Capítulo 26

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—Señor Claudio.

Agradecido por la interrupción de Robert, Claudio levantó la vista de los papeles que había estado mirando durante los últimos diez minutos, pero que no había sido capaz, de leer.

—¿Sí, Robert?

El mayordomo frunció el ceño.

—Creo que le interesara saber que la señorita Emilia se ha ido.

—¿Qué quieres decir con que se ha ido?

—Que se ha marchado, señor Claudio. Le llevé una taza de té a su dormitorio esta mañana, pero me lo encontré vacío. Tampoco está su ropa. Le aseguro que no estoy equivocado, señor —añadió al ver que Claudio se levantaba, como si fuera a comprobarlo él mismo—. Ha dejado una nota…

—¿Una nota? —repitió levemente. Sintió un escalofrío que le recorría la espalda.  Emilia no había aparecido para desayunar, pero él había pensado…—. Dejarme verla —dijo con aspereza, extendiendo la mano.

Robert arqueó las cejas.

—La nota no estaba dirigida a usted, señor Claudio.

—Entonces, ¿a quién…? ¿A ti? —dijo con incredulidad, y se dejó caer en la silla de nuevo.

¡Emilia se había ido y ni siquiera se había molestado en despedirse de él! Emilia se había marchado. Eso era lo único en lo que podía pensar, lo único que le importaba.

Le había dicho que haría lo necesario para que volviera a Inglaterra esa misma mañana; ¿por qué ella no había esperado a que la llevara al aeropuerto y así despedirse adecuadamente? Ella ya estaba en su asiento con el avión a punto de despegar cuando oyó que los motores se apagaban. Una azafata dijo por megafonía que iban a sufrir un retraso, corto pero inevitable.

La anciana que estaba a su lado parecía a punto de iniciar una conversación, posiblemente sobre la falta de consideración de la compañía aérea, y eso fue incentivo suficiente para que Emilia echara la cabeza hacia atrás y cerrara los ojos.

No tenía ningunas ganas de hablar.
Salir de casa de Claudio por la mañana había sido mucho más complicado de lo que había pensado y, conseguir que un taxi la recogiera, más complicado todavía, porque el conductor no habría podido entrar en el recinto de la casa sin hablar con Robert por el intercomunicador. Y en cuanto Robert supiera que se había ido, informaría a Claudio…

Así que le había dicho al conductor que la esperara fuera de las verjas de seguridad, y había caminado hasta el exterior con las maletas, sintiéndose como una delincuente que escapaba de la escena del crimen.

Pero la alternativa, esperar a que Claudio la llevara al aeropuerto y despedirse de él, era aún peor. No habría podido soportarlo.

—Emilia.

Abrió los ojos de repente al reconocer la voz y se quedó totalmente sorprendida. Claudio estaba en el pasillo, junto a ella.

—Es hora de irse, Emilia—dijo con voz ronca mientras le tendía una mano.

—Yo… Pero… ¿qué estás haciendo aquí? —murmuró, consciente de que los demás pasajeros los miraban fijamente. Algunos parecían curiosos, pero otros estaban enfadados al ver que era ella la causante del retraso. La mujer que se sentaba a su lado estaba escuchando la conversación sin ningún reparo.

—¿Qué te parece que estoy haciendo? —contestó él.

Emilia frunció el ceño. Parecía esperar que lo acompañara fuera del avión, pero, ¿por qué?

—Me dijiste que me fuera…

—Dije que podías irte.

—Es lo mismo.

—No exactamente —replicó él —Pero, desde luego, no esperaba que te fueras sin despedirte.

—Yo… —ella lo miró, frustrada —¡Esto es ridículo! Me dijiste que me fuera.

Claudio apretó los labios.

—He cambiado de opinión.

Emilia nunca se había sentido tan nerviosa en toda su vida. ¿Cómo había subido Claudio al avión, por el amor de Dios? Ya estaban a punto de despegar, con los motores encendidos… Pero sospechaba que había tenido algo que ver con el apellido Meyer y sus millones.

—Pero yo no —le aseguró.

—Selena, cuanto antes bajes, antes podrá continuar toda esta gente su viaje.

—¡No estás siendo justo! —exclamó ella
.
Él había excedido todos los límites de velocidad en su camino al aeropuerto, pero al llegar había visto que Emilia ya estaba en el avión, dispuesta a irse. No podía culparla: le había dicho que podía marcharse. Pero no había esperado que quisiera hacerlo sin ni siquiera despedirse de él.

—Nunca dije que lo fuera.

—Tú…

—Querida, si yo fuera tú, me bajaría del avión con él —intervino la anciana que se sentaba a su lado —No parece el tipo de hombre con el que se pueda discutir. Con el que una quisiera discutir —añadió mirando a Claudio tímidamente.

—Me voy a casa —dijo resueltamente.

—Tienes un asiento reservado en otro vuelo que sale dentro de cinco horas —contestó Claudio.

Por supuesto. Le había reservado plaza en un vuelo, tal y como dijo que haría. Había tenido la esperanza de evitar otra conversación con Claudio, pero veía que iba a ser imposible. Y aquella pobre gente ya había sufrido demasiado retraso…

Se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso en pie.

—¿Y mi equipaje?

—Ya está en mi coche —respondió él mientras se apartaba para que Emilia pudiera salir al pasillo.

—Buena suerte, querida —le dijo la anciana.

¿Suerte? Iba a necesitar mucho más que eso para mantener una conversación con Claudio sin derrumbarse.
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SE ACERCA EL FINAL.

~Embarazada de un millonario~ Where stories live. Discover now