Capítulo 20

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—¿Sí…? —Emilia respondió a la suave llamada a su puerta. Esperaba ver a Robert, por eso abrió mucho los ojos, sorprendida, al abrir la puerta y encontrarse con Claudio.

Había encendido la luz de la mesilla de noche antes de levantarse de la cama y se había puesto una bata sobre el camisón de seda de color melocotón.

—¿Sí? —volvió a decir, mirando a Claudio con cautela.

—Robert cree que tienes problemas para dormir…

¡Así que Robert era el culpable de que Claudio estuviera en su habitación!

—Insistió en prepararme un chocolate caliente, así que estoy segura de que ahora podré dormir.

Él asintió y la miró con cautela.

—Creó que te debo una disculpa.

Emilia se tensó. Había pasado unas horas horribles en su habitación, debatiéndose entre el enfado y las lágrimas, mientras recordaba su última conversación con Claudio. Sabía que él aún creía que la noche que se habían conocido ella había actuado de acuerdo a un plan, pero ¿tenía que ser tan desagradable? Sí, estaba embarazada, pero si Claudio pensaba que era feliz con lo que el destino le había deparado, estaba equivocado. Simplemente, había aceptado que no podía cambiar las cosas.
Lo miró fríamente.

—¿De verdad?

Claudio no se dio cuenta de su frialdad, pues sólo era consciente de que Emilia estaba a contraluz, y el tejido fino del camisón y la bata dejaba entrever la curva de sus pechos, su esbelta cintura y sus deliciosas caderas. El cabello negro azulado le caía sobre los hombros y por la espalda, y no llevaba nada de maquillaje.

A él nunca le había parecido más hermosa.

—¿Y bien? —dijo ella al ver que él seguía en silencio.

Claudio se obligó a recordar porque estaba allí. ¡No era para comerse a Emilia con los ojos!

—No debería haber hecho ese comentario sobre quedarte embarazada.

—No, no deberías haberlo hecho.

Él la miró compungido.

—No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?

Ella arqueó una ceja.

—¿Debería?

—No —asintió el suspirando—. Lo que dije fue imperdonable. Me disculpo.

Emilia sintió que su enfado se suavizaba un poco. Dudaba de que el arrogante Claudio Tercero se disculpara a menudo.

Inclinó la cabeza.

—Acepto las disculpas.

—Bien —Claudio asintió con satisfacción—. Entonces, ¿empezamos mañana de cero como si no hubiera ocurrido nada?

—Yo no diría tanto.

—¡Por el amor de Dios, Emilia…! —se interrumpió e inspiró profundamente para controlarse—. Tienes razón. Hablaremos de esto mañana.

Tenía que salir de allí inmediatamente, antes de que el cuerpo tentador de ella lo volviera loco.

Emilia frunció ligeramente el ceño.
—¿Claudio?

—¿Sí? —respondió apretando los dientes.

—¿Qué ocurre ahora? ¿Qué he hecho mal en los últimos segundos?

—¡No has hecho nada mal, maldita sea! —exclamó, incapaz de apartar de ella la mirada.

Emilia se ruborizó repentinamente.

—Oh…

—Sí oh —murmuró Claudio—. Tal vez no haya sido tan buena idea venir a verte. Debería haber esperado a mañana.

—¿Claudio?
—No me mires así, Emilia —todo su cuerpo estaba en tensión, excitado. Deseaba sentirla desnuda contra él.

Ella se pasó la lengua por los labios con nerviosismo.

—¿Cómo te estoy mirando?

—Con el mismo deseo que yo siento por ti. Emilia, no quiero tener sexo contigo, quiero hacer el amor contigo. Quiero besar y acariciar cada exquisito centímetro de tu cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. ¿Me vas a dejar hacerlo?

¿Le dejaría?, se pregunto ella. ¿No había sentido el mismo deseo al verlo en la puerta?

Sí, por supuesto que sí.

No resolvería nada. No cambiaría nada. Pero, a pesar de todo, lo deseaba.

—Pasa —le dijo mientras abría más la puerta para dejarlo pasar.

Él no dejó de mirarla a los ojos mientras entraba y cerraba la puerta a sus espaldas. Emilia no dudó en apoyarse contra su pecho mientras él la abrazaba por la cintura y le recorría el cuello con sus labios calientes.

Dejó escapar un pequeño grito cuando Claudio le mordisqueó el lóbulo de la oreja y se agarró con fuerza a sus hombros al sentir que el deseo la dominaba como si fuera una corriente eléctrica.

Él la deseaba con tanta intensidad que tenía que luchar por mantener el control y no poseerla salvajemente.
Emilia sabía maravillosamente bien y el perfume que emanaba de su cabello lo rodeaba, embriagándolo.

—Desde la cabeza hasta los pies, Emilia —le prometió.

La tomó en brazos y la llevó a la cama, tumbándola mientras el se quitaba la chaqueta y la dejaba caer al suelo antes de tumbarse a su lado.

Primero le besó los ojos, luego la nariz, después esos labios seductores y unos momentos después bajó por la barbilla, su cuello cremoso, las pequeñas cavidades en la base de la garganta, y apartó la bata para dejar al descubierto la parte superior de sus pechos y poder explorarlos con la lengua y los labios.

—Siéntate —le pidió a la vez que le deslizaba la bata por los brazos. Ella le obedeció y Claudio le bajó uno de los tirantes del camisón para desnudar un pecho.

Era más voluminoso de lo que recordaba y el pezón era más oscuro, más grande, y ya estaba duro cuando inclinó la cabeza y deslizó por él la lengua con movimientos eróticos. Sabía que le estaba dando mucho placer a ella porque se arqueaba hacia él y hundía las manos en su pelo.

Claudio besó el pezón a conciencia, lo lamió, lo succionó y lo mordisqueó suavemente antes de metérselo con avidez en la boca. Con una mano le cubría el otro pecho, acariciándole con el pulgar el pezón.

Emilia sentía que su cuerpo estaba en llamas. Cada parte de ella estaba viva y vibrando con el deseo que Claudio le provocaba. Las caricias de sus labios sólo aliviaban parte de su necesidad, aumentando de forma insoportable el dolor entre sus piernas.

Ella también necesitaba tocarlo, sentir su piel desnuda contra su cuerpo. Le desabrochó con dedos torpes la camisa para desnudar sus hombros y su pecho y comenzar a besarlo, a mordisquearlo suavemente mientras su cabello caía como una cascada sobre el cuerpo de Claudio.

—Desde la cabeza hasta los pies, Emilia—le recordó, apartándose ligeramente para quitarse del todo la camisa. Le quitó el camisón por la cabeza y por fin quedó completamente desnuda ante su hambrienta mirada.

Comenzó con los pechos, besándolos, y bajó por el estómago hasta la cintura. Sus caricias se hicieron más suaves cuando le besó el lugar donde crecía el bebé.

Emilia estaba tumbada de espaldas sobre las almohadas con los ojos cerrados, y sentía las manos de Claudio como alas de mariposa sobre sus muslos, recomiendo con los dedos su sexo. Encontró sin dificultad el clítoris y empezó a acariciárselo lentamente, sin pausa, hasta que Emilia asintió que se iba a desmayar de placer.

~Embarazada de un millonario~ Kde žijí příběhy. Začni objevovat