Capítulo Seis

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Observó el pánico en su rostro, intuía o mínimo tenía una ligera sospecha de lo que pasaba por su mente. Se veía como un gatita acorralada.

Hacer el amor con Valentina había sido... no había palabras para describirlo, era como aventarse del paracaídas en caída libre y sentirse libre, subirse al mejor juego mecánico y gritar de la adrenalina o como probar el mejor vino y sentirse extasiada, o en su caso todo lo anterior, sumado a sentir que por fin estaba completa de la parte que le faltaba, que Valentina siempre se había preocupado por llenar desde que la conoció en aquel parque tanto tiempo atrás.

Eso sonaba tan gay.

Pero era real, Valentina era como una leona salvaje, pero al mismo tiempo una gatita tierna y apasionada. La forma en que se movía sobre ella, como gemía su nombre, como la mordía, la rasguñaba, como esos largos dedos la llenaban o simplemente la forma en que la besaba, era jodidamente increíble.

¡Le dolía la cabeza!

Estaba completamente desnuda y Valentina la podía ver completita, pero no sentía ni vergüenza, ni sentía ningún pudor porque ella la viera de esa forma, era lo más normal de mundo, y si Juliana Jr. la quería saludar pues quien era ella para negarle eso a su vecina de abajo.

No iba a aguantar mucho en tratar de fingir que seguía dormida, sus pechos morían por sentir el mismo trato de la noche anterior, la cabeza le daba vueltas por tanto mezcal, le ardía la espalda y el cuello donde su Morrita la había rasguñado y mordido, le dolía el cuello por la posición en la que había dormido, pero nada de eso importaba porque se sentía en la gloria.

Pero, había un problema. Valentina.

Valentina no aceptaría de buenas a primeras lo sucedido la noche anterior, su amiga muchas veces era más terca que una mula, pero por eso la amaba. Lo que había sucedido entre ellas, simplemente había sido un proceso normal en su relación, lo supo al besarla y lo sabia desde antes, de hecho. Lo que ella había esperado, lo que había buscado, era a Valentina, el amor de Valentina. Siempre.

Quería dejar de fingir que dormía, quería tomarla entre sus brazos, besarla, acariciarla y hacerle el amor como la noche anterior o mucho mejor, quería amarla y nunca dejarla ir.

Pero sabía que Valentina, huiría de lo que estaba pasando y sintiendo, aunque ella la quisiera tanto como Juliana la quería a ella. Así de bien la conocía. Sabía que era tan terca, que el restregarse contra ella la había instado y excitado pero al ser tan terca, se había escapado de eso.

La escuchó soltar una palabrota, seguido de un golpe y de otra maldición, mientras se escuchaba el sonido típico del celular cuando este reinicia. La discreción no era el fuerte de Valentina.

Valentina la amaba, lo había sabido siempre y lo había confirmado la noche anterior, la amaba tanto como Juliana a ella. Si se despertaba en ese momento la espantaría y provocaría una pelea entre ellas, así que la dejaría que asimilara lo sucedido y sus sentimientos. Pero de una cosa estaba completamente segura. No la dejaría ir, no la dejaría que se alejara de ella.

Era su mejor amiga, su compañera, su amante y su mujer. Se sentía posesiva y ella nunca se había sentido de esa forma con nadie. A excepción por supuesto de Valentina, pero ahora era más. Ahora era SU Princesa, SU Morrita.

Sentir y observar a Valentina durante un orgasmo era fantástico y saber que era ella la causa, había sido, diablos, había sido el éxtasis, nunca se había corrido tanto como la noche anterior, haciéndola llorar de la felicidad, y sí, lloró, no se sentía avergonzada. Escuchar a Valentina gritar su nombre y palabras sin sentido, ver y sentir como tomaba sus dedos hasta el fondo, como se apretaba alrededor de ellos, como la abrazaba, besaba o la rasguñaba era maravilloso.

Con Sabor a MezcalWhere stories live. Discover now