2. Un viaje mágico

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—¿Qué es lo que hicieron? —inquirió Susan, furiosa.

Lucy, que estaba sentada junto a Edmund y Julia en un banco de la estación, resopló y decidió dedicar los siguientes minutos a contemplar el suelo. Peter se dejó caer a su lado y explicó:

—Uno de los del Harrison Institute nos empujó al pasar.

Hubo un silencio.

—¿Eso fue todo? Peter, por favor...

—No. Luego de eso, quiso que yo me disculpara.

—No puedes comenzar una pelea por eso; es totalmente ridículo e innecesario, y va en contra de la convivencia...

—¡Él es el que estuvo mal, el gran desubicado!—dijo, incorporándose de un gran salto—. Si esto hubiera pasado en Narnia, yo ya lo hubiera mandado a...

Susan abrió grandes los ojos y Peter se calló al instante. No podían hablar de ello con Julia cerca, y aún menos en un lugar público, lleno de gente chismosa que ya tenía la atención puesta en él. No podían arriesgarse a que alguien se enterara.

—De todos modos, ¿no se cansan de ser tratados como chicos?

—Somos chicos —dijo Edmund.

—¿Es que ya olvidaron todo? Fuimos reyes y re... —Peter se interrumpió nuevamente—. Perdón, ¿pero quién eres?

—Julia Behrens —contestó Julia sin dejarse intimidar por la furia de Peter—. Voy a la misma clase que Lucy.

—Necesitamos hablar Julia. Los cuatro hermanos —dijo Peter en un muy mal intento de contenerse.

—Sí, creo que lo mejor es que me vaya —dijo ella y se levantó de inmediato—. Te veré en el colegio, Lucy —saludó antes de alejarse y mezclarse entre la multitud.   

—Gracias por enfadar a mi amiga, Peter—dijo Lucy.

Su hermano se masajeó la frente y respiró hondamente.

—Lo siento, Lu. Si quieres puedo ir a hablar con ella y disculparme...

—Finjan que hablan conmigo —pidió Susan con el cuerpo rígido.

—Estamos hablando contigo.

—Lo digo en serio, Edmund. Allí está el chico...

—¡Tania! ¡Tania! Mira, traje tu bolso, te lo olvidaste en el puesto de diarios.

Erwin estaba de vuelta. El chico le devolvió la mochila con una sonrisa.

—¿Quién es este muchacho, Tania? —preguntó Edmund burlonamente, poniendo énfasis en el nombre. Peter ahogó su risa en una tos extraña.

—Eric, gracias, pero... 

—Erwin —la corrigió él amablemente.

—...pero tengo novio. Y es muy celoso, no quiero que nos vea hablando.

—¿Va a nuestro colegio?

—Sí. Transferido de Saint Thomas.

—Oh... Claro, claro, comprendo. Bueno, entonces te observaré de lejos. Luego hablamos, Tania.

Y se fue. Si bien el humor de los chicos había mejorado, Susan no estaba para nada contenta.

—¿Qué hay de tu novio, Tania? —se burló Peter.

—No sabía que te gustara tanto mentir, Su. No conocía esa faceta tuya.

—Cállense. Miren, aquél chico me ponía incómoda. Y, de todos modos, no quiero pareja. Tengo bastantes problemas con ustedes dos, no necesito más hombres en mi vida.

—Sí, claro —se rió Edmund.

Susan, ofendida, tomó asiento junto a sus hermanos y cruzó los brazos sobre el pecho. Al cabo de un rato dio un pequeño salto en su lugar.

—¡Ay! Peter, no es divertido —chilló—; ya, deja. Pareces un chiquilín.

—¿Qué cosa? —preguntó él, extrañado.

—¡Au! Edmund, ¿tú también? —dijo Lucy, retorciéndose en su lugar.

—Deja, Peter, sabemos que eres tú —se quejó Edmund—. Terminarás rompiéndonos el uniforme.

—No sé de qué hablan.

—¿Tú no tiraste de mi chaqueta? —inquirió Susan.

—Yo sentí más bien un pellizco.

—Igual que yo.

—¡Au, ahora yo lo sentí!

Unos metros más hacia la derecha, Julia observaba a los Pevensie, muy extrañada por su comportamiento. Se había sentido muy ofendida por la descortesía de Peter, y ahora estaba llegando a la conclusión de que todos estaban un poco locos. De todos modos, Lucy parecía ser una buena amiga, así que decidió ir a darle otra oportunidad. Y Edmund tampoco había sido irrespetuoso con ella. Quizás el problema era la edad de los mayores, y no la familia.

—Lu... —dijo cuando llegó hasta donde estaban los cuatro hermanos—. Oigan, ¿se sienten bien?

—Sí, sí, no es nada —se apresuró a decir Susan. Lucy quiso taparse la cara, ya que la avergonzaba que todos actuaran así frente a su amiga.

—Espero que sepas disculpar a mi hermano —dijo Lucy—. No tuvo un muy buen día hoy...

—Sí, lo lamento —dijo Peter—. Deja que empecemos de nuevo...

Mientras Julia y Peter arreglaban lo sucedido, Lucy se acercó al oído de Edmund y le susurró:

—Creo que esto es magia. Deberíamos juntarnos, en caso de que pase algo. Si estamos unidos, será más seguro.

—Tienes razón —dijo él, tomando a Lucy de la mano para no perderla—. Digámosle rápido a Susan y a Peter.

Susan entendió al instante. Tomada de la mano de Lucy, se acercó a Peter para advertirle, y llegó a agarrarlo del brazo en el momento exacto en que sentía un tirón de los hombros. Todo a su alrededor se disolvió: el andén, las valijas, el mismo Erwin... Los únicos que permanecían a su alrededor eran Lucy y Peter, uno a cada lado, tomados de sus manos. La rodeaba una luz cegadora y una brisa que le despeinaba el cabello, así que tuvo que cerrar los ojos.

De repente, sintió sus pies tomando contacto con el suelo. Fue un golpe duro e inesperado luego de haberse sentido en las nubes. Desde su lugar en el piso, Susan abrió los ojos y miró hacia arriba. El cielo era de un color azul de aquellos jamás vistos en Gran Bretaña. Notó que estaba acostada sobre una fina arena ardiente, bajo los rayos del sol, y que el aire era salado.

—¿Lucy? ¿Estás bien? —fue lo primero que preguntó—. ¿Estamos todos?

—Sí. Estamos todos —contestó Peter con preocupación en la voz. Lucy y Susan lo miraron con interés desde su lugar sobre la arena. Él señaló hacia la derecha, donde Edmund estaba arrodillado al lado de una chica vestida con el mismo uniforme que las hermanas. Aún llevaba su cabello recogido en una coleta, y parecía hecha de piedra por la rigidez de su postura.

—Aún teníamos las manos juntas para hacer las paces —explicó él—. Debimos haber arrastrado a Julia con nosotros.

—¡Peter!  —rezongó Susan.

Infiltrada en NarniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora