De cuando el orden de las historias de Instagram expuso el crush de Selene

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Las horas más largas del día siempre las reclamaba la tarde temprana.

De cuatro a seis. De cuatro a seis nunca había absolutamente nada que hacer. Los platos ya estaban lavados, la sobremesa se había muerto y los ojos amenazaban con cerrarse ante la proposición de cualquier serie, película o forma de entretenimiento que requiriese un mínimo de concentración.

Para Selene eran las peores horas. Si no se distraía, le daba por pensar en la tremenda forma de perder el tiempo que era pasar esas horas sin hacer nada. Las iba recogiendo una a una en su propia barra de salud-energía, como las que tenían los personajes de los videojuegos a los que Julius, Gia y Storm jugaban algunas noches: aquel cilindro suyo se había rellenado hasta los topes de horas en las que tendría que haber estado tocando. ¿Cuántas más recolectaría? ¿Cuántos días en total se irían sumando? ¿Hasta qué punto podrían llegar a echarse a perder sus dedos en aquel limbo indeterminado?

Claro que no era su culpa. No podía saber que un confinamiento por pandemia global iba a pillarle en Turín (ni que iba a pillarle a secas). Incluso aunque de algún modo inexplicable lo hubiera predicho, el teclado no le habría cabido en el equipaje de mano. Ese no era el problema. El problema era que ya casi llevaban tres semanas encerrados... por voluntad propia. Es decir, estarían encerrados fuera donde fuese, porque el mundo entero intentaba aplanar la curva, pero estaban encerrados allí. Juntos, sí...

Pero allí.

¿Cómo de irresponsable era dejar que ocurriera? ¿Hacer como si la vida no siguiera transcurriendo, tomárselo como un descanso? ¿Hasta cuándo les duraría el juego? ¿Serían las consecuencias peores por cada día que pasaran juntos allí?

Selene no podía dejar de darle vueltas de una forma y de otra. Veía sus dedos en la pantalla del teléfono, tecleaba para contestar a las historias de sus amigas y pensaba que esa no eran las teclas que tendría que estar tocando. Que estaba poniendo en riesgo su futuro por nada.

Después escuchaba las voces de Gia y Julius, que estaban sentados en la terraza frente a frente —los pies apoyados en el reposabrazos de la silla del otro— y habían dejado la corredera de cristal entreabierta. Hablaban bajito, tan rápido que no los entendía. Después se reían. Siempre por turnos.

—Creo que están probando a ver quién se sabe más trozos de featurings de Nicki Minaj, porque Gia se puso Kissing Strangers como ocho veces esta mañana —murmuró Storm, sentada a su lado en el sofá.

Ahora se rieron ellas.

A lo mejor estaba poniendo en riesgo su futuro, pero no era por nada.

El mejor modo de no pensar era probar filtros feos de Instagram: Selene estaría dispuesta a defender su tesis ante un tribunal si fuera necesario. No estaba bien admitirlo, pero era el verdadero motivo por el que veía los stories de la gente que seguía de forma casi compulsiva. Por si encontraba filtros nuevos. Cuando Storm mencionó aquella canción, Selene se acordó de uno de Stranger Things, de esos que se llevaban hacía unos meses, los que te decían al azar qué personaje serías.

—¿Lo has probado?

—Qué va. ¿A ver?

Le salió Eleven. Soltó una risa seca, pero las comisuras de los labios casi le llegan hasta las orejas.

—Más acertado de lo que me gustaría para ser una mierda aleatoria.

—¿Sí? Yo diría que te pega más... Max. O Nancy.

—Es que no has visto fotos de cuando estaba calva. Ni las vas a ver. ¿A ti qué te salió?

—A mí Will.

Una cuarentena que nunca acabaWhere stories live. Discover now