelinegro acabó por ayudar, y entre los tres lograron darle la vuelta. Entonces, Gustabo se colocó tras él, y empleando de nuevo su cabeza, le irguió, dejándole sentado. Gustabo lo apoyó sobre su cuerpo, ya que se encontraba tan débil que podría desplomarse en cualquier momento.

  —¿Te- neis agua? —preguntó el pelinegro, a lo que Horacio negó.

  —Solo nos dan agua una vez al día, en la noche. La traerán en poco tiempo... Espero. Llevamos dos días sin beber ni comer nada. Pero te han traído aquí, así que tal vez hoy nos traigan algo de comer.

  —¿Cuan- cuánto lleváis aquí?

  —Perdimos la cuenta a la semana. Había noches en las que nos encerraban en grandes cubos de basura y perdíamos la noción del tiempo; después nos devolvían aquí y teníamos que esperar a la noche para poder ubicarnos.

  El pelinegro se estremeció. Gustabo lo notó.

  —¿Cómo te llamas? —preguntó entonces.

  —Jack, Jack Conway.

  —¿Y a qué te dedicas Jack? —preguntó Horacio.

  —Trabajo en la comisaría. Estaba de patrulla en mi moto cuando un coche me golpeó, pero no recuerdo más.

  —¿Entonces te están buscando, tienes alguna probabilidad de salir? —Gustabo se emocionó al escuchar la respuesta. Jack asintió—. Y tus hombres... ¿Son buenos?

  —Son los mejores.

VenganzaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant