De cuando Storm se enfadó tanto que levantó la voz

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 —Nunca había visto a Storm borracha.

—Yo tampoco.

—Yo una vez.

—¿Cuándo, en la isla?

—En Londres —dijo Gia, removiendo los restos de su batido con la cuchara antes de meter el vaso en la pila de la vajilla sucia—. Justo por eso me complace y entristece al mismo tiempo anunciaros que esta Storm no está borracha.

La afectada acababa de aparecer bajo el marco de la puerta. Puso los ojos en blanco tan cómicamente como sus globos oculares se lo permitieron. La habían dejado en el salón, pero reclamó su trono de la encimera rauda y veloz en cuanto los oyó hablar a sus espaldas.

—Estoy deshinibida, no borracha.

—Llevas cerca de tres horas sin parar de hablar —dijo Julius.

—No era mi intención, yo...

—No me quejo. Es que nunca había pasado. No sabía que pudieras hablar tanto rato.

—Deberías emborracharte más a menudo —añadió Selene.

—Oye, ya en serio. Que no estoy borracha.

—Pues yo sí —murmuró Selene, riéndose muy bajito.

Gia lo escuchaba todo con una sonrisa dispersa en los labios, de espaldas a la conversación, porque en realidad lo que tenía que hacer era lavar los platos. Le hacía mucha gracia ver a Storm de refilón encajada entre el fregadero y la vitrocerámica, gesticulando como si supiera que todos los vecinos del bloque estarían dispuestos a presentarse en la casa para corroborar lo ciertas que eran sus palabras. La noruega creía que al sentarse en sitios más altos que una silla dejaba de parecer así de bajita, pero, encerrada en la enormidad de los muebles de la cocina, a Gia le daba la sensación de que fuera todavía más pequeña.

Le había contado el plan de Transformación Temporal en Infantes durante la Cuarentena para Hacer Feliz a Selene (TTICHFS, impronunciable, así que se conformó con llamarlo El Plan) en cuanto ella terminó de hablar con su agente. Al principio, Storm solo asintió y dijo que «guay, guay». Eso significaba que o no le entusiasmaba la idea o tenía la cabeza en otra parte —en la videollamada, seguramente—, pero a mitad de diálogo le dijo que tenía que ir ya al baño y Gia no pudo preguntarle más. Debía tratarse de la segunda opción, porque en cuanto salió fue derechita al salón. Interrumpió la revancha número siete de Julius y Selene al ping-pong (literalmente agarró la pelota en el aire) y, como si hubiera le hubiera costado unos cuantos minutos entender el plan de Gia y encontrar un modo de poner su granito de arena, propuso una noche de juegos.

—¿Qué tipo de juegos?

Storm ladeó una sonrisa.

Resulta que hasta en los circos la gente se aburría. Echaban largas horas de viaje entre ciudad y ciudad, sentados en las caravanas y los furgones, y al final todos los paisajes terminaban pareciéndose demasiado como para que mirar por la ventana fuera un método efectivo de asesinato del tiempo. Necesitaban encontrar fuentes de entretenimiento alternativas... y, en opinión de Storm, las personas habían demostrado ser la fuente de entretenimiento más poderosa con diferencia.

Gracias a todas esas horas perdidas-ganadas, Storm conocía un montón de trabalenguas, acertijos, adivinanzas, bailes tontos en los que era imposibles coordinar pies y manos, juegos de cartas con barajas de naipes, juegos de cartas con posavasos de cartón, juegos de mesa sin tablero y trucos de magia impresionantes (aunque eso último ya lo sabían). Se acordaba con todo lujo de detalles de las reglas y era competitiva hasta la saciedad, pero no dejaba de tomárselo como un juego. Era una paradoja inagotable: le encantaba jugar, y se lo tomaba muy en serio, pero eso no impedía que se divirtiera jugando, porque esa es la gracia de un juego, pero los juegos le parecían algo serio, algo que merecía tanto respeto como recitar obras de Shakespeare de madrugada o conocer de memoria las partituras de cualquier obra de Vivaldi.

Una cuarentena que nunca acabaWhere stories live. Discover now