3. ¿Dijiste Narnia?

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Capítulo tres

¿Dijiste Narnia? 

—Explícame eso de nuevo, ¿este lugar se llama cómo?

Edmund tomó una bocanada de aire y se llenó de paciencia. Le habían encomendado a él la larga tarea de explicarle a Julia dónde estaba y cómo había llegado ahí. Mientras Susan y Peter exploraban el lugar, Lucy guiaba a Edmund y a Julia por el bosque de la isla a la que habían llegado, en busca de leña para la fogata de la noche.

—Narnia. Es una tierra mágica. Sé que te sonará tonto e imposible de creer, pero dado que acabas de aparecer de la nada junto con nosotros en esta isla... Bueno, yo que tú cambiaría mi definición de posible.

—Aún no me lo creo. ¿Y dices que ustedes fueron reyes aquí? ¿Durante mucho tiempo? Eso sí que me suena a una broma. Mírate, eres apenas un año mayor que yo.

—El tiempo aquí pasa de otra manera. Vivimos durante años aquí, nos hicimos mayores... y luego encontramos el modo de volver a casa. Y allí no había pasado ni un minuto. Volvimos a como estábamos.

—Esto no tiene sentido, ¿por qué querrían volver a casa? Quiero decir, estaban los cuatro juntos, ¿no? En una tierra mágica. Siendo reyes. ¿Qué cosa de Inglaterra es mejor que esto? ¿En serio querían volver a la guerra? ¿A los días grises? Incluso ahora entiendo a Peter. ¿De verdad querían volver a ser tratados como niños luego de haber tenido poder supremo?

Edmund se quedó pensativo durante un rato. Lucy, que iba varios metros por delante, se dio vuelta y los miró con cara de pícara. Julia soltó una risita.

—¿Qué? —preguntó Edmund.

—No, nada —se apresuró a decir—. ¿Quieres que ayude a juntar leña, Lu? Por allí hay también hojas secas.

El muchacho sacudió la cabeza y las siguió. Al cabo de una hora y media, luego de juntar una buena cantidad de troncos, palitos y hojas secas para encender la fogata, los tres volvieron al punto de encuentro acordado, en la parte más alta de la playa, sobre una duna de arena. Ya el sol estaba en el horizonte, rodeado por las nubes rosadas y el cielo anaranjado. Julia se sentó sobre las piedras y suspiró.

—En verdad que tenía ganas de empezar el colegio —dijo con aire lastimero.

—¿En serio? —preguntó Edmund—. Otra Susan. ¿Es que ya no hay gente normal?

—¿A mí me habla de normal, su alteza?

Edmund sonrió.

—Esperé mucho tiempo el comienzo de la secundaria. Toda la primaria la hice en casa, en una casa diminuta con demasiados primos. Disculpen si no sé socializar, pero sé correr rápido y esconderme. Mi vida se basó en ello.

Lucy rió.

—Yo también soy buena en eso. De hecho, es así cómo llegué a Narnia.

Julia la miró con interés. Edmund, quien ya conocía la historia, se levantó de su piedra y comenzó a apilar la leña para encender un fuego.

—No comprendo.

—Estábamos jugando a las escondidas, y creo que Peter era el que buscaba. Y busca muy bien, así que me fui a esconder a un armario... Oh, espera, olvidé mencionar que estábamos en la casa del profesor Ketterley. Bueno, como sea, entré a una habitación que tenía un armario y una chimenea solamente, estaba bastante vacía, y entré al armario para esconderme. Me puse a buscar el fondo para asegurarme de estar bien escondida, pero nunca lo encontré. Del otro lado había un bosque lleno de nieve.

—Vaya. ¿Y eso era Narnia? No parece que pudiera llegar a nevar aquí. Y, de todos modos, ¿por el armario? ¿Hay varias maneras de llegar aquí?

—Oh, sí. La primera vez fue por el armario. En realidad fueron muchas veces, porque primero entré yo sola. La segunda vez...

