1 - Julia

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Susan Pevensie, vestida con el uniforme bordó de su colegio de mujeres, miraba las portadas de los periódicos de The Times, expuestos en el quiosco de revistas. Un chico, vestido con un uniforme azul, la miraba y no lograba decidir las palabras perfectas para aquel primer encuentro. El tiempo pasaba, y debía apurarse antes de que su tren partiera.

 El tiempo pasaba, y debía apurarse antes de que su tren partiera

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—Ho-hola —dijo finalmente. Ella lo miró y al segundo desvió la vista, como si sintiera vergüenza. Las mejillas de ambos se encendieron.

—Hola —contestó mientras leía, con fingido interés, las noticias de septiembre.

—M-me llamo Erwin... ¿Y tú?

—Tania —mintió ella y le dedicó una leve sonrisa, y luego decidió que era un buen momento para atarse los cordones, pero sin querer dejó caer su equipaje al suelo.

—Oh, yo lo recojo, no te hagas problema, Tania.

No será perfecto, pensó Susan, pero al menos tiene modales.

—Gracias, Erwin —le dijo con una pequeña sonrisa.

—Dime, ¿irás a...?

—¡Susan! ¡Susan! 

Susan resopló al oír el llamado de su hermana. Lucy llegó corriendo, acompañada por una chica vestida con el mismo uniforme bordó, y saludó con la mano a Erwin sin mirarlo dos veces, mientras que él dudaba si había oído bien el nombre.

—¿Quién es ella? — pregunto Susan a su hermana.

—Julia. La conocí en la estación; estaremos en el mismo curso.

—Mucho gusto —dijo Julia.

— Igualmente — dijo Susan sin cambiar su expresión de fastidio— . ¿Eso es todo? 

—No, no, Susan... Escúchame, tienes que venir —dijo Lucy, comunicando la gravedad de la situación con su mirada urgente, pero Susan no estaba de humor para leer expresiones.

—Estaba comprando el diario. ¿Estás segura de que no puede esperar...?

 —¡Edmund y Peter están en una pelea! —exclamó ella, finalmente. 

Susan abrió los ojos como platos y dejó caer nuevamente su bolso.

—No, no otra vez...

—No te preocupes — dijo Erwin, agachándose  — , yo puedo volver a recogerlo. 

—Rápido —dijo Julia.

Las tres esquivaron a Erwin, que estaba en el suelo, y atravesaron la calle con el semáforo en rojo. Un auto tuvo que frenar de golpe para no atropellarlas. Julia iba a disculparse con el conductor, pero él las miró con tanta rabia que decidió seguir su camino. Llegaron a la estación de tren, pero no podían ver mucho: la plataforma estaba poblada de estudiantes, todos formando un círculo alrededor de lo que no podía ser sino la famosa pelea. Julia se abrió paso entre la gente, empujando y codeando, y Lucy y Susan la siguieron.

En el centro del círculo había cuatro chicos vestidos con el mismo uniforme azul que Erwin. Edmund y Peter se peleaban como perros salvajes contra los otros dos. Todo el mundo gritaba "Pelea, pelea, pelea" y nadie, aunque quisiera, podría haberlos separado. Había sangre en la cara de varios de ellos, y era imposible distinguir quién estaba lastimado.

— ¿Qué hacemos? — preguntó Julia— . ¿Siempre pelean así?

Susan suspiró sin decir nada, pero su rostro denotaba lo cansada que estaba del comportamiento de sus hermanos. Lucy y Julia miraban entre los brazos de la gente que se amontonaba frente a ellas para ver, y terminaron por morderse las uñas por la desesperación. 

Sonó un silbato. Y otro. Dos guardias de seguridad de la estación se metieron entre la gente y separaron a los estudiantes que peleaban. La muchedumbre se disolvió y las chicas corrieron hacia los hermanos Pevensie.

Peter miraba a uno de los muchachos con repugnancia, y Julia no sabía si el ojo que estaba más pequeño se debía al odio o a un gran golpe en esa zona. Descubrieron con horror que la sangre que había manchado el rostro de todos provenía del labio partido de Edmund, que no quería que examinaran los golpes.

—Vamos, niños, ya está — dijo un guardia —. Vayan a esperar el tren.

Infiltrada en NarniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora