Capítulo 10

828 48 2
                                    


Aquella mujer tenía agallas, pensó Claudio. Ya las había tenido la última vez que habían hablado, pero en esa ocasión parecía diferente. ¿O tal vez fuera él diferente? Había tenido ocho semanas para pensar y preguntarse sí se había equivocado con ella, tal y como Emilia había insistido.

Desafortunadamente, la primera vez que la había visto en la fiesta había estado engatusando a otro ejecutivo, esa vez de PAN.

Ella le miró significativamente los dedos, que aún le rodeaban el brazo.

—Quítame las manos de encima, Claudio—dijo con suavidad —Te doy tres segundos o empezaré a gritar.

Él hizo una mueca.

—Eso te convertiría en el centro de atención.

—Creo que te molestaría a ti más que a mí —después de todo, había cientos de periodistas.

Los ojos de Claudio brillaron con diversión mientras la soltaba lentamente.

—¿No te estás volviendo un poco imprudente, Emilia?

—¿De verdad? Tal vez es que no me importa estar en compañía de un hombre que piensa lo que tú piensas de mí —dijo con sarcasmo.

—¿Y qué es?

Ella se río con desdén.

—Nunca he conocido a nadie que me crea capaz de hacer chantaje… ¡y menos que me acuse de hacerlo! —se le endureció la voz al decir las últimas palabras y los ojos le brillaron con furia.

—Tienes que admitir…

—No tengo que admitir nada, y mucho menos ser culpable de lo que me acusas —insistió —Y, afortunadamente, no tengo que quedarme aquí para oírtelo repetir. Aquí hace demasiado calor, así que, si me disculpas…

—No —dijo severamente mientras se ponía delante para evitar que se fuera.

Claudio se pregunto que tenía ella, porque sólo tocar la suave piel de su brazo momentos antes le había hecho desear tomarla en brazos y llevarla a la cama más próxima.

—¿Que quieres decir con «no»?

—Exactamente lo que he dicho. Aún no he terminado de hablar contigo.

—Pero yo sí —dijo ella con calma.
Claudio miró a su alrededor con impaciencia. La sala estaba más llena y era más ruidosa que antes.

—Salgamos de aquí para poder hablar sin interrupciones —sugirió.

Ella sacudió la cabeza con incredulidad.

—No voy a ir a ninguna parte contigo.

Había decidido que, de encontrarse de nuevo con él, no se quedarían a solas. Sólo tenía que mirarlo para saber que su cuerpo seguía respondiendo a él como lo había hecho la noche que se conocieron. Y sólo tenía que ver el brillo de los ojos de Claudio para saber que él sentía exactamente lo mismo.
Pero no iba a ocurrir otra vez.

Nunca.

Él enarcó las cejas en un gesto de desafío.

—¿Estás asustada, Emilia?

Ella se echó el pelo hacia atrás por encima del hombro y levantó la barbilla.

—Puede que esa treta te haya funcionado una vez, pero no va a funcionar de nuevo.

—¿Cuántas veces has pensado en la noche que compartimos? ¿Cuántas veces te has despertado en la cama, sola y excitada? —murmuró.

Ahora que estaba con Emilia otra vez, casi tocándola, recordaba todas y cada una de las noches en las que se había quedado tumbado en la cama, duro y caliente mientras pensaba en la suavidad de su piel, mientras rememoraba hundirse en su calor y cómo ella llegaba al clímax, arrastrándolo con ella.

Desafortunadamente, tras esos recuerdos siempre era consciente de que Emilia sólo lo había estado usando.

¿Cuántas veces había pensado ella en Claudio? ¡Demasiadas, teniendo en cuenta su última conversación! En numerosas ocasiones había soñado con él, incluso lo había sentido dentro de ella, y cuando se despertaba estaba caliente y temblorosa, con un cosquilleo en los pechos y humedad entre las piernas.

¿Había acudido a la fiesta aquella noche con la esperanza de verlo? ¿Todas las excusas y las razones que se había puesto a sí misma eran sólo porque necesitaba verlo por última vez? ¿Porque quería saber si aquella noche había sido sólo un error o aún deseaba a Claudio?

En cualquier caso, ya tenía la respuesta: temblaba sólo con estar cerca de él.

—Siento decepcionarlo, señor Meyer, pero estoy demasiado ocupada con mi carrera como para dedicarle un solo pensamiento.

—¡Mentirosa!

Ella abrió mucho los ojos al oír su acusación.

—Tú…

—¿Vas a quedarte para ti solo a esta preciosidad durante toda la fiesta, Claudio?

Emilia apartó la vista de Claudio y miró al anciano que se había unido a ellos. Era alto y delgado, con cabello blanco como la nieve, y le resultó fácil deducir por el parecido de sus rasgos que era el abuelo de Claudio, Claudio Frank Meyer.

Se tensó cuando él se puso a su lado y le pasó un brazo por la cintura.

—Emilia, este es mi abuelo, Claudio Meyer. Abuelo, te presento a Emilia Ruiz.

El hombre la miró con unos ojos verdes casi tan penetrantes como los de su nieto.

—La inteligente joven de la cámara —murmuró con aprobación —Ha hecho un trabajo excelente para nosotros durante el último año.

Emilia enarcó las cejas, sorprendida de que conociera su trabajo.

—Es muy amable por su parte.

—No creo que la amabilidad sea un rasgo propio de los Meyer, señorita Ruiz —respondió el anciano con una risita —¿Tú qué crees, Claudio?

—Creo que podrías haber dejado que Emilia me conociera un poco mejor antes de decirle eso.

—Ladramos mucho, pero mordemos poco —le confesó el anciano a Emilia
¡Por la experiencia que ella había tenido, no podía decir eso!

—¿Tú qué piensas, Emilia? —Pregunto Claudio, ignorando los intentos que estaba haciendo ella por liberarse de su brazo, que aún le rodeaba la cintura

—¿Ladro mucho y muerdo poco?

—Claudio, no deberías avergonzar a la señorita Ruiz de esa manera —lo amonestó su abuelo.

—Por favor, llámeme Emilia —le pidió ella —Y, en lo que se refiere a su nieto, le aseguro que lo que siento ni siquiera se acerca a la vergüenza.

El hombre le dedicó a Claudio una mirada especulativa, mirada que él mantuvo fríamente. A pesar de tener ochenta años, su abuelo era uno de los hombres más astutos que conocía. Y, de todas formas, él no estaba intentando ocultar su interés por Emilua.

Claudio Frank estaba sonriendo cuando se giro hacia Emilia para decirle:

—Tal vez te gustaría venir con Claudio a comer a mi casa mañana.

—Creo que no, gracias, señor Meyer. Espero tomar un vuelo para volver mañana a Inglaterra.

—¿Un repentino cambio de planes? —pregunto Claudio.

—Muy repentino —confirmó ella, y sus ojos brillaron cuando se giró para mirarlo.

—Tal vez puedas hacer que cambie de opinión, Claudio —sugirió el anciano —Ha sido muy agradable conocerte, Emilia—añadió afectuosamente antes de marcharse.

Ella intentó de nuevo librarse del brazo de Claudio en cuanto se quedaron solos. Esa vez le clavó las uñas en la mano cuando él se negó a soltarla, y vio con satisfacción que hacía un gesto de dolor antes de apartarse y mirarse la mano.
.
.
.
.
.
REGRESÉ ☺️

~Embarazada de un millonario~ Where stories live. Discover now