Edmund carraspeó desde su lugar, y ambas chicas miraron hacia donde él se encontraba. Se levantaron y se unieron a él en el intento de encender la fogata. Terminaron cansados, y con la leña desparramada sobre la arena y las piedras. El fuego no se prendía.

—Creo que no servimos para esto —comentó Julia, sacándose las astillas de los dedos.

—Ya se está poniendo el sol —observó Lucy—. ¿Por qué no regresan?

—¿Eso es importante? ¿Nos evaporaremos cuando se haga de noche? ¿A la medianoche? —Edmund y Lucy la miraron, y Julia se encogió de hombros—. Bueno, no tengo idea de cómo funcionan las cosas aquí, puedo esperar cualquier cosa.

—No, no nos evaporamos —explicó Edmund con una sonrisa.

Susan y Peter regresaron al rato. Peter parecía bastante enojado al llegar y no encontrar el fuego prendido, pero Lucy explicó que habían intentado muchísimas veces.

—¿Puedo preguntar algo? —dijo Julia.

—Acabas de preguntar.

—¡Ed! —le reprochó Susan—. Sí, pregunta.

—¿Por qué decidieron venir a Narnia si aún no han hecho nada? Parecemos más bien cinco

Los cuatro hermanos se miraron.

—¿Eh? Nosotros no elegimos volver —explicó Edmund. Luego miró a Lucy—. Al menos que tú...

—Oh, no, no, yo no tuve nada que ver.

—¿No fue decisión de ustedes?

—Para nada.

—¿Y no saben por qué están aquí? —Julia sonaba cada vez más asustada.

—No te preocupes —la tranquilizó Susan—. Estás a salvo con nosotros. Somos queridos aquí.

—Ven, Peter, prendamos el fuego de una vez.

Finalmente lograron encender la fogata, y todos se acurrucaron cerca para poder calentarse, ya que la temperatura había descendido apenas había llegado la noche. Pero la leña no era demasiada y amenazaba con apagarse en cualquier momento. Peter anunció que pasarían la noche allí, sobre la duna, para que el agua no los alcanzara en caso de que hubiese marea alta. Continuarían explorando al día siguiente.

El fuego se apagó en cuanto todos se hubieron acostado sobre la arena. Afortunadamente, ésta aún tenía calor luego de estar todo el día expuesta a los fuertes rayos del sol, así que no encontraron tan fría la noche. Lucy apoyó la cabeza en su brazo y se dedicó a observar las constelaciones que se veían tan bien en el cielo narniano. Nunca hubiera admitido en frente de sus hermanos lo mucho que extrañaba ver las estrellas de Narnia, porque no quería sonar como la niña que todos creían que era. Ella no se sentía infantil por amar estas tierras, pero estaba harta de que todos la vieran como la dulce y la pequeña del grupo, la inocente... La hacía sentirse menos. En el fondo sabía que todos sus hermanos también habían anhelado por mucho tiempo volver a esta nación mágica.

Se durmió mirando la luna, quedando sumida en un profundo sueño en el que aparecían todo tipo de criaturas mágicas, que le indicaban el camino hacia el mar. Ella quería seguirlos, pero no podía moverse. No se desesperó y decidió mirar todo desde su lugar, aparentemente fijo. A lo lejos, sobre el horizonte, donde el agua se fundía con el cielo, divisó una forma familiar y majestuosa. Reconoció aquella melena al instante, aquel andar elegante...

—¡Aslan! —trató de llamarlo, pero la voz no salía de su garganta.

—Lucy —oyó. Miró hacia todos lados. No era la voz de Aslan, pero no había nadie más. Y, sin embargo, la voz se hallaba cerca—. Lucy...¡Lu!

Abrió los ojos y se encontró con el rostro preocupado de Edmund.

—¿Qué... qué sucede? —preguntó ella, aún un poco dormida.

—Julia. No está.

Infiltrada en NarniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora