Arrodillados

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  La puerta se abrió y alguien fue empujado dentro de la estancia. Una cuerda rodeaba todo su torso, impidiendo el movimiento de sus brazos. Quedó desplomado bocabajo sobre el suelo de tierra. Su cuerpo temblaba y sus pulmones recogían el aire a duras penas. Estaba terriblemente magullado y lleno de sangre. Sus ropas estaban rasgadas, y la camisa, que antes parecía ser blanca, ahora se tornaba marrón con salpicaduras carmesí. Sus pantalones negros estaban manchados de cieno. Probablemente había estado bajo una alcantarilla, debido a que se encontraba húmedo y sus rodillas parecían completamente empapadas. Su cabello estaba revuelto y saturado de agua. Se podían apreciar gotas resbalando por sus mechones color azabache.

  No estaba solo, pues otros dos sujetos se encontraban arrodillados y sujetados de la misma forma que él. Sus rostros parecían cansados y estaban llenos de tierra, de las veces que fueron arrastrados por el suelo sobre el que se encontraban. El cabello de los chicos estaba totalmente desgreñado. Uno de los chicos tenía el pelo castaño, el otro estaba totalmente calvo. Podría haber sido rasurado hace no mucho. Miraban al suelo con la cabeza gacha y apretaban sus puños, que apenas podían mover por las cuerdas que los amarraban.

  Los dos chicos eran amigos. Muy buenos amigos. Siempre habían estado juntos, y en esa situación se encontraban más unidos que nunca. El castaño miró al mondo, que levantó la cabeza con pesadez y miró al frente, directamente al nuevo sujeto que aún se encontraba en el suelo. No necesitaban palabras, sabía perfectamente lo que su amigo quería hacer. Se limitó a asentir con la cabeza mientras observaba aquel cuerpo tan lastimado.

  —Gustabo, está malherido, no sobrevivirá. Deberíamos dejarlo, si nos ven ayudándole nos matarán.

  —Hay que ayudarle.

VenganzaWhere stories live. Discover now