Capítulo 15

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—Creo que ahora, y a causa del bebé, crees que lo que quieres es casarte —asintió —Pero…

Claudio la hizo callar poniéndole un dedo en los labios.

—Quiero que nuestro hijo crezca con dos padres, Emilia —le dijo con emotividad— Como crecí yo, y como creciste tú.

—Y cuando haya crecido, ¿qué pasará con nosotros?

—A lo mejor, seremos abuelos.

¡Decía en serio lo de casarse con ella!
Era muy tentador aceptar su oferta y no preocuparse por el futuro, dejar que  Claudio se hiciera cargo de las responsabilidades. Pero sabía que, sin amor, algo que Claudio nunca sentiría por ella, no tendrían ninguna oportunidad de que su matrimonio funcionara.

Él había visto la oscilación de emociones en su expresivo rostro, había visto la duda seguida de una firme decisión.

—Olvidémonos del matrimonio por ahora y concentrémonos en conocernos mejor —le sugirió— Dudo que sea bueno para ti, y para el bebé, enfadarte tanto.

—¿No irás a ser uno de esos futuros padres sobreprotectores que pretende envolver a la mujer embarazada en algodones hasta después del parto? Porque si es así, te diré que estoy embarazada, no enferma. ¡Y pretendo seguir trabajando hasta que tengan que llevarme a la sala de partos en una silla de ruedas! —los ojos le brillaron cuando lo miró con rebeldía.

—Las mujeres Meyer no trabajan —respondió con arrogancia— Y menos aún cuando están embarazadas — añadió firmemente.

—¡Pues ésta lo hará!

Claudio sabía que tendrían que hacer muchos ajustes para amoldarse el uno al otro durante los siguientes siete meses, pero no estaba dispuesto a discutir con Emilia antes de haber empezado.

Inspiró profundamente.

—Si insistes, iré a recoger tu equipaje.

Ella lo miró con frustración.

—Claudio, creo que no te estás tomando en serio lo que digo.

—Claro que sí. ¿Tienes el equipaje abajo, en tu habitación?

—¿Cómo sabes que…? ¿Hace cuánto tiempo que sabes que me alojaba en este hotel?

Claudio le dedicó una sonrisa perversa.

—Tuve que averiguarlo cuando me di cuenta de que tal vez no mantuvieras nuestra cita para comer. En recepción tenían instrucciones de avisarme si intentabas irte.

Ella debería habérselo imaginado. Era un Meyer, después de todo. Además, ¡era el dueño del maldito hotel!

—¿Tu equipaje, Emilia?

—Sí, claro que está en mi habitación, preparado para cuando tuviera que marcharme al aeropuerto. Pero, ¿adónde vamos? —preguntó al ver que Claudio abría la puerta y salía al pasillo. Entonces esperó a que ella saliera antes que él de la suite.

—Primero, a recoger tú equipaje y, después, a casa —la informó.

—¿A casa? —repitió con incredulidad, abriendo mucho los ojos— ¿A tu casa?

—Por supuesto.

—Pero… yo pensé…

—¿Sí?

Ella sacudió la cabeza.

—Pensé que vivías aquí…

—¿En un hotel? Claro que no.

—No vives con tu abuelo, ¿verdad?

Se había sentido un poco asustada al saber que estaba embarazada y al preguntarse cómo iba a seguir trabajando cuando el bebé naciera, pero el hecho de que Claudio se hiciera cargo de las cosas de esa manera era muy frustrante. ¡No tenía ninguna intención de vivir con su abuelo!

Él la miró de forma burlona.

—Tengo treinta y cinco años, Emilia, no cinco. Tengo mi propia casa desde hace quince años —añadió secamente.
Ella lo siguió hasta que él se quedó a un lado de su puerta, esperando a que abriera.

—Esto es increíble —se quejó, pero no tuvo más remedio que seguirlo cuando el entró en el ascensor con sus dos maletas. Una de ellas contenía ropa y, la otra, la cámara y demás equipo fotográfico, un equipo muy caro que no pensaba perder de vista— ¡No puedes secuestrar a la gente, llevártela contra su voluntad! —dijo mientras entraba en el ascensor.

—No te estoy secuestrando, Emilia… ¡estoy secuestrando tu cámara! —dijo burlón.

—Podría llamar a la policía.

—¿Y decirles qué? ¿Qué te he robado la cámara? ¡Sí, seguro que se lo creen!

Por supuesto que la policía no se creería que él le había robado el equipo. Era lo suficientemente rico como para comprarse un millón de cámaras como la suya. Y tampoco pensaba que la acusación de rapto fuera a funcionar…

Realmente, aquello era increíble.

Y Emilia se dio cuenta de que también era inevitable desde el momento en el que Claudio supo que estaba esperando un hijo suyo.—Sé que tiene que haber bolsas de té por algún sitio —murmuró Claudio mirando el interior de un armario.

Todos los armarios estaban extraordinariamente limpios y ordenados. De hecho, toda la casa estaba tan limpia y ordenada que Emilia pensó que debería haberse descalzado antes de entrar.

Se había llevado una gran sorpresa cuando, en vez de llevarla a un lujoso ático de Manhattan, Claudio había salido de Nueva York y había conducido su deportivo hasta una casa estilo rancho en las afueras, rodeada de hectáreas de bosque y jardines. Un alto muro la rodeaba, al igual que vallas de seguridad.

El interior de la casa era aún más sorprendente. Solamente el vestíbulo era casi tan grande como todo su piso de Londres.

Mientras seguía a Claudio hasta la cocina, había visto que toda la casa tenía suelo de mármol de color crema y muebles carísimos. Los cuadros eran, evidentemente, auténticos, incluso el Monet, y la enorme cocina parecía sacada de una revista, con suelo de baldosas verdes y de color crema, módulos del mismo color, una exposición de utensilios de cobre a lo largo de una enorme pared y una ventana grandísima con vistas al bosque.

Ella se quedó en la puerta.

—¿Vives aquí solo? —preguntó, pensando que era una casa demasiado grande para una sola persona.

Era ideal para una familia, por supuesto, el mejor sitio donde criar a un niño…

Claudio se dio la vuelta para mirarla.

—No hay ninguna otra mujer viviendo aquí, si es lo que quieres saber. Nunca la ha habido —añadió al ver que no parecía muy convencida.

—¿Y todo está siempre tan limpio y ordenado? —preguntó mientras pisaba con cuidado el suelo de baldosas.

Claudio sacó las bolsas de té de un armario y recorrió la cocina con la mirada. Él casi nunca entraba allí, pero podía ver que no había nada fuera de su lugar, que las encimeras de mármol verde estaban impolutas y que los muebles brillaban.

La miró con el ceño fruncido.

—¿No te gustan las cosas limpias y ordenadas?

—Por supuesto que sí —replicó— Pero es que yo soy justamente lo contrario.

Ah, estaba buscando excusas para hacerle ver que no serían capaces de vivir juntos…

—No hay problema —Claudio se encogió de hombros, sacó un paquete de cereales de un armario, lo vació sobre una encimera y después sacó un cartón de leche de la nevera para derramarla por encima— También puedo tirar un par de huevos al suelo, si así te sientes más cómoda.

—¡He dicho que soy desordenada, no una guarra!

Lo miró con exasperación y tomó una bayeta para limpiar el desastre que había hecho.
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Gracias por sus comentarios. ☺️

~Embarazada de un millonario~ Where stories live. Discover now