De cuando Storm estuvo a punto de caerse por la terraza

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(https://open.spotify.com/playlist/5tIdHDC6mHbQp19MG0ds5R?si=6zMEQjGOT7e81ekaWb4YIQ)

Lo peor de que todos los días se conviertan en el mismo es que cada vez resulta más difícil recordar los motivos por los que vale la pena celebrar la vida. Si el vaivén de la existencia te arrolla sin que puedas asirte de ninguno de sus salientes corres el peligro de que te deje atrás; de que, con el paso del tiempo, las preguntas con las que el cerebro se hace a sí mismo avanzar dejen de buscar respuestas y se decanten, en su lugar, por no buscar nada en absoluto. Por remover la tierra.

Por dejarte quieta.

Los habitantes de aquel pisito de estudiantes de Turín conocían bastante bien las posibles consecuencias de una exhumación como esa. Por eso no tardaron en poner en práctica la mejor de las estrategias —o al menos eso opinaba Storm—, que se sostiene en la siguiente premisa: si no recuerdas los motivos por los que vale la pena celebrar la vida, coges y te los inventas.

Todos los sábados se levantaban y buscaban en internet el día en el que estaban. Veintiocho de marzo. Once de abril. Dos de mayo. En algún país del mundo era festivo nacional. O el aniversario de algún evento poco recordado. O el cumpleaños de un inventor que llevaba siglos muerto. Puede que incluso las tres cosas a la vez.

Ahí estaba su excusa.

Julius y Gia preparaban un menú del día —desayuno y merienda incluidos— que honrase al individuo, concepto ético o batalla de una guerra olvidada en cuestión al que estuvieran rindiendo homenaje; Storm y Selene diseñaban con minucioso cuidado una playlist a juego, ya fuera porque los títulos de las canciones se podían interpretar como referencias o porque la música de verdad pegase con la fiesta. Tenían que ver una peli que guardase algún tipo de relación, cocinar juntos con la banda sonora puesta y encontrar la manera de sacarse una foto de grupo que fuera totalmente distinta a la de las semanas anteriores.

A veces se lo pasaban tan bien que volvían a poner la playlist el domingo para tener buenos recuerdos con los que afrontar la jornada de limpieza; a veces el sábado avanzaba como otro día fantasma más en el que lo único que cambiaba eran las razones con las que se obligaban a seguir adelante.

Valía la pena probar. Por si acaso.

Aquella semana habían tenido una idea distinta. La culpa fue de Raúl (a Gia le encantaba poder tener ese pensamiento y que fuera objetivamente cierto). Bueno, en realidad no suya, sino de su directo de Instagram.

Storm iba a organizar una fiesta virtual con sus fans.

—No es con mis fans. Es con vosotras. La gracia está en que quien quiera se puede montar su fiesta en su casa a la vez que la nuestra. Es una fiesta simultánea.

Dio muchas otras razones igual de lógicas. Gia lo había entendido desde el principio, solo quería picarla. Era la primera vez que se permitía hacerlo sin recular al segundo después de abrir la boca.

Solo estaba probando. Por si acaso.

El plan era dar a conocer al mundo su secreto: compartir el menú, la playlist, la película elegida y todas esas pequeñas tonterías que normalmente solo tendrían para sí mismos. Había un horario que señalaba hasta los minutos exactos en los que empezaría a reproducirse cada canción, pausas entre actividad y actividad en las que conectarse a los directos que Storm había organizado —cada uno con cinco o seis covers y una ronda de preguntas y respuestas— y un hashtag que llevaba siendo trending topic desde mediados de mañana.

Lo que empezó como una fiesta de Storm y sus fans terminó convirtiéndose en un fenómeno mucho más grande.

—Está en tendencias globales, Storm.

Una cuarentena que nunca acabaWhere stories live. Discover now