10. Entrenamiento

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Capítulo diez

Entrenamiento

—Lo haces bien —le dijo Edmund a uno de los minotauros, que practicaba con una daga—. Lucy sabe utilizar dagas, también, por si quieres pedirle consejo.

La bestia asintió y el muchacho dejó que siguiera entrenando. Avanzó por el campo de práctica hasta donde los centauros, habituados al arco y la flecha, probaban las espadas. No lo hacían mal, pero se notaba que eran novatos. Edmund no pensaba que fuera una buena idea que todos tuvieran conocimientos básicos de cada tipo de arma, ya que perderían tiempo que podían utilizar para especializarse y refinar sus habilidades en una en específico. Para él era tonto que se entrenaran en todas las áreas cuando, en realidad, utilizarían solo una de ellas en la batalla, pero, sin embargo, no dijo nada y siguió observando al ejército.

Unos pasos más allá estaba Caspian, sospechosamente cerca de Susan. Los brazos de ambos estaban entrelazados mientras ella le mostraba cómo tensar la cuerda del arco, cómo poner la flecha, cómo apuntar... No era más que una excusa del príncipe para acercarse a su hermana, seguramente. No quería saber lo que diría Peter al verlo.

Y, sin embargo, lo supo al instante.

—Ese maldito —lo oyó murmurar a sus espaldas.

Se dio la vuelta y vio a su hermano. Como ninguno quería seguir peleando, no se dirigieron la palabra y Edmund decidió alejarse. Una vez que estuvo a una distancia respetable, vio cómo Peter se acercaba a la pareja para decir su sincera opinión. Sin embargo, cuando estaba a pocos centímetros de ellos, se detuvo como si se hubiera vuelto de piedra. Parecía haberse arrepentido. Se dio la media vuelta y comenzó a alejarse; al parecer prefería dejar tranquila a la pareja.

Quizás, después de todo, el viejo Peter seguía viviendo en él. Edmund sonrió y decidió ir por Julia y Lucy. Las encontró en una de las antecámaras de la mesa de piedra, sentadas en el suelo y hablando en voz baja.

—Lucy, pensé que estarías afuera, ayudando a los otros con las dagas —dijo Edmund cuando estuvo cerca—. Acabo de mandar a un minotauro a buscarte para que le enseñaras.

—Entonces mejor si me encuentra rápido. No queremos minotauros furiosos con nosotros dos, ¿no?

Lucy se levantó, se sacudió el vestido y se despidió con una sonrisa.

—Nos vemos en la cena —dijo antes de irse.

Edmund y Julia quedaron solos, y el corazón de la chica comenzó a latir más rápido.

—¿Estás bien? —le preguntó él, y ella temió que hubiera descubierto sus latidos acelerados—. Peter no siempre es así —agregó, haciéndole entender de qué hablaba. Julia cambió de posición y frunció un poco el ceño.

—Parece que conmigo siempre es grosero, ¿no?

—Es que lo conociste hace muy poco, y ahora está cambiado... Si hubieras visto cómo era antes, sabrías que solamente está bajo presión. Es una buena persona, y en realidad le preocupas.

—Te creo hasta lo de buena persona.

Edmund hizo una media sonrisa que hizo sonrojar a Julia.

—Bueno, tal vez no se pase las noches despierto pensando en tu bienestar, pero no le caes mal —se corrigió—. No la estás pasando muy bien, ¿no es cierto?

Julia no quería decirle la verdad, pero asintió.

—Te entiendo. —Suspiró y bajó la cabeza.

—Edmund...

Él volvió a mirarla. Sus ojos marrones brillaban, y no sólo por reflejo de las antorchas.

Infiltrada en NarniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